domingo, 27 de junio de 2021

Responsabilidad empresarial como generador de valor intangible. Tercera parte de tres.


 El artículo sale truncado. Favor ir al original en  https://bit.ly/RSEintan3  


En la primera parte de este artículo analizábamos en qué consisten los intangibles, la composición del valor del mercado de la empresa y el papel de esos intangibles en su valoración, adelantando que la responsabilidad es el determinante del valor de esos intangibles. En la segunda parte analizábamos las fuerzas que impulsan la responsabilidad hacia la buena gestión y la correspondiente creación de valor del mercado.  En esta tercera parte estudiamos como la responsabilidad da valor a la marca, a la reputación y a otros intangibles y, por ende, da valor a la empresa en el mercado de valores.

 I.                ¿Quo vadis responsabilidad?: Hacia la buena gestión empresarial. 

Mientras más actúan las tres fuerzas, las prácticas responsables se van haciendo parte cotidiana de la gestión y lo que antes podría considerarse excepcional de algunas empresas, poco a poco se va convirtiendo en rutinario, lo extraordinario se convierte en ordinario, la responsabilidad en buena gestión. 

Para analizar la relación entre la buena gestión y la responsabilidad es necesario considerarla en el sentido más amplio de la palabra, no como conjunto de actividades sino como una actitud integral, una forma de hacer la actividad empresarial, como comentábamos en la segunda parte.  De una manera simplista podemos decir que toda empresa tiene una gestión que puede ser calificada en partes buena y en partes mala.  La mala gestión es irresponsable, no usa los recursos que le han sido confiados de manera de obtener el mayor beneficio posible, para la empresa y para la sociedad.  Sin embargo, puede generar valor de mercado. El mercado está todavía muy lejos de incorporar la responsabilidad empresarial en su toma de decisiones. La buena gestión consiste en buscar ese beneficio dual de forma responsable. 

Para ilustrar la relación entre buena gestión y responsabilidad consideremos un ejemplo muy simple: hace unos diez años se consideraba que reducir el consumo de materiales en los empaques (formas, volumen, tipo de material, reciclabilidad, etc.) era parte de la responsabilidad social de la empresa, y las empresas lo reportaban y algunas se vanagloriaban de ello.  Hoy en día se considera sencillamente buena gestión, sentido común. Lo mismo ocurre con la eficiencia energética y el consumo de agua y todo el tema de la ecoeficiencia.  Ya no es algo destacable, reportable de manera especial (aunque muchos todavía lo harán).  Y como comentábamos en la segunda parte, la calidad del aire al interior de las instalaciones empresariales se podría considerar como responsabilidad empresarial, en el sentido de que hacen algo especial, pero la pandemia ha hecho que ello sea simplemente parte de la base de una buena gestión, como en el caso de la ecoeficiencia. ¡Pero falta mucho!  [1] 

Otro ejemplo de la convergencia se puede apreciar al comparar la práctica y la regulación del comportamiento empresarial en países con diferentes grados de desarrollo institucional. Un comportamiento que es necesario regular en un país de América Latina puede no ser necesario regularlo en un país escandinavo, en el cual aquel comportamiento irresponsable ha sido superado, es parte de la práctica cotidiana, de la buena gestión.  Algo parecido sucede dentro de un mismo país, a través del tiempo, con la evolución de la regulación y del comportamiento empresarial. 

Ejemplos como estos distinguen a las empresas con buena gestión de las que todavía consideran estos comportamientos como especiales.  Las primeras son empresas “profesionalmente” responsables, las segundas son empresas “aficionadas” a la responsabilidad, las que creen que la responsabilidad es “hacer cosas”, y se vanaglorian de ello. En el futuro (¿muy lejano?), la empresa responsable será aquella que no tenga que decirlo. 

Lo mismo sucederá con la inversión socialmente responsable, que hoy en día es un nicho de mercado, pero que eventualmente se convertirá en la única forma de invertir.  Es difícil pensar que en el futuro se ofrecerán fondos de inversión “irresponsables” a los inversionistas, aquellos que incluyen empresas no responsables, como ocurre ahora.  Hoy en día no solo hay fondos de inversión en vicios (apuestas, tabaco, alcohol), armamentos y en combustibles fósiles, sino que gran parte de los fondos calificados como responsables (que para simplificar se están llamando ASG, o ESG) contienen empresas con solo algún comportamiento responsable y muchos irresponsables.  

Un fondo altamente calificado como tal contiene acciones de empresas como Amazon que, por ser, por ejemplo, el mayor comprador de energía renovable del mundo, la hace elegible para el fondo, pero que también tiene muchos comportamientos irresponsables: explota y discrimina a algunos suplidores, tiene condiciones laborales abusivas, gasta ingentes cantidades en cabildeo, evade y elude impuestos, se opone a la regulación de la información sobre sostenibilidad, emite gases de efecto invernadero en su transporte, y un largo etcétera. [2] El fondo no puede no contener las acciones de Amazon de lo contario no es financieramente competitivo.  El mayor fondo del mundo calificado como ASG tiene invertido el 20% en acciones de las cinco grandes tecnológicas que comparten el comportamiento irresponsable citado. Y hay fondos autocalificados ASG que invierten en las empresas menos malas del universo de acciones, pero consideradas las mejores de su sector industrial (cemento, tabaco, etc.) como si ello quisiera decir que son responsables. Poco a poco los fondos deberán ser más selectivos y eventualmente (¿muy lejano?) incluirán solo empresas responsables, no solo empresas aficionadas a la responsabilidad.  Será entonces fondos con “buena gestión.”

  


Las fuerzas mencionadas en la segunda parte empujarán ambos círculos, gestión (azul) y responsabilidad (verde), hacia el centro, hacia su superposición y eventualmente serán lo mismo.  En varias décadas dejaremos de hablar de responsabilidad empresarial para hablar sencillamente de buena gestión.  Con esto, el argumento empresarial, lo de que las acciones responsables deben conducir a la responsabilidad, perderá importancia porque la responsabilidad, incluyendo la responsabilidad moral ante la injusticia y la inequidad, será la única manera aceptable de operar (puedo hacer este pronóstico porque entonces yo ya no estaré para que me recuerden que me equivoqué). 

II.             ¿Quo vadis responsabilidad?: A generar valor de mercado para la empresa 

Y aquí postularemos algo que puede no ser cierto en el corto plazo pero que lo será en el largo plazo: la responsabilidad determina el valor del mercado de la empresa, via los intangibles, en particular la marca y la reputación. 

 


 1.      ¿Qué determina el valor de la marca y reputación y como se calculan? 

Como comentábamos en la primera parte, los activos intangibles incluyen una gran variedad de conceptos, pero para enfocar la discusión y no alargarla aún más nos concentraremos en la discusión del impacto sobre los valores de la marca y la reputación por ser los que tienen un nexo más tangible con la responsabilidad empresarial, a pesar de los supuestos, implícitos o explícitos, de sus promotores, que los consideran valores independientes de la responsabilidad, casi de creación espontánea.  En esta sección queremos mostrar que el valor de esos intangibles está, hoy por hoy, influenciado, y en el futuro estará determinado, por la responsabilidad con la que la empresa lleva a cabo sus negocios. 

