domingo, 17 de junio de 2018

La RSE en el libro Economía del bien común, de un premio Nobel




No, no le dieron el Nobel de Economía a Cristian Felber cuyas ideas (utópicas) comentamos en un artículo anterior (Economía del bien común y RSE: ¿Juegan en la misma liga?). Nos referimos al reciente libro del profesor Jean Tirole, Economía del bien común, (Premio del Banco Nacional de Suecia en Ciencias Económicas en honor a Alfred Nobel). Es una pena que el título en español sea el mismo  que el de Felber y se puedan confundir.  Nos parece que en inglés el título es más acertado, Economía para el bien común, o sea, como puede la economía servir al bien común (aunque el original en francés es “del”). No analizaremos el libro (son 560 páginas), nos concentraremos en una sección del capítulo 7, Gobernanza y Responsabilidad Social de la Empresa, donde se cubre la RSE.

El profesor Tirole es ampliamente conocido (entre economistas expertos) por sus investigaciones y publicaciones en la teoría de juegos y organización y regulación industrial, por las que fue reconocido con el premio Nobel en 2014.  Su obra es de un elevado nivel teórico, con extenso uso de las matemáticas, accesible solo a expertos.  Afortunadamente este libro está escrito en prosa y, aunque es denso en lenguaje técnico, es legible para los que han tomado algunos cursos de microeconomía.

¿Por qué vale la pena comentar el capitulo?  Cuando vi que el libro, de un premio Nobel, tenía una sección sobre la RSE lo compré pensando que daría luces sobre el tema, que tendría una contribución, que añadiría valor. Resultó que sí vale la pena comentarlo, pero más bien por la decepción que produce el tratamiento del tema. A lo mejor mis expectativas eran demasiado elevadas para una sección de un capítulo, de un libro de economía general.

Responsabilidad social de la empresa al revés

La sección está basada en una concepción superada de lo que es la RSE.  Parte de la antigua definición de la RSE de la Unión Europea, de que la RSE es algo adicional, voluntario, ir más allá de la ley (ver mi artículo Como interpretar LA definición de la RSE).  Y su principal argumento es que son los stakeholders los que se sacrifican para que la empresa pueda ser responsable ante la sociedad.  Para él solo existen tres grupos de stakeholders: inversionistas responsables, empleados y consumidores, ignorando los directivos, la sociedad civil y los gobiernos, entre otros.

No ve la responsabilidad empresarial como una decisión gerencial, como la iniciativa de los que gestionan la empresa. Según el libro la empresa no se interesa por sus stakeholders, son éstos los que determinan la responsabilidad de la empresa.  De hecho, usa un término inusual, “filantropía delegada”, para referirse a ello, como si los stakeholders se sacrificaran por la empresa, como si los stakeholders le delegaran su filantropía a la empresa, filantropía al revés.  Supuestamente los inversionistas responsables están dispuestos a recibir menores rendimientos por invertir en empresas que respetan los derechos humanos, que pagan sueldos justos, etc.  Los consumidores pagan más por los productos porque son producidos responsablemente.  Los empleados se sacrifican por la empresa. Es al revés de la visión prevalente de que la empresa asume su responsabilidad ante la sociedad, porque es su responsabilidad, y ésta la recompensa, a veces, con su favor. No son los stakeholders los que “le dan” a la empresa. 

Si bien es cierto que son estos stakeholders, y los demás no mencionados, los que presionan o hacen que las empresas sean responsables, no lo pone en ese contexto, sino en el de que son ellos con su “filantropía delegada” a la empresa los que la hacen ser responsable.  

Otro de los impulsores que menciona es la de la visión de largo plazo, pero de nuevo en un contexto inverso.  Para el autor no son los dirigentes los que impulsan esa visión, son los inversionistas responsables los que con su activismo fuerzan esa visión.  Esto contradice la experiencia en la práctica.  Los inversionistas activistas se preocupan mayormente de los beneficios en el corto plazo, coartando con su accionar esa visión de largo plazo.  Y los inversionistas responsables, a los que les debería preocupar esa visión, suelen ser muy poco activistas y ser pasivos. 

