La información sobre sostenibilidad está atravesando un período crítico. Por una parte, estamos en medio de una explosión de interés en inversiones en empresas que puedan demostrar impactos positivos sobre el medio ambiente, la sociedad y su buen gobierno, ASG (en inglés ESG), de acuerdo con criterios de evaluación específicos a estos temas, lo que debería demandar la diseminación de información confiable. Por otra parte, los esquemas de reporte de esa información se encuentran en estado muy fluido. Si bien hay algunos esquemas relativamente establecidos como los del GRI, del SASB y del IIRC, se están produciendo, con cierta frecuencia, propuestas alternativas o complementarias e intentos de armonización. Ello hace que no exista una estandarización de esa información que pueda guiar, confiablemente, a los inversionistas responsables.
Esta falta de estandarización unida a una gran dispersión sobre lo que deben ser los criterios ESG hacen que las empresas y los fondos de inversión enfrenten riesgos legales sobre la confiabilidad, veracidad y cobertura de la información presentada y omitida. En este artículo analizamos brevemente la explosión de la demanda de información por parte de los inversionistas y el impacto que la falta de armonización puede tener sobre los riesgos legales y las posibles reacciones de las empresas. Hay buenas y malas noticias.
I. Explosión del interés en inversiones responsables
En años recientes se ha incrementado el interés por parte de inversionistas responsables, mayormente fondos de pensiones, fondos de grandes fortunas, fundaciones y otros inversionistas institucionales en las empresas que puedan contribuir a la sostenibilidad y tengan impacto social y ambiental positivo. Este interés se ha acelerado con la intensificación del cambio climático y con la pandemia. El primero expande el interés por temas ambientales y la segunda en temas sociales, sobre el papel que pueden/deben cumplir las empresas en mitigar sus efectos y contribuir al desarrollo de la sociedad.
En el caso del cambio climático, el interés de los inversionistas se aceleró después del Acuerdo de Paris, que llevó a la creación de centenares de fondos de inversión dedicados de alguna manera a la mitigación y adaptación al cambio climático (eficiencia energética, energías renovables, reducciones de emisiones, etc.). En el caso de la pandemia, el interés ha sido en los temas sociales empleo, equidad, sueldos justos, salud, educación, etc.) lo que también está conduciendo a la creación de algunos fondos de inversión con objetivos sociales.
Pero estos fondos especializados, si bien cubren una demanda particular, son relativamente concentrados y muchos inversionistas prefieren fondos de inversión más generales, más diversificados, lo que ha llevado a la creación y redenominación de fondos bajo el paraguas ESG (ASG, ambiental social y de gobernanza), que en general invierten en empresas que son calificadas por alguna institución como que tienen algunas practicas responsables en algunos de estos aspectos. [1]
Enfatizamos la
vaguedad, algunas empresas, algunas prácticas, por cuanto ese es precisamente
uno de los grandes problemas que enfrenta ese segmento de la industria de
fondos de inversiones. Con la
popularidad y la demanda se han relajado mucho las exigencias y casi cualquier
fondo es calificado como ESG. Por ejemplo, basta con decir que no invierten
en empresas de armamentos, tabaco o apuestas para que se califiquen como fondos
ESG. El colectivo ESG incluye de todo,
desde empresas serias (Unilever) hasta banalidades (empresas que tienen políticas
de no discriminación o de no trabajo infantil, pero con poco impacto real). Muchas
venden el agua tibia. Basta con poder decir que no hacen el mal explícitamente
para calificar. Es de esperar que con la evolución del interés entre
inversionistas y reguladores y la competencia entre fondos los criterios de
calificación de harán más rigurosos.
A mediados del 2020, solo en Europa había casi 2700 fondos de inversión, que gestionan US$800.000 millones, que dicen utilizar criterios ESG para la selección de las acciones en que invierten. Una de las instituciones más reputadas de calificaciones ESG, MSCI, ha desarrollado más de 1500 índices (¡!) de acciones y de renta fija y el agregador de información Bloomberg cubre 120 indicadores para cada empresa analizada. Hay más de 100 instituciones calificadoras, cada una con su metodología y definición de ESG, se han propuesto más de 1400 indicadores de sostenibilidad, hay más de 2000 requerimientos obligatorios y voluntarios de reporte sobre ESG en 70 países analizados.