Para considerar este impacto es conveniente distinguir entre la forma como se suelen calcular sus valores y los factores que los determinan. El hecho de que se utilicen algunos factores en su estimación no quiere decir que son esos factores los que crean el valor.  Y es de enfatizar que, para estimar estos valores, cada uno de los estimadores tiene su propia metodología, no existe una metodología generalmente aceptada. Este es un caso análogo a la calificación de la sostenibilidad de la empresa.  Cada calificadora tiene su propia idea de lo que es sostenibilidad y un modelo sobre los aspectos que la determina, de allí la gran variación en calificaciones de la una misma empresa.[3] 

Y como ejemplo de que los valores calculados no reflejan los factores que los determinan podemos considerar el caso de las empresas que producen armamentos, tabaco, apuestas y alcohol que tienen productos irresponsables (según la opinión de buena parte de la sociedad) y además comportamientos irresponsables (contaminación, discriminación, etc.), tienen una marca y una reputación que pueden ser valoradas con las metodologías que se usan para generar los “números” que comentábamos en la primera parte, pero que no serán “valores”, o no deberían serlo de acuerdo con la sociedad. No todos los valores son valores. 

Hay múltiples maneras de conceptualizar y valorar la reputación y cada institución que la estima tiene su propio modelo de sus determinantes y cómputo. [4] Una de las más reconocidas es la estimación de Harris-Fombrun que calcula un Coeficiente de Reputación Corporativa, basado en la percepción del público sobre 20 atributos de la empresa, calificados en 6 dimensiones (Atractivo emocional, Productos y servicios, Visión y liderazgo, Ambiente laboral, Rendimiento financiero y Responsabilidad social).  Y aquí hay que enfatizar “percepción”. 

Hemos analizado en otros artículos la dificultad de que el público pueda opinar confiablemente sobre los 20 atributos para centenares de empresas y el sesgo que ello induce hacia las empresas de productos de consumo masivo, ampliamente conocidas.  Para nuestros propósitos baste mencionar en qué se basan las estimaciones del valor de la reputación y lo que los modelos suponen que lo produce.[5] La responsabilidad social está incluida de nombre, pero es muy posible que los encuestados, público en general, la entiendan, si la entienden, como la concepción reducida de la responsabilidad por los impactos y no en la concepción amplia que comentábamos en la segunda parte de, además, hacer todo el bien posible.  Si así fuera, todas las demás dimensiones podrían considerarse como responsabilidad social, el “orden superior de responsabilidad” y, por ende, buena gestión. 

En cuanto a la valoración de la marca las metodologías son muy diversas y relativamente complejas. En general se basan en supuestos y comparaciones del valor de empresas análogas que no tienen la marca y la estimación de lo que serían sus beneficios si tuviera productos genéricos, sin marca que los distinga. En general están basadas en la estimación del valor presente de beneficios que son atribuibles a la marca.  A diferencia de la estimación del valor de la reputación, no se consideran factores predeterminados, de allí que la influencia de la responsabilidad sobre el valor de la marca sea vía la misma reputación y la confianza, confiabilidad y experiencias del consumidor con los productos y servicios.[6] Si preferimos una marca, digamos de champú, como Neutrogena, es porque tenemos confianza en que la empresa tiene controles de calidad, se cuida de que sea efectivo, que el champú hace lo dicen que hace, que es saludable y que no ha tenido quejas o problemas legales sobre el producto, etc.  Lo favorecemos, dándole valor a la marca como resultado de la responsabilidad del producto, con la que lo produce y con lo que lo comercializa.  

El valor del resto de los intangibles [7] pueden parecer menos determinados por la responsabilidad, por ejemplo, los valores de los derechos o del capital intelectual, pero no se puede negar que la responsabilidad de la empresa es un factor clave en la confianza y confiabilidad, lo que permite el desarrollo de estos intangibles. Quien quiere trabajar con la empresa, quien quiere tener relaciones con la empresa, quien quiere otorgarles derechos, necesita tener confianza.  A estas alturas a lo mejor la responsabilidad no es tan determinante como en los casos de la marca y la reputación, pero si es influyente.

 2.    Valoración de la responsabilidad 

La inmensa diversidad de resultados se debe a que ninguno considera una medida integral de responsabilidad, que no existe, ni puede existir, según la concepción desarrollada en la segunda parte, y mucho menos cuantificarla. 

Pero si ello fuera posible, lo que lograrían demostrar, es que la responsabilidad y la rentabilidad están ambas relacionadas con una tercera variable, omitida en estos estudios, que es la calidad de la gestión.  Lo que terminan demostrando, sin reconocerlo, es que las empresas bien gestionadas, léase responsables, tienden a ser más rentables. Obvio.  Sin darse cuenta usan parte de la buena gestión, o sea, algunas prácticas responsables, como proxy de buena gestión. Si usaran una o varias variables específicamente diseñadas para representar la calidad de la gestión, la relación sería más robusta y generalizable. 

La fortaleza de la relación está determinada por la acción de las tres fuerzas que discutíamos en la segunda parte.  Si las fuerzas actúan, responsabilidad y buena gestión son lo mismo, y si son lo mismo, conducen a rentabilidad.  Si las fuerzas no actúan, si son indiferentes a la responsabilidad empresarial, no habrá causalidad entre responsabilidad y rentabilidad.  Si los inversores son indiferentes a la responsabilidad empresarial, no harán subir el precio de las acciones en consecuencia. 

Y aquí es importante distinguir entre las relaciones responsabilidad/rentabilidad a nivel de empresa en particular de a nivel de conjunto de empresas.  El caso de arriba se refiere al intento de generalización de que responsabilidad rinde beneficios en bolsa, lo que requiere que los mercados respondan.  Esto de interés para los inversionistas en general. A nivel de una empresa en particular la relación es el llamado “argumento empresarial”, si las prácticas responsables le rinden beneficios a esa empresa. Esto es de interés para los dirigentes de la empresa y sus accionistas.  Por ejemplo, si la empresa es ecoeficiente tendrá menores costos que empresas comparables, si la empresa tiene buenas prácticas y condiciones laborales puede tener mayor productividad del capital humano, si la empresa produce productos responsables responsablemente, puede tener mayor demanda. En estos casos la causa-efecto es visible, en el otro caso depende de la reacción del mercado. [9] 

Y ahora que se está desarrollando la responsabilidad social (sostenibilidad) como un negocio, hay intereses en atribuir el valor de la empresa a la responsabilidad. [10] Sin embargo, este negocio todavía no está suficientemente desarrollado como para cuantificar su contribución al valor de la empresa y hacer alardes semejantes a los de marca y reputación, pero no pasará mucho tiempo para empresas de consultoría produzcan estimados de la contribución de la responsabilidad al valor del mercado…..si hay demanda por esos valores.  Y esos valores subsumirán la marca, la reputación y algunos otros intangibles. 