Aunque ello está cambiando, los activistas por el largo plazo son todavía la excepción y solo es común es en las empresas de propiedad concentrada en pocos dueños (ver Mucho ruido, pocas nueces: Activismo de fondos de inversión). Y basa sus argumentos en que los inversionistas invierten en las empresas con horizontes de largo plazo, cuando la realidad es que la tenencia de acciones en empresas es, en el promedio, de cortísimo plazo. Si no les gusta lo que hace la empresa, venden sus acciones o tratan de cambiar a la gerencia (pero es excepcional y suele ocurrir para aumentar aún más los beneficios) (ver ¿Pueden las empresas responsables resistir los embates de los activistas financieros?).  Su posición es al revés de la visión prevalente.

Como tercer impulsor de la RSE menciona la filantropía corporativa, que asocia al “sacrificio de beneficios”.  Repite la gastada cita de Milton Friedman (aquello de que el negocio de las empresas es hacer negocios y que filantropía corresponde a las personas) y no añade nada a la discusión.

Y tiene otro argumento al revés. Dice: “los consumidores, empleados e inversionistas presionarán a la empresa a comportarse éticamente solo si entienden claramente los efectos de ese comportamiento”. Y si no entienden los efectos, ¿serían indiferentes?  La visión prevalente es de que muchos de estos stakeholders son indiferentes y corresponde a la empresa y algunos otros stakeholders (sociedad civil, medios, etc.) informarles para respondan al comportamiento responsable de la empresa, y así se puedan realizar algunos beneficios financieros de su responsabilidad (el argumento empresarial).

Concluye

Finalmente, la responsabilidad social corporativa, la inversión socialmente responsable y el comercio justo son compatibles con una economía de mercado. Representan una respuesta que es tanto descentralizada como parcial (debido al problema del aprovechado) a la cuestión de como proveer bienes públicos.  Tendrían menos espacio en un mundo en que el estado fuera más efectivo y benevolente, representativo de la voluntad de los ciudadanos: pero en mundo real, hay lugar para estas iniciativas éticas de parte de los ciudadanos y las empresas, y espero haber ayudado a clarificarlo (mi traducción de la versión en inglés, énfasis añadido)

No, no lo ha clarificado.  El objetivo de la responsabilidad social de la empresa no es la provisión de bienes públicos ni es la substitución de las fallas del estado. El objetivo es asumir responsabilidad por sus impactos pasados, presentes y futuros y los que quiera tener para contribuir a una mejor sociedad, altruistica o interesadamente.  Aunque el estado fuera efectivo y benevolente, la responsabilidad de la empresa es la misma.  Sus impactos son independientes de la efectivad y benevolencia del estado.  Sólo en el caso de que la empresa quiera contribuir a resolver fallas del estado (salud y educación, por ejemplo) para tener una sociedad mejor en la que logar sus objetivos estaría proveyendo algunos bienes públicos, generalmente limitados a su entrono operativo.

En aras de la transparencia

Tengo que confesar que no he leído el resto del libro.  Es citado como uno de los mejores libros del 2017 en Economía por el Financial Times, Microsoft, The Times, Bloomberg, etc. y las reseñas suelen ser muy favorables.[i] El libro es popular en España y Francia, mucho menos en EE.UU.  En su defensa diré que la RSE no suele ser el punto fuerte de la teoría microeconómica y no ha sido objeto de mucha atención.  Es un tema más investigado y estudiado por las demás ciencias sociales, las “menos duras” (la tendencia en los economistas es a considerarla una ciencia dura, al nivel de las ciencias naturales, física, química, matemáticas, etc.).

P.S. Espero que el lector me perdone por el atrevimiento de criticar a un Premio Nobel de Economía.  Existe la posibilidad de que no haya entendido sus argumentos……que fueron escritos hace ya varios años.



[i] El libro ha sido objeto de por lo menos dos breves artículos del profesor Antonio Argandoña en su blog, Un buen libro de economía, y De nuevo, sobre un buen libro de economía.

domingo, 10 de junio de 2018

La RSE en el documento del Vaticano Oeconomicae et Pecuniariae Quaestiones



Este es un documento relativamente sorprendente por su amplia cobertura, su precisión en el uso de los términos y la claridad sobre lo que debe ser la responsabilidad de los mercados, de las instituciones financieras, de las empresas, de los dirigentes y de la sociedad civil, en particular de las personas y de las instituciones educativas, para promover el bien de la sociedad. En este artículo hago un análisis del documento y extraigo las lecciones más destacadas que contiene para la responsabilidad social de la empresa.