Y este interés se está potenciando más todavía con la pandemia donde muchos de estos fondos, para capturar el nuevo interés, tratan de demostrar (simplistamente) que las inversiones en ellos producen mejores rendimientos que las inversiones en fondos generales. Se suelen comparar los rendimientos en bolsa de ambos tipos desde el inicio de la pandemia. Sobre el período analizado los números suelen ser esos, pero no son necesariamente extrapolables al mediano o largo plazo. La teoría del suscrito para explicar este “fenómeno” es de que estos fondos invierten en empresas responsables, que suelen estar mejor gestionadas que el grupo general. ¿Qué produce el diferencial de rendimiento, la buena gestión, que es lo que tienen en común, o las prácticas responsables, cada una diferente? Por otra parte, los resultados de la comparación están creando expectativas de mejores rendimientos en ese colectivo lo que aumenta la demanda de esos fondos por sus acciones y hace subir sus precios y por ende sus rendimientos. Lo que se llama una profecía autocumplida (self fulfilling profecy).
Si bien el objeto de este articulo no es analizar la creciente industria de los fondos ESG, su explosión está dando lugar a un creciente interés sobre la responsabilidad real de las empresas en las que se invierte y con ello están aumentando las exigencias de información sobre esas prácticas por parte de los inversionistas y de los reguladores. En especial porque no hay una taxonomía de lo que constituye una empresa responsable, de los criterios para calificarlas como inversiones ESG, y hay muchos abusos y exageraciones por parte de gestores de fondos. El mercado está empezando a exigir prueba de que las empresas son en efecto responsables como dicen, de acuerdo con criterios comparables y medibles.
Con esta demanda de información confiable se están expandiendo dos nuevas industrias, la de la “producción de estándares de información no financiera” para mejorar la tipificación y comparabilidad, a la cual ya integran el GRI, SASB, IIRC, CDP, CDSB, entre otras instituciones, y la otra es una parte de la industria de los “servicios jurídicos”, que escrutan la veracidad de la información presentada por posibles consecuencias legales. En este artículo analizaremos brevemente las consecuencias de este interés de los abogados comerciales y en otro posterior la proliferación de los estándares de reporte y los intentos de armonización.
Este involucramiento de los abogados son buenas y malas noticias para las empresas y el reporte de su sostenibilidad. Buenas, porque estimularán mayor rigor en la diseminación y uso de la información, pero malas, porque también estimularán la selectividad en la información que las empresas diseminan públicamente.
II. Buenas noticias
Este involucramiento es bienvenido en los actuales momentos de gran confusión sobre lo que constituye un fondo ESG y sobre la diversidad, dispersión y falta de control sobre la información reportadas por las empresas. Los abogados de los fondos deberán preocuparse de que los productos que comercializan cumplen con los criterios que anuncian de impacto social y ambiental. A medida que se vayan estipulando estos criterios, ya sea a nivel de cada fondo, ya sea a nivel de la industria en general, se potenciarán los riesgos legales de incumplimiento. La información sobre sostenibilidad de las empresas deberá ser escrutada con más detalle.
También contribuirá a la moderación de la euforia de algunos departamentos de relaciones públicas y de los preparadores de informes de sostenibilidad, que tienen entre sus objetivos hacer aparecer a la empresa en la mejor luz posible, destacando (¿exagerando?) la información favorable y minimizando (¿omitiendo?) la información desfavorable.
Y es posible que este renovado interés en la información fidedigna contribuya a disminuir el greenwashing, aunque es muy posible que esta práctica no llegue a constituir una irresponsabilidad legal, pero ciertamente puede ser un disuasorio …… o que el greenwashing se haga más sofisticado. [2]
Además, trae como
consecuencia que, para minimizar los riesgos de acción legal sobre la
información presentada y omitida, las empresas estén interesadas en promover
esquemas de reporte estandarizados, que sean aceptados por reguladores, que
las proteja, pudiéndose escudar en que presentan la información de acuerdo con
los requerimientos de ese esquema. Algo
semejante a lo que ocurre con la información financiera, que, si se prepara de
acuerdo con los Principios de Contabilidad Generalmente Aceptados, PCGA,
auditados por auditores independientes, se minimiza ese riesgo. Pero hay una gran diferencia, y es que no
solo el reporte de esta información financiera, sino que la misma información y
su agregación (contabilidad) está claramente definida y estandarizada. La información no financiera está muy
lejos de esta situación y siempre será ambigua, con los riesgos
correspondientes.