Cuando todas las empresas sean igualmente responsables (¿algún día?), por ende, con óptima gestión, la responsabilidad ya no será factor diferenciador, no será una ventaja competitiva. ¡Utopía! 

 

 

El valor de la empresa y en particular de los intangibles, bajo el control de la empresa, han sido generados por la reacción de los mercados a la gestión de la empresa, y siendo “valores” positivos, deseables (no nos referimos solo a “números”), es de suponer que hayan sido generados por una gestión responsable. Pero hay todavía nichos de mercado que recompensan comportamientos que gran parte de la sociedad considera irresponsables. 

III.           En resumen 

En las tres partes de este artículo hemos postulado y pretendido demostrar lo que puede parecer una osadía o una exageración: el valor de los activos intangibles generados por la empresa, que son buena parte del valor de la empresa en el mercado, se debe a su responsabilidad empresarial, que al ser debidamente conceptualizada e implementada es simplemente buena gestión. 

En este sentido por responsabilidad bien conceptualizada e implementada nos referimos a la responsabilidad no solo por sus impactos sino por hacer todo el bien que le sea posible, de acuerdo con sus capacidades y en el contexto en que opera, a una manera de hacer negocios, a la buena gestión, no a actividades ocasionales, separadas de la estrategia como es todavía generalmente concebida por gran parte de la sociedad y de las empresas. 

Y la conversión de esa responsabilidad en valor de mercado dependerá de la aplicación de las tres fuerzas que la impulsan en el siglo XXI:  la evolución de los valores de la sociedad, los intereses y acciones de esa sociedad en tener empresas responsables y el interés y acciones de los responsables de la regulación y supervisión de sus actividades. 

El proceso de enraizar la responsabilidad en todas las empresas es un esfuerzo de muy largo plazo, con progresos muy desiguales, de avance y retroceso de acuerdo con esas fuerzas y las crisis, vicisitudes y desarrollos en la situación económica y social.  Pero es la tendencia a largo plazo. 

A manera de conclusión, y para ilustrar la evolución de la responsabilidad, podemos recordar que cuando Milton Friedman escribió el tristemente célebre artículo sobre que la responsabilidad de las empresas era en la creación de valor para los accionistas, solo el 20% del valor de mercado de la empresa, en el promedio, se atribuía a los activos intangibles, en tanto que, en la actualidad, como se desprende de la discusión anterior, es una proporción mucho mayor.  Buena parte de ese valor es ahora consecuencia de la responsabilidad empresarial. ¿Será por esto por lo que Friedman no valoraba la contribución de la responsabilidad? ¿Porqué en ese entonces todo eran activos físicos y financieros? Resulta que ahora es lo mismo que en su época, solo que la manera de generar valor (léase “la forma de gestionar las empresas”) ha cambiado.  Hay que ser responsables. 

Y cuando la sociedad haya llegado a su pleno desarrollo, responsabilidad y buena gestión serán sinónimos y el valor del mercado estará determinado por la buena gestión de los activos tangibles, de los intangibles, consecuencia de la responsabilidad, y por los imponderables de los mercados, que nunca serán controlables. 

Mientras tanto empujemos las tres fuerzas.

 



[1] Mientras escribía este artículo me llego este paquete de Amazon para recordarme que el optimismo no está justificado: 



 

[4] Ver el análisis de diferentes modelos en Conceptualización y comparación de distintos modelos de evaluación de la reputación corporativa, por José Ignacio Suviri Carrasco, en la Revista de Responsabilidad Social de la Empresa, No. 4, enero-abril 2010.

 

[5] En el artículo ¿Reputación como fin o como resultado de la RSE? analizábamos otro modelo de evaluación.

 

[6] Se puede ver una metodología en Brand Finance

 

[7] 2019 Intangible Assets Financial Statement Impact Comparison Report, contiene un análisis más exhaustivo de la categorización de los intangibles en ocho grandes categorías, que resumimos en seis: (1) Propiedad intelectual; (2) Derechos públicos y privados adquiridos; (3) Marca; (4) Intangibles resultado de adquisiciones y fusiones; (5) Información; y, (6) Relaciones.

 

[8] Ver por ejemplo, ESG and Financial Performance: Uncovering the Relationship by Aggregating Evidence from 1,000 Plus Studies Published between 2015 – 2020, Tensie Whelan, Ulrich Atz and Casey Clark.  Los que quieren demostrar una relación positiva seleccionan los que les resultan más favorables como por ejemplo, From Stockholder to Stakeholder: How Sustainability can drive Financial Outperformance, de Oxford University y Arabesque Partners.

 

[10] Ver los enemigos número 2 y 3 en Los trece enemigos de la RSE(C): Los primeros seis.

 

sábado, 19 de junio de 2021

Responsabilidad empresarial como generador de valor intangible. Segunda parte de tres.


En la primeraparte de este articulo analizábamos la definición y una de las modalidades más conocida del cálculo del valor de los intangibles, basado en la comparación entre el valor contable y el valor de mercado de la empresa y comentábamos las diferencias entre la preponderancia del valor de los intangibles en tres regiones del mundo, para ilustrar su posible origen.  Comentábamos los estimados de los valores de la marca y de la reputación, considerados como elementos nucleares de los intangibles, para las grandes empresas de tecnología de EE. UU., con el objeto de ilustrar su relativamente baja proporción en el valor total de estas empresas.  Todo esto para establecer las bases para la discusión sobre el papel de la responsabilidad en el valor de los intangibles y por ende en la empresa.

 (Lector: disculpas. Habíamos ofrecido el artículo en dos partes, pero lo hemos extendido a tres)

 En la segunda y tercera partes postulamos que el valor de los activos intangibles bajo el control de la empresa es (o será) generado por la responsabilidad, en particular el valor de la marca y la reputación. Esto va en contra del énfasis que se le da a estos dos conceptos como si fueran de creación espontánea.  Es cierto que se estudiaban y estimaban antes del afianzamiento de la responsabilidad empresarial, pero eran y son resultado de la responsabilidad, que todavía está, relativamente, en sus principios de conceptualización, implementación y medición.

 Antes de demostrar esta causalidad será necesario analizar la relación entre la buena gestión y la responsabilidad empresarial. Postularemos que la responsabilidad y la buena gestión empresariales serán sinónimos y que la superposición de estos dos conceptos está siendo impulsada por tres fuerzas: (1) la tendencia histórica hacia la ampliación del papel de la empresa ante la sociedad; (2) el creciente activismo de los stakeholders; y, (3) la evolución de las regulaciones, lo que analizamos en esta segunda parte. En la tercera analizaremos la resultante creación de valor de los intangibles y de la empresa.