Dos instituciones de la Iglesia Católica han publicado documento para llamar la atención sobre las deficiencias éticas del sistema financiero en atender las necesidades del desarrollo humano y sobre sus responsabilidades. La Congregación para la Doctrina de la Fe y del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, publicaron en mayo del 2108 el documento  Oeconomicae et Pecuniariae Quaestiones: Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero (fechado el 6 de enero). 

I.                Introducción.

El documento es una exposición relativamente técnica que parece más un manifiesto para la reforma del sistema financiero que una exposición de principios de la Doctrina Social de la Iglesia en la gestión de ese sistema.  La mayor parte del documento parece escrito por expertos en temas económico-financieros aunque los sitúa en el contexto de un lenguaje religioso.  Trata temas claves para la operación del sistema financiero, como los abusos en la elusión fiscal, los centros offshore, high-frequency trading, derivados financieros, credit default swaps, fijación de la tasa LIBOR, elevadas tasas de interés, y titularización entre muchos otros.  En particular denuncia los abusos de las instituciones financieras en vender productos complejos a un público sin cultura financiera (usando el término técnico de información asimétrica) e introduciendo la noción de “inmoralidad próxima” que resume muy bien el problema ético:

“……hay que destacar que en el mundo económico y financiero se dan casos en los cuales algunos de los medios utilizados por los mercados, aunque no sean en sí mismos inaceptables desde un punto de vista ético, constituyen sin embargo casos de inmoralidad próxima, a saber, ocasiones en las cuales con mucha facilidad se generan abusos y fraudes, especialmente en perjuicio de la contraparte en desventaja….”

Recuerda mucho la Encíclica del Papa Francisco Laudato si: Sobre el cuidado de la casa común sobre el medio ambiente (que fue analizada en mi artículo Encíclica Laudato si: Implicaciones para la responsabilidad de las empresas ante la sociedad) que contiene también un análisis técnico muy riguroso sobre las consecuencias de las irresponsabilidades en la gestión del medio ambiente para el desarrollo del ser humano y poniéndolas en el contexto del impacto sobre la calidad y dignidad de la vida.  Esta encíclica estaba dirigida al público en general. De hecho, fue emitida antes de las reuniones para aprobar el Acuerdo de París sobre el cambio climático, y fue ampliamente difundida en forma impresa y electrónica.  El presente documento parece ser más bien para uso especializado y no ha tenido mucha difusión. No obstante, contiene una serie de consideraciones que son relevantes para la responsabilidad social de la empresa y aunque no parece ser su objeto primordial, el denominador común sí es la responsabilidad de los entes económicos. El objetivo es presentar una serie de consideraciones para la operación y reforma del sistema financiero para alienar sus objetivos con el bien común.

Lamenta el egoísmo como fuente de muchos de los males: “Es cada vez más claro que el egoísmo a largo plazo no da frutos y hace pagar a todos un precio demasiado alto; por lo tanto, si queremos el bien real del hombre verdadero para los hombres, «¡el dinero debe servir y no gobernar!  Un discurso del Cardenal Ratzinger en el 1985 ponía este egoísmo como necesario para el funcionamiento de los mercados: “….la economía del mercado descansa en los efectos beneficiosos del egoísmo y su limitación automática a través de egoísmos que compiten entre sí….”, pero si están debidamente canalizados y sus excesos controlados.

II.              Implicaciones para la responsabilidad.

En esta nota no comento los fundamentos teológico-morales del documento (excede mi capacidad) y me limito a destacar y comentar las consideraciones que hace el documento sobre la responsabilidad social de la empresa, de las instituciones financieras, de los individuos y hasta de las escuelas de negocios.  Si bien el objeto del documento es llamar la atención sobre las deficiencias éticas del sistema financiero el hilo conductor es la responsabilidad en el intercambio económico-financiero y en las relaciones entre las partes. [i]

1.      Responsabilidad de los mercados.

El documento no es una crítica de los mercados ni de la libre empresa, sino del cómo se usan y abusan las instituciones y los instrumentos.  Y como había dicho el Cardenal Ratzinger en un discurso citado: “La economía está gobernada no sólo por las leyes económicas sino que está también determinada por el comportamiento del hombre”.