Pero la espada de Damocles de una demanda legal hará que las empresas sean mas prolijas, mas completas en la veracidad, confiabilidad y cobertura de la información.
Además, si bien las acusaciones sobre omisiones o la información incompleta
no han sido prevalentes, es probable que las expectativas generen teorías
adicionales sobre el impacto material y engañoso de la información deficiente. Ese
mismo examen cuidadoso de la información también estimulará demandas adicionales
relacionados con el desempeño de las empresas y sus operaciones que se
consideren incompatibles con los estándares y las expectativas sobre los
criterios ESG. A medida que los aspectos de la ESG continúan su evolución y
expansión, se ampliará el alcance de las posibles objeciones (énfasis añadido).
III. Malas noticias
Y ello nos lleva a las malas noticias. Esa misma espada de Damocles hará que las empresas omitan mucha información que podría ser relevante si con ello se evita ese riesgo. Será más difícil que adquieran compromisos a través de las metas para medir el progreso en su sostenibilidad, o hará que las estimen mas conservadoramente. No sería de extrañar que se tuvieran metas para el reporte, laxas, y metas para la gestión interna, más rigurosas. Algo parecido a lo que hacen las líneas aéreas al informar sobre el tiempo esperado de vuelo, para no quedar mal en las estadísticas de retrasos.
Los departamentos legales de las empresas, que suelen intervenir en la revisión de la información a ser diseminada públicamente, en general con un criterio de aversión al riesgo, muy conservador y de censura, ahora lo harán con mayor intensidad: “Si no es indispensable, que no se diga, ¿para que correr riesgos?”.
Recordemos un caso pionero en este sentido, como fue el Nike en 1998. Nike fue demanda por una persona alegando que lo que decía en el informe de sostenibilidad sobre la responsabilidad de sus suplidores contenía falsedades y adolecía de omisiones críticas. Nike alegó que sus expresiones en el informe eran parte de la libertad de expresión, o sea, que en el informe podían decir lo que querían.
Perdieron el caso en la Corte Suprema de California, que falló que la información era de tipo comercial, que no estaba protegida por la libertad de expresión de opiniones. El caso se resolvió con un acuerdo privado entre las partes, con el compromiso por parte de Nike de mejorar la supervisión de las condiciones laborares de sus suplidores. Este caso, como es de esperarse, avivó las preocupaciones de las empresas por los riesgos legales de la información que se disemina y estimuló aún más el conservatismo.
IV. ¿Buenas o malas noticias?
Siendo este creciente
interés en las consecuencias legales de la información no financiera para
efectos de dirigir las inversiones responsables, relativamente reciente, es
todavía temprano para ofrecer algunas conclusiones sobre el impacto que tendrá,
pero es posible hacer algunas conjeturas, aunque en el corto plazo habrá
bastante confusión, hasta que se asienten los criterios ESG y los esquemas de
reporte de información no financiera.
Y se verán más declaraciones de descargo de responsabilidad, de que la información presentada no sigue estándares de cumplimiento obligatorio, que no es inmutable, que no está al nivel de la información financiera en cuanto a contabilidad y auditoría en base a PCGA (aunque sea parcialmente verificada, que es nivel muy inferior de seguridad). Algo así como “esta información ha sido preparada de acuerdo a estándares ….. y refleja nuestros mejores conocimientos sobre ………”. Pero, úsese a su criterio.
También estimulará la demanda por estandarización de la preparación y reporte de la información con el objeto de mitigar los riesgos de demanda por incumplimiento.
Y es de esperar que se ofrecerán menos compromisos, menos exigentes sobre metas a lograr. Se limitarán más a reportar hechos comprobables, presentes y pasados, menos sobre el futuro. Pero, habrá de todo. Y el greenwashing será más sofisticado.
Esperemos que esta tendencia separe la paja del trigo, las empresas que son responsables de verdad y no temen al escrutinio, de las que aparentan, de las que explotan las debilidades del sistema informativo.
[1] Los fondos de inversión
denominados de impacto ya suelen ser mucho más rigurosos ya que invierten en empresas o proyectos que han sido creadas con el
fin especifico de tener algún impacto social o ambiental. positivo y medible. Ver
el artículo El último grito en los nombres sobre
responsabilidad: Impact investment