 Pedimos disculpas al lector por lo extenso de la discusión, pero lo que queremos demostrar, que la responsabilidad determina (determinará) el valor de la empresa, no es algo comúnmente aceptado, por lo que se requiere justificación. 

I.                ¿Quo vadis responsabilidad? Avanzando. 

1.      Ampliación del papel de la empresa en la sociedad y del ámbito de su responsabilidad

 Con el creciente papel de la empresa en la actividad económica y su impacto en la sociedad y el medio ambiente, también ha crecido el interés por el papel que desempeña en la sociedad.  Su papel, como comentamos más adelante, ha pasado de ser considerada un instrumento de producción a ser un miembro activo de esa sociedad, con las responsabilidades que ello conlleva.  Para poder apreciar la evolución de ese papel y del comportamiento es conveniente considerar un largo período de tiempo.  Las tendencias son difíciles de apreciar considerando períodos cortos, por lo que a continuación hacemos el contraste con algunos ejemplos paradigmáticos, que solo pretenden dar una visión a nivel agregado, en el promedio, de esa evolución muy desigual. 

Hace algunas decenas de años, no se consideraba “mala gestión” que las mujeres tuvieran un papel secundario en las empresas.  Su papel era mayormente de apoyo a los hombres, la mayoría eran secretarias, y se esperaba que le llevaran el café “al jefe” y sacaran fotocopias (¡hoy lo hacen los pasantes!). Hoy en día, en un gran número de empresas, este tipo de comportamiento es considerado como denigrante y cada vez es menos aceptable, se exige igualdad de condiciones y tratamiento, y acciones proactivas para compensar y vencer los sesgos implícitos y explícitos. Pero todavía prevalece la brecha de remuneraciones por igual trabajo y obstáculos para el desarrollo profesional.  Pero se ha avanzado. 

A principios de la industrialización, se consideraba la contaminación ambiental como signo de progreso.  Hoy por hoy, la contaminación ambiental y las emisiones de gases de efecto invernadero por parte de las empresas, si bien son tolerados, se exigen reducciones, se piden compensaciones de los impactos negativos.  Pero el costo para la sociedad, o es subestimado o es ignorado a propósito ya que se teme el impacto que su control pueda tener sobre el crecimiento económico. Sin embargo, no es concebible que en, digamos, veinte años, se sigan tolerando.  La actividad empresarial deberá ser neutra en emisiones de carbono y la contaminación no será tolerada. Por ejemplo, ya algunos países están programando la obsolescencia de los vehículos en base a combustibles fósiles. 

Hace decenas de años, y todavía hoy en algunos países, se tolera, o no se combate proactivamente, el trabajo infantil y el trabajo esclavo, pero la tendencia es hacia su erradicación.  Todavía se estila la publicidad engañosa, el uso de la psicología de masas y de la manipulación de los sentimientos y del engaño puro y duro, para atraer al consumidor. Y algo todavía más perjudicial como la comercialización de productos dañinos para la salud. Pero con la ubiquidad de la información y el activismo de los stakeholders, que comentamos más adelante, es (¡debería ser!) cada vez más difícil manipular al consumidor. 

Comportamientos que antes eran considerados normales, ahora resultan chocantes, irresponsables. Fumar era chic, hasta se consideraba que hacía a los fumadores “más interesantes”, se exaltaba en las películas. En estas películas se presentaba, y todavía se presenta a la mujer en un papel sumiso, profesional y sexualmente. Y todavía es aceptable en muchos países usarla como objeto sexual en las campañas publicitarias de eventos deportivos, alcohol y tabaco, por ejemplo.[1] Vistas con los valores y expectativas de hoy, películas de hace décadas resultan chocantes.  Pero la tendencia es a destacar más su papel profesional, su contribución a la sociedad en todo sentido, sobre todo en países con mayor desarrollo relativo. Hasta hace poco el piropo era considerado un halago, había esmero en su creación poética, ahora en la época del #metoo es considerado hostigamiento sexual.  Para mi generación el castigo corporal por parte de maestros y padres era considerado necesario para la educación.  Hoy por hoy (menos mal) son considerados inaceptables aun dentro del núcleo familiar.  Paulatinamente estos comportamientos están siendo considerados como irresponsables, inaceptables.  

Y en el ámbito de la responsabilidad empresarial, el papel de la empresa en la sociedad también ha evolucionado mucho. Los origines de esa responsabilidad están en la filantropía, cuando las empresas consideraban necesario cubrir fallas y omisiones de los gobiernos y de otras instituciones en las necesidades de la sociedad en general. Paralelamente a estas contribuciones genéricas, muchas empresas, donde tenían gran influencia económica y laboral, comenzaron a preocuparse por el bienestar de sus empleados, al exterior de la empresa, con la cobertura de vivienda y servicios de salud y educación que eran deficientes en su entorno. Internamente, al reconocer que el capital humano es su gran activo, muchas empresas están tratando a la persona, como persona con dignidad, no como un recurso de producción, tipo materia prima y maquinaria. 

Con la industrialización, otros capitales como el manufacturero y el financiero empezaron a tener un mayor papel, y con la expansión de la actividad económica en la post guerra comenzó y se afianzó la preocupación con el impacto ambiental, y más recientemente, a finales del siglo pasado se intensifico la ubiquidad y velocidad de la información con la que el capital intelectual fue adquiriendo un papel fundamental en muchas empresas. Y con el impacto de la pandemia, se ha reforzado el interés en el capital humano. 

Esta evolución de la preponderancia de los capitales se ha reflejado en lo que se considera parte de la responsabilidad de la empresa.  El aumento significativo y sostenido de la participación de la empresa en la actividad económica, ha llevado a que tenga grandes impactos en todos los ámbitos y con ello una mayor exigencia para que asuma la responsabilidad por sus impactos negativos.  Y con el poder vienen responsabilidades y la sociedad ha ido exigiendo también contribuciones positivas, más allá de producir los productos y servicios que la sociedad necesita, de crear empleos y pagar impuestos. La producción y comercialización debe ser responsable, los productos y servicios deben ser responsables, los sueldos y condiciones laborales deben ser dignas y se deben pagar todos los impuestos que tocan. 

Si bien en la actualidad el grueso de la responsabilidad empresarial se concentra en evitar y mitigar los impactos negativos de sus actividades, en no hacer el mal, la concepción de esa responsabilidad se está ampliando.  La generalmente aceptada concepción de la Comisión Europea de la “responsabilidad por sus impactos en la sociedad”, se está ampliando a un orden superior de responsabilidad. Muchas empresas están ofreciendo y la sociedad exigiendo, no solamente que no se haga daño o que se mitigue, sino que además se haga todo el bien que sea posible, dentro de sus capacidades y del contexto en que opera.  Esto último fue paradigmático en muchas empresas ante el surgimiento de la pandemia. Por ahora esta concepción es relativamente minoritaria, pero es la tendencia en el largo plazo. 