Sin embargo, es asimismo evidente que ese potente propulsor de la economía que son los mercados es incapaz de regularse por sí mismo: de hecho, estos no son capaces de generar los fundamentos que les permitan funcionar regularmente (cohesión social, honestidad, confianza, seguridad, leyes...), ni de corregir los efectos externos negativos (diseconomy) para la sociedad humana (desigualdades, asimetrías, degradación ambiental, inseguridad social, fraude...)…..no pocos piden la superación del principio tradicional del caveat emptor (“¡atento, comprador!”). Este principio, según el cual incumbiría ante todo al comprador la responsabilidad de verificar la calidad del bien adquirido, presupone, de hecho, la igualdad en la capacidad de proteger el propio interés por parte de los contrayentes; lo que, de hecho, hoy en día en muchos casos no existe, ya sea por la evidente relación jerárquica que se instaura en algunos tipos de contratos (como entre prestamista y el prestatario), ya sea por la compleja estructuración de muchas ofertas financieras.

No solo hay una gran asimetría en la información (que el documento tilda de inmoral al llamarla “inmoralidad próxima”, término no económico-financiero), sino además en el poder de las partes y no es factible esperar que el “comprador” tenga la capacidad de discernimiento sobre todo ante temas tan complejos, ni que toda la carga debe recaer sobre él.  De allí la responsabilidad de las instituciones de ese mercado:

La experiencia de las últimas décadas ha demostrado con evidencia, por un lado, lo ingenua que es la confianza en una autosuficiencia distributiva de los mercados, independiente de toda ética y, por otro lado, la impelente necesidad de una adecuada regulación, que conjugue al mismo tiempo libertad y tutela de todos los sujetos que en ella operan en régimen de una sana y correcta interacción, especialmente de los más vulnerables. En este sentido, los poderes políticos y económico-financieros deben siempre mantenerse distintos y autónomos y al mismo tiempo orientarse, más allá de toda complicidad nociva, a la realización de un bien que es tendencialmente común y no reservado a pocos sujetos privilegiados.

Así, todo progreso del sistema económico no puede considerarse tal si se mide solo con parámetros de cantidad y eficacia en la obtención de beneficios, sino que tiene que ser evaluado también en base a la calidad de vida que produce y a la extensión social del bienestar que difunde, un bienestar que no puede limitarse a sus aspectos materiales. Todo sistema económico legitima su existencia no sólo por el mero crecimiento cuantitativo de los intercambios económicos, sino probando su capacidad de producir desarrollo para todo el hombre y todos los hombres. Bienestar y desarrollo se exigen y se apoyan mutuamente, requiriendo políticas y perspectivas sostenibles más allá del corto plazo.

2.      Responsabilidad de la empresa.

Como base de la responsabilidad está el comportamiento de los dirigentes, que el documento destaca que tienen incentivos para actuar que no están alineados con los de la sociedad a la que deben servir:

En este sentido, donde el mero beneficio se sitúa en la cima de la cultura de una empresa financiera, ignorando las simultáneas necesidades del bien común –….. Esto resulta mucho más acentuado por el hecho de que, en tal lógica organizativa, aquellos que no se adecuan a los objetivos empresariales de este tipo, son penalizados tanto a nivel retributivo como de reconocimiento profesional. En estos casos, la finalidad del mero lucro crea fácilmente una lógica perversa y selectiva, que a menudo favorece el ascenso a la cima empresarial de sujetos capaces pero codiciosos y sin escrúpulos, cuya acción social es impulsada principalmente por una ganancia personal egoísta,

Y estos incentivos son perversos ya que además propician una visión cortoplacista y la toma de riesgos elevados por la asimetría entre los beneficios que los dirigentes pueden obtener y los costos que en todo caso son atribuidos a la empresa y a veces a la sociedad.

Además, esta lógica obliga con frecuencia a la administración a actuar políticas económicas encaminadas, no a impulsar la salud económica de las empresas a las que servían, sino a incrementar solo los beneficios de los accionistas (shareholders), perjudicando así los intereses legítimos de todos aquellos que, con su trabajo y servicio, operan en beneficio de la misma empresa, así como a los consumidores y a las varias comunidades locales (stakeholders). Y todo ello, a menudo, estimulado por enormes remuneraciones proporcionales a los resultados inmediatos de la gestión (por lo demás no equilibradas con equivalentes penalizaciones en caso de fracaso de los objetivos), que, si bien a corto plazo aseguran grandes ganancias a los directivos y accionistas, terminan por propiciar la aceptación de riesgos excesivos y dejar a las empresas debilitadas y empobrecidas de las energías económicas que les habrían asegurado perspectivas adecuadas de futuro.