Y se está reconociendo que la operatoria de los mercados financieros y de bienes y servicios son muy imperfectos y que tienen el sesgo natural a una asignación de recursos basada en la eficiencia económica, en el logro del beneficio financiero. Este mercado en que opera la empresa no toma en cuenta el impacto de las decisiones de asignación de recursos sobre la desigualdad, la exclusión y la justicia social de sus actividades.  Esta fuera de su alcance.  Se supone que le compete a los gobiernos y a instituciones de la sociedad civil corregir estas deficiencias, pero ello excede en mucho su capacidad y competencia.  Algunas empresas están comenzando a reconocer que “deben hacer algo” para evitar estos impactos indirectos de sus actividades ya que el entorno que se crea no es conducente para el desarrollo de sus negocios en el largo plazo, y que deben asumirlos como parte de su responsabilidad ante la sociedad. [2] 

Adicional y progresivamente, hay un reconocimiento de que la empresa utiliza recursos de la sociedad por los que no paga su valor.  La empresa usa servicios del medio ambiente, por ejemplo, usa el aire, que lo devuelve, usado, con contaminación y con gases de efecto invernadero que causan o causarán daños a la sociedad, sin pagar por esas consecuencias.  Usa agua que podría tener usos alternativos con mayores beneficios para la sociedad, sin pagar por su verdadero valor, el valor de escasez, no solo el costo o el precio fijado por un mercado imperfecto, muchas veces subsidiado.  El caso más paradigmático es el del muy imperfecto mercado laboral, donde la asimetría de poder empresa-empleado, hace que la empresa no pague por el verdadero valor de la contribución del capital humano a sus beneficios, por el valor del capital intelectual que adquiere sin pagarlo, que ha sido creado por la sociedad a través de sus instituciones educativas y de salud. 

Se aprovecha de la educación que han recibido sus empleados y la salud con la que cuentan sin pagar por ellas, parte de las cuales ha sido obtenida con recursos del estado proveniente de los impuestos pagados por individuos y empresas.  Se benefician de la seguridad nacional, de la seguridad jurídica, de los servicios públicos, del entorno de negocios y de la infraestructura de transporte y energía lo que les permite llevar a cabo sus operaciones con más eficiencia. Es cierto que (algunas) empresas pagan (¿pagan? [3]) impuestos para contribuir a la provisión de estos servicios públicos, pero son insuficientes para cubrir los beneficios que obtienen de la sociedad. Y para colmo localizan sus ingresos en países donde tienen menor carga impositiva, dejando de cubrir el costo de aquellos beneficios que le confiere la sociedad donde opera. 

¿Quiere esto decir que, para asumir su responsabilidad ante la sociedad, la empresa deberá “sacrificar” parte de su rentabilidad para contribuir al bienestar de la sociedad? No, esto quiere decir que los beneficios financieros de empresa no pertenecen solamente a los aportantes de capitales tangibles, también pertenecen a la sociedad, que aporta capitales tangibles e intangibles por los que no paga, o no paga su costo para esa sociedad.  La empresa no pertenece a los accionistas, no poseen los activos de la empresa, solo poseen ciertos derechos, [4] como por ejemplo a recibir dividendos y nombrar a los miembros del Consejo Directivo (con muchas limitaciones en la práctica).  [5] 

Esta evolución también se refleja en las decenas de iniciativas que se proponen para considerar las actividades de la empresa en un contexto más amplio de la sociedad, para compensar por esos costos no cubiertos y las consecuencias de la operación de los mercados, para hacer el capitalismo más justo.  [6] 

Y otra parte de la evolución, que tiene un potencial gran impacto, es la (¡lenta!) evolución de la enseñanza en las escuelas de negocios sobre el papel de la empresa en la sociedad.  Desde sus comienzos, en estas escuelas la enseñanza de la gestión se ha basado en el criterio economicista de sacarle el máximo provecho financiero posible a los activos que la empresa controla, financieros, humanos, manufactureros, intangibles, etc., gestionarlos eficientemente.  En la cuarta parte del siglo pasado esto fue codificado en la doctrina de la maximización de los beneficios financieros, con la primacía de los intereses de los accionistas, que ha sido la base de la enseñanza en un gran número de influyentes escuelas. 

La evolución del papel de la empresa en la sociedad, descrito escuetamente arriba, ha sido incorporado muy lentamente en esta enseñanza.  Hay una gran inercia por mantener el status quo, de continuar enseñando lo que el profesor aprendió, de usar los materiales de enseñanza ya preparados. La incorporación de la responsabilidad de la empresa ante la sociedad ha sido mayormente través de cursos optativos y casos especiales, como suplementos a la enseñanza tradicional de la primacía de la eficiencia económica. Esto, si bien es un progreso, tiene el efecto secundario de mostrarle al estudiante que aquel papel ampliado es secundario, optativo. 

La enseñanza de que la buena gestión incluye además la consideración de los intereses de los demás participantes en el amplio espectro de actividades de la empresa, incorporando en la toma de decisiones de todos los aspectos de la gestión, está muy retrasada. Es cierto que algunas escuelas han hecho progresos, pero todavía estamos lejos de que toda la enseñanza parta de ese fundamento y se ramifique.  Por ahora el tronco de la enseñanza es el mismo, se le añaden algunas ramas. 

Es necesario que en los cursos de finanzas se considere el impacto de las decisiones de asignación de recursos financieros sobre todos los stakeholders, no solo sobre los accionistas, no solo basados en el criterio economicista. ¿Qué impacto tendrá la inversión sobre las personas, sobre la inclusión, sobre la equidad y la justicia social?  Y no preguntamos sobre el impacto en el medio ambiente porque afortunadamente ello se ha comenzado a incluir como criterio de decisión, pero sin considerar todos sus costos para la sociedad. ¿Se incluye el costo para las futuras generaciones de su contribución al cambio climático? No basta que se enseñe una electiva sobre el financiamiento de actividades sostenibles.  

Es necesario que los cursos de mercadotecnia enseñen comercialización responsable, que consideren los intereses del consumidor en sus políticas de precios, de publicidad, de responsabilidad del producto, etc., que los cursos de comportamiento organizacional reconozcan la necesidad de desarrollar una cultura proclive a la dignidad humana y hacia la responsabilidad ante la sociedad. Algunas escuelas de negocios han avanzado en este sentido, lo que generalmente es deficiente es la integración, la substitución en todas las materias, de la maximización de beneficios financieros para los accionistas por la maximización de beneficios para las partes de la sociedad relevantes para la empresa. 

Y con esto no queremos decir que la educación para la gestión debe ignorar que la empresa tiene fines de lucro.  Lo que queremos enfatizar es que la educación para la toma de decisiones debe incluir otros criterios además de la maximización de beneficios financieros y que estos no deben ser considerados como la razón de ser de la empresa sino como medios para una mayor contribución al avance de la sociedad. 

2.     Activismo de los Stakeholders 

Otra de las fuerzas que está impulsando a la responsabilidad como creador de valor es el activismo de los stakeholders.  En términos generales, por estos nos referimos a todas las partes que son afectadas por las actividades de la empresa y las partes que pueden afectar a la empresa.  Se suelen considerar como tales a todos los suplidores de recursos (accionistas, empleados, sistema financiero, proveedores de bienes y servicios, etc.) a los medios, a los gobiernos, instituciones supranacionales (por ejemplo, la Unión Europea, Naciones Unidas, etc.), comunidades y a la sociedad civil en general (todo el resto, incluyendo ONG y centros de enseñanza). 

En términos prácticos, a una empresa particular, le interesan aquellos que tienen el potencial de afectarla significativamente.  Pero muchos de los afectados o no tienen el poder o no tienen la voluntad de hacerlo y tienden a ser ignorados en el ejercicio de la responsabilidad (son stakeholders pero no son “materiales”). Sin embargo, para nuestros propósitos, que consideramos, no lo que hace una empresa en particular, sino lo que debería hacer el colectivo empresarial a nivel agregado para crear valor, debemos considerarlos a todos.   

Para estos propósitos es oportuno distinguir entre dos frentes de la responsabilidad mencionados antes: el de “no hacer el mal” y el de “hacer todo el bien posible”.  En el primer frente la empresa tiene responsabilidad ante todos los stakeholders que pueden ser impactados.  En el segundo frente, la responsabilidad de la empresa es, en principio, “opcional”, puede decidir qué bien hace y a quién se lo hace. Pero, como comentábamos más arriba, por múltiples razones, tiene la responsabilidad de hacerlo, no solamente por razones estrictamente morales de solidaridad, de humanidad, que son razones poderosas, sino para corregir imperfecciones de los mercados y de los sistemas económicos y en los sesgos en la toma de decisiones que perjudican a segmentos de la población y al medio ambiente. 

Es el activismo de los stakeholders lo que estimula la responsabilidad empresarial, aparte de las decisiones de dirigentes ilustrados que se sienten responsables por su naturaleza, porque sí.  Y las fallas en este activismo son las causantes de que no todas las empresas sean todo lo responsables que la sociedad necesita. En la práctica un gran número de los stakeholders no tiene la voluntad ni la capacidad de actuar, y en una gran mayoría de los casos no tienen ni la información ni los medios para hacerlo, sobre todo en el frente de “no hacer el mal”, de “castigar” a las empresas. 

En “hacer todo el bien posible” los principales stakeholders suelen ser sus empleados, especialmente los dirigentes que tienen el poder, pero que cuentan con la férrea oposición de muchos de los accionistas.  Los mismos gobiernos, cuyo papel comentamos en más detalle en la sección siguiente, tampoco suelen tener la información necesaria ni los medios para actuar, salvo en algunos aspectos muy notorios.  Y muchas veces son “capturados” por las mismas empresas (léase “comprados”), que pueden tener mayor poder que algunas agencias y gobiernos locales. 

Si lográramos que, eventualmente, todos los stakeholders, en particular los gobiernos, empleados, dirigentes y consumidores (¡ay de los accionistas!) apoyaran solo empresas responsables, en el largo plazo se forzaría a que toda la gestión fuese buena gestión, gestión responsable, lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo, “hacer bien el bien”. 

A pesar de este análisis relativamente pesimista de la situación actual de los stakeholders externos en la creación de valor de la responsabilidad empresarial y por ende en la buena gestión no todo está perdido.  Es una de las fuerzas que si bien está distante de su potencial ha avanzado en lo que va de siglo.  Para este breve análisis es conveniente distinguir entre dos grandes grupos: el del “negocio de la responsabilidad”, [7] cuyo objetivo son los beneficios financieros, o reputacionales de su participación y los que tienen un interés menos metalizado. 

En el primer grupo están la industria de la consultoría (empresas, instituciones e individuos), la de promotores de iniciativas (por ejemplo, los ODS, esquemas de reporte de sostenibilidad, inversión socialmente responsable y los proveedores de datos e índices), los medios de comunicación dirigidos a los expertos, los organizadores de conferencias y eventos y las instituciones de enseñanza no reguladas ni acreditadas, entre otros. Este grupo tiene un poderoso aliciente para que la responsabilidad empresarial se afiance y aumente su mercado.  Ha tenido y tiene grandes progresos. 

El otro grupo es más silencioso. En primer lugar, están los consumidores, que pueden tener un impacto directo sobre el comportamiento empresarial, pero que suelen ser o indiferentes o impotentes. No están debidamente informados ni educados, ni motivados. Los medios de comunicación masiva, que podrían educarlos, tampoco se preocupan mucho del tema. No obstante, algunas grandes empresas, dando el ejemplo, y como promotores en su cadena de valor están avanzando mucho.  

Y partes del sistema financiero, más allá de la industria lucrativa de la inversión socialmente responsable, se están comenzando a involucrar, estableciendo incentivos positivos y negativos, monetarios y no monetarios, para las empresas responsables, por ejemplo, al poner condiciones en su financiamiento al comportamiento responsable y ofreciendo descuentos en sus tasas de interés por el logro de objetivos de sostenibilidad (aunque esto está por ahora muy limitado a temas de cambio climático).[8] También están surgiendo, en mercados financieros desarrollados, los inversionistas activistas que quieren forzar el comportamiento responsable, diferentes del grupo tradicional, mayoritario, de activistas que buscan lo contrario, maximizar los beneficios aun a costa de la sostenibilidad. 

Los gobiernos también están en el grupo de gran potencial y poca acción, con excepción de algunos países europeos y sus instituciones supranacionales, como comentamos más adelante. Los gobiernos no solo tienen la obligación de regular (ver la siguiente sección), sino además de incentivar, lo que está todavía lejos de su potencial. [9] 

La sociedad civil, sobre todo a nivel internacional se ha desarrollado ampliamente, es particular en temas de tipo global, como lo son los derechos humanos y el medio ambiente. Hacen el seguimiento y control, y estimulan la responsabilidad promoviendo las regulaciones nacionales y supranacionales a ese comportamiento. 

Y algo que surgido con fuerza en los años más recientes es el activismo de algunos dirigentes empresariales que fomentan en foros públicos el comportamiento empresarial y excitan a los gobiernos a tomar medidas políticas y regulatorias para vencer algunos problemas sociales como la discriminación por género y racial y la desigualdad e inequidad social.  Por ahora son pocos, pero por lo menos tienen un efecto demostrativo. [10] 

Dentro de estos staheholders en general hay un subgrupo que está comenzando a tener impacto y son las personas de las generaciones Y (millennials) y generación Z (nacidos entre 1981-1996 y 1997-2012 respectivamente), como consumidores, como empleados de las empresas y como miembros de instituciones gubernamentales y no gubernamentales.  Estas generaciones han nacido, crecido y han sido educados en una época en la cual las preocupaciones por la responsabilidad empresarial forman parte de su vida cotidiana, y esperan vivir con las consecuencias de la irresponsabilidad, en especial con las del cambio climático, por lo que tienden a preocuparse e involucrarse más.  Y siendo usuarios muy activos de las redes sociales, aprenden y difunden sus preocupaciones. 