Inclusive exponen un concepto que no es muy común en la discusión de la responsabilidad y es el que los actores hacen un análisis de costo-beneficio sobre los beneficios de cometer un delito y los costos de las eventuales sanciones, o sea, un costo-beneficio del delito (el profesor Gary Becker obtuvo el Premio Nobel en Economía en 1992 por sus trabajos en este sentido).

Todo esto fácilmente genera y difunde una cultura profundamente amoral –en la que con frecuencia no se duda en cometer un delito, cuando los beneficios esperados superan las sanciones previstas– y contamina seriamente la salud de cualquier sistema económico-social, poniendo en peligro su funcionalidad y dañando gravemente la realización efectiva del bien común, sobre el cual se fundan necesariamente todas las formas de socialización.

Y destaca la necesidad de cambiar la cultura de la empresa (nada, nada fácil, ver  Cultura empresarial y cultura de responsabilidad social. IVa. Parte: ¿Cómo debe ser la cultura para que sea de responsabilidad?) para cambiar las prioridades y los incentivos al comportamiento.  Y nos recuerda que la responsabilidad social de la empresa no es algo marginal u ocasional (mantra ampliamente repetido en la RSE).

Por lo tanto, es urgente una autocrítica sincera a este respecto, así como una inversión de tendencia, favoreciendo en cambio una cultura empresarial y financiera que tenga en cuenta todos aquellos factores que constituyen el bien común. Esto significa, por ejemplo, que hay que colocar claramente a la persona y la calidad de las relaciones interpersonales en el centro de la cultura empresarial, de modo que cada empresa practique una forma de responsabilidad social que no sea meramente marginal u ocasional, sino que anime desde dentro todas sus acciones, orientándola socialmente.

Todo lo clave en la RSE está cubierto, hasta el argumento empresarial (business case) de que la responsabilidad empresarial puede llevar a un circulo virtuoso de mayor productividad de los empleados, mayor aceptación por los clientes y menores riesgos:

Precisamente aquí, la circularidad natural que existe entre el beneficio –factor intrínsecamente necesario en todo sistema económico– y la responsabilidad social –elemento esencial para la supervivencia de toda forma de convivencia civil– está llamada a revelar toda su fecundidad, mostrando el vínculo indisoluble…. entre una ética respetuosa de las personas y del bien común, y la funcionalidad real de todo sistema económico-financiero. Esta circularidad virtuosa es favorecida, por ejemplo, por la búsqueda de la reducción del riesgo de conflicto con los stakeholders, como asimismo por el fomento de una mayor motivación intrínseca de los empleados en una empresa…….  Sólo del reconocimiento y potenciación del vínculo intrínseco que existe entre razón económica y razón ética puede emanar un bien que sea para todos los hombres.

Y claro está, hay que cumplir con las leyes y regulaciones, que muchas veces son deficientes o están por detrás de los tiempos.  Pero aun el compliance no es suficiente ya que suele operar en el mínimo necesario para salir adelante y aun apelando al análisis del costo-beneficio de la violación de las regulaciones (ver mi artículo ¿Basta con compliance?).

….deben contar …..control de conformidad (compliance), o autocontrol de la legitimidad de los principales pasos del proceso de decisión y de los productos más importantes ofrecidos por la empresa. Sin embargo, cabe señalar que, al menos hasta un pasado muy reciente, la práctica del sistema económico-financiero se basa en gran parte en un juicio puramente negativo del control de conformidad, es decir, sobre un respeto meramente formal de los límites establecidos por las leyes vigentes. Desafortunadamente, de esto también deriva la frecuencia de una praxis de hecho elusiva de los controles normativos, es decir, de acciones destinadas a zafarse de los principios normativos vigentes, cuidándose bien, empero, de no contradecir explícitamente las normas que los expresan, para evitar sanciones.

3.      Responsabilidad de la sociedad civil, nosotros incluidos. [ii]

Y también, como se alega en la literatura de la RSE, la responsabilidad de las empresas no es sólo responsabilidad de las empresas, es responsabilidad también de los gobiernos y de la sociedad civil, incluidos nosotros y las instituciones educativas.  En particular destaca el poder que deben ejercer los consumidores a través de las compras responsables.