Un “stakeholder” impersonal que está empezando a ejercer su poder es la información.  En las dos décadas recientes la ubiquidad y la velocidad de la transmisión de la información han sido extraordinarias.  Recordemos que hubo un tiempo en que no existía el internet, ni Google, ni Facebook, ni otros instrumentos de comunicación instantánea.  Ello ha traído la posibilidad de que la información sobre el comportamiento empresarial se disemine amplia y velozmente y que los comportamientos irresponsables salgan a la luz rápidamente, pero como comentábamos antes, son pocos los que actúan en consecuencia.  Lamentablemente la información que se disemina es de todo tipo, confiable y no confiable, y aun la confiable sobre las empresas todavía deja que desear ya que es mayormente controlada por ellas mismas.  Pero el instrumento existe y ahora corresponde a los stakeholders usarlo efectivamente.    

Y paradójicamente podríamos llamar a la pandemia un stakeholder (¡pero esperemos que no actúe más!) que ha vuelto a poner de relieve la importancia de la persona en la responsabilidad empresarial, compensando un poco la prioridad que muchos dan al cambio climático, y llevando a muchas empresas e instituciones a revaluar el papel de la empresa en la sociedad.  Ha sido un caso paradigmático, en muchas empresas de no conformarse con no hacer el mal, y querer todo el bien que les fuera factible. 

El activismo de los stakeholders es una fuerza con mucho potencial para convertir la responsabilidad empresarial en valor de mercado, pero su impacto es por ahora muy desigual. La activa participación de todos es una asignatura pendiente y en la que recae gran parte de la responsabilidad por la responsabilidad. 

Y si esta fuerza, la de los stakeholders, actúa, permitirá a las empresas transformar su responsabilidad en ventaja competitiva y contribuir a la mejora de su valor de mercado.  

3.     Evolución de la regulación nacional y supranacional 

En el tema de la responsabilidad empresarial, la regulación ha jugado un papel crítico, tanto es así que antiguamente se utilizaba para definir la responsabilidad y se decía que era lo que la empresa hacía yendo más allá de lo exigido por las regulaciones.  Como vimos en la discusión arriba, esta concepción es caduca.  Pero ello no obsta para que la regulación de la actividad empresarial continúe siendo un impulsor, en la medida en que mientras más se desarrolla y evoluciona, aumentan las expectativas de la sociedad sobre el papel de la empresa. Lo regulado no es discutible y se ha tenido que incorporar en las prácticas rutinarias de las empresas.  Y las más ilustradas, suelen ir por delante de la creciente ola de regulación. 

Pero es el cambio acelerado que se está registrando, comentado arriba, en todos de los órdenes de la actividad económica, que está exigiendo cambios en la responsabilidad empresarial, sean de forma autónoma, sea a través de la regulación.  La mejora en el procesamiento y transmisión de ingentes cantidades de información, de la comunicación entre personas, entre instrumentos y entre personas y entre instrumentos cambia la velocidad y calidad del comportamiento de todos, y con ello el comportamiento responsable e irresponsable.  

Consideremos algunos ejemplos de los impactos de estos avances en la tecnología, la regulación y el comportamiento responsable. Por una parte, los avances acelerados en la tecnología de medición de impactos y en el intercambio de información permiten detectar comportamientos que pasaban desapercibidos solo hace algunos años. Han sido los avances tecnológicos los que han permitido medir el impacto de las emisiones de gases de efecto invernadero sobre el clima y todo el cambio revolucionario que ello conlleva en los modelos y patrones de producción y consumo de recursos. Hoy se puede medir la composición del aire en tiempo real, donde se desee, y determinar los componentes nocivos para la salud y quién los ha emitido y por ende establecer las regulaciones que sean necesarias.  Este el caso de la programada caducidad de los vehículos diésel en algunos países, no por emisiones de CO2, sino la emisión de partículas que quedan suspendidas en el aire. 

De estas mediciones han surgido todo tipo de regulaciones para el control de las emisiones, que a su vez han forzado la obsolescencia de algunas industrias y productos y la creación de nuevas modalidades de producción, almacenamiento y transporte de energía, lo que a su vez ha llevado a las empresas y personas a apreciar el impacto que tiene sobre la calidad del medio ambiente a ser mas responsables en el consumo de recursos no renovables.  Con los avances tecnológicos ha sido posible medir con mayor precisión la localización de fuentes de agua, su calidad, su consumo y recuperación y con ello su regulación, poniendo a este recurso como uno de los críticos para la sostenibilidad.  Han cambiado los modelos de producción y consumo de muchas industrias intensivas en su consumo, como las de bebidas, carne y textiles. 

Un ejemplo muy concreto y reciente de la evolución de la regulación, de la voluntariedad a la obligatoriedad lo constituye la calidad del aire al interior de edificaciones. Si ha habido preocupación por el tema, ha sido por parte de las empresas e instituciones que los ocupan, como una parte de la responsabilidad hacia sus empleados y otros que visitan las instalaciones. Pero la pandemia, trasmitiéndose mayormente por el aire, y sobre todo en espacios cerrados, ha elevado la preocupación a nivel de los gobiernos, comenzándose en algunos casos su regulación. El avance en las tecnologías tanto de medición de esa calidad, como de la gestión del impacto permite tanto la regulación como el control. Y ello llevará a algunas empresas a asumir su responsabilidad por esa calidad del aire, independientemente de que los gobiernos la regulen y las más ilustradas se adelantarán. 

Siendo la diseminación de información un instrumento potencialmente efectivo para estimular el comportamiento responsable, en las dos décadas recientes se han desarrollado múltiples esquemas voluntarios sobre el impacto en la sociedad y en el medio ambiente, liderados mayormente por los usuarios de la información.  Pero también en este caso están surgiendo demandas de obligatoriedad, mayormente por la gran proliferación de esquemas competitivos y su deficiencia para satisfacer a algunos stakeholders.  Son muchas las instituciones que están intentando harmonizar estos esquemas voluntarios, pero es la Comisión Europea la que tiene una visión más integral, con miras a su regulación. Y el progreso en este sentido también está siendo facilitado por los avances tecnológicos que facilitan la recopilación y el procesamiento de información relevante y oportuna. 

Consideremos brevemente las iniciativas de la Comisión Europea para poner orden en la información utilizada para reportar el comportamiento y para guiar las acciones responsables de las empresas e instituciones financieras. Simplistamente podríamos calificar estos esfuerzos en tres componentes: (1) información sobre sostenibilidad empresarial; (2) tipificación de las actividades que contribuyen a la mejora del medio ambiente y moderación del cambio climático; y, (3) información sobre los instrumentos financieros comercializados como sostenibles (Sustainable Finance Disclosure Regulation). Cuando se implementen serán regulaciones de cumplimiento obligatorio para las operaciones dentro de los países de la Unión Europea y tendrán efecto demostrativo para otros países. 

El primero se refiere a los requerimientos de reporte de información sobre la sostenibilidad de las empresas y es una revisión y ampliación de la de Directiva sobre información no financiera, [11]para lo cual está considerando una propuesta para un esquema de reportes de la información sobre sostenibilidad, (Corporate Sustainability Reporting Directive) que pretende sustituir su propia directiva y  los esquemas del SASB, GRI, IIRC, CDP, CDSB y suplementar las eventuales propuestas da las instituciones de contabilidad financiera (IFRS, IOSCO). [12] 

El segundo incluye una Taxonomía para la tipificación de proyectos y actividades que pueden considerarse como legitimas en los financiamientos que quieran llevar la denominación de verdes o sostenibles (no incluye lo social, se limita a lo “verde”).  Con ello se pretende limitar los abusos en estas denominaciones, que si bien incluyen alguna actividad relacionada no merecen ser consideradas como efectivas, con impacto tangible.  Actualmente hay pocos criterios para esa clasificación y el mercado de emisores e inversionistas no discrimina, ya que ambas partes se benefician de la denominación de sostenible o responsable. 

El tercero se refiere a la regulación de la información que los asesores, gestores de fondos de inversión e instituciones financieras que gestionan valores calificados como sostenibles, (aquí se incluyen todos los criterios ASG), deben divulgar a los potenciales inversionistas en cuanto a las características de sostenibilidad de los instrumentos financieros que ofrecen, sus riesgos, los posibles impactos adversos, la política y los procedimientos del gestor en cuanto a su diligencia debida sobre los valores y las empresas a considerar, entre otros requerimientos.  Esta iniciativa, como la anterior, pretende corregir los abusos que en la actualidad presentan muchos fondos de inversión de incluir solo algunos instrumentos considerados sostenibles o empresas de sostenibilidad dudosa.  Actualmente no hay criterios de aplicación aceptados sobre los que constituye un valor ASG o una empresa responsable.  De hecho, la regulación surge por irresponsabilidades en la comercialización de estos instrumentos. Es de esperar que, con su aplicación progresiva, pasen a considerarse como parte de la buena gestión de valores ASG, lo que analizaremos en la tercera parte. 

Y en la medida que se progrese en la capacidad de recopilar, procesar y divulgar información sobre la responsabilidad empresarial, es de esperar que la obligación de presentar información general a nivel de las empresas se extienda hacia la presentación de información específica sobre sus productos o servicios.  Así como ahora este regulada la etiquetación de algunos productos, por ejemplo, los comestibles, sobre su composición, su impacto sobre la nutrición y su origen, eventualmente se extenderá a sus impactos sobre el medio ambiente, sobre sus empleados, responsabilidad fiscal, impacto sobre la salud, etc. Claro está que todavía falta mucho progreso tecnológico para medir todos estos impactos de manera confiable a nivel de producto o servicio y la estandarización de la información de manera compacta.  Eventualmente habrá un código de barras o QR sobre la sostenibilidad que se podrá escanear en el móvil.  El avance tecnológico permitirá la regulación, lo cual proporcionará información a los stakeholders que quieran actuar en correspondencia. 

Toda esta larga disertación para argumentar que los avances tecnológicos, la velocidad, cantidad y ubiquidad de la información y las comunicaciones llevarán a ampliar el ámbito de las regulaciones, a una mayor responsabilidad empresarial. Si las empresas no son responsables por su cuenta habrá que hacerlas responsables, si no ven que algún comportamiento es un problema, habrá que hacérselos ver, pero si no responden a ello o si los stakeholders no actúan y todavía es un problema para la sociedad, habrá que regular el comportamiento. 

 


 

Pero de esta discusión no debemos concluir que la regulación es la solución a todos los problemas de irresponsabilidad empresarial.  Deben diseñarse e implementarse teniendo en cuenta algunos condicionantes: (1) las regulaciones además de beneficios tienen costos que deben ser evaluados; (2) no hay regulación que esté a prueba de la creatividad y recursos de las empresas, que suelen ser superiores a las del regulador, por lo que hay que emitirlas e implementarlas con juicio; (3) las regulaciones deben ser compatibles con la capacidad de implementarlas, monitorearlas y castigarlas de las instituciones correspondientes; (4) las regulaciones suelen originarse como consecuencia de comportamientos irresponsables de los irresponsables y se suelen diseñar para el más malo, lo que tiene costos que pueden ser excesivos para los buenos; (5) las regulaciones pueden coartar la innovación y los deseos de hacer el bien por parte de las empresas, estimulándolas a “hacer el mínimo requerido por ley”. 

La posibilidad de la regulación, y su eventual implantación impulsan la responsabilidad.  Y en el largo plazo, ello será (esperemos) simplemente buena gestión. 

II.             Tercera parte 

En la tercera y última parte de este artículo analizamos la convergencia entre responsabilidad y calidad de la gestión, impulsada por las tres fuerzas analizadas en esta parte su impacto en el valor de los intangibles y de la empresa. 



[1] Mientras escribía este artículo (junio 2021), el equipo de futbol Norwich City, recién ascendido a la Premier en Inglaterra, renunció al patrocinio de una empresa de apuestas, BK8, una semana después de firmado el contrato, porque “se dieron cuenta” que la empresa usaba la sexualidad femenina para promocionar las apuestas (doble irresponsabilidad).  Pero solo “se dieron cuenta” cuanto se enfrentaron a protestas masivas de los aficionados, léase los stakleholders. 

[4] En el caso de empresas de propiedad concentrada o familiar, los accionistas son dueños y dada la concentración de poder, tienen mayores derechos, pero aun en este caso no todos los beneficios financieros han sido generados exclusivamente con sus activos. 

[5] Este es un tema controversial y para no alargar la discusión recomendamos al lector leer los artículos El papel de la empresa en la sociedad: Por qué The Economist y Warren Buffett están equivocados y ¿De quién es la empresa? ¿Qué debe maximizar?. 

[6] Ver una lista parcial con 36 iniciativas propuestas en el decenio reciente en Los trece enemigos de la RSE(C): Los primeros seis. 

[7] Ver el artículo en dos partes Los trece enemigos de la RSE(C): Los primeros seis y Los segundos siete. 

[11] Para una comparación de la vigente NonFinancial Reporting Disclosure, NFRD con la propuesta CSRD, ver Q&A: Corporate Sustainability Reporting Directive (CSRD) Comment from CDP Europe on what the CSRD means for companies

[12] Hemos analizado esto en detalle en un artículo en dos partes, ¿Cuántos esquemas/estándares de información sobre sostenibilidad se necesitan? Primera parte: ¿Cuántos hay? y, Segunda parte: ¿Cuántos debe haber?