Hacer la compra, acción cotidiana con la que nos dotamos de lo necesario para vivir, implica también una selección entre los diversos productos que ofrece el mercado. Es una opción que a menudo realizamos de manera inconsciente, comprando bienes cuya producción se realiza, por ejemplo, a través de cadenas productivas donde es normal la violación de los más elementales derechos humanos o gracias a empresas cuya ética, de hecho, no conoce otros intereses sino los de la ganancia de sus accionistas a cualquier costo.

Es necesario seleccionar aquellos bienes de consumo detrás de los cuales hay un proceso éticamente digno, ya que incluso a través del gesto, aparentemente banal, del consumo expresamos con los hechos una ética, y estamos llamados a tomar partido ante lo que beneficia o daña al hombre concreto. Alguien ha hablado, en este sentido, de “votar con la cartera”: se trata, en efecto, de votar diariamente en el mercado a favor de lo que ayuda al verdadero bienestar de todos nosotros y rechazar lo que lo perjudica.

En realidad, cada uno de nosotros puede hacer mucho, especialmente si no se queda solo. Muchas asociaciones con origen en la sociedad civil son, en este sentido, una reserva de conciencia y responsabilidad social, de la que no podemos prescindir.
            
4.      Responsabilidad de las escuelas de negocio.

Y cerramos con uno de mis temas favoritos: la responsabilidad ante la sociedad de las escuelas de negocios, y de la educación en general en educar a los ciudadanos y futuros dirigentes en la toma de decisiones que consideren no solamente los factores económico-financieros a título individual y a nivel de la empresa (más fáciles de identificar), sino que tomen en cuenta el impacto que tienen sobre el bien común, sobre el bienestar de la sociedad y el medio ambiente en el largo plazo.

Y esta educación no se puede hacer modificando algunos aspectos de la educación tradicional, añadiéndole algunos cursos electivos, o incluyendo algunos casos de ética y responsabilidad en los cursos de economía, fianzas, mercadeo, gestión de recursos humanos, etc. Como si fueran algo “especial”, no parte de lo básico.  Se requiere una reorganización a fondo de cada curso, de cada instrumento educativo, para que cubran los diferentes factores que deben entrar en la toma de decisiones para el bien de la sociedad y no sólo los monetarios.

Y así como en las empresas los dirigentes tienen los incentivos perversos, también en las escuelas de economía y negocios sus dirigentes y sus profesores también los tienen.  Ambos persiguen fines egoístas y muchos se dedican a la producción de investigación, usando recursos de la sociedad, que les permitan avanzar en sus carreras a través de publicaciones que tienen poca contribución a esa sociedad que los financia.  Y los mismos profesores son el principal obstáculo para el cambio de enfoque en la enseñanza ya que quieren amortizar la inversión en su propia educación (seguir enseñado lo que les enseñaron y aprendieron) y en los materiales docentes que han venido desarrollando.

Decíamos en Responsabilidad en la enseñanza en las escuelas de negocios  Hay que introducir la visión del impacto global, de la ética y de la responsabilidad en todos los cursos, en el ADN (perdón por lo del ADN) de la enseñanza en las escuelas de negocios, no solo en cursos especializados. Hay que inculcar la visión de la contribución de las decisiones sobre el valor de la empresa y su impacto en la sociedad, sobre el largo plazo. La maximización del valor de la empresa no es incompatible con la maximización de los valores.”  Sobre esto el documento dice:

En este sentido, donde el mero beneficio se sitúa en la cima de la cultura de una empresa financiera, ignorando las simultáneas necesidades del bien común –…cosa que hoy se señala como un hecho generalizado incluso en prestigiosas escuelas de negocios (business schools) – toda instancia ética viene de hecho percibida como extrínseca y yuxtapuesta a la acción empresarial.

En este sentido, es deseable que, sobre todo las universidades y las escuelas de economía, en sus programas de estudios, de manera no marginal o accesoria, sino fundamental, proporcionen cursos de capacitación que eduquen a entender la economía y las finanzas a la luz de una visión completa del hombre, no limitada a algunas de sus dimensiones, y de una ética que la exprese.

III.            En resumen.

El documento es un verdadero resumen de la responsabilidad de los participantes en el intercambio económico financiero.
 
Debe buscarse siempre el beneficio, pero nunca a toda costa, ni como referencia única de la acción económica….Ningún beneficio es legítimo, en efecto, cuando se pierde el horizonte de la promoción integral de la persona humana, el destino universal de los bienes y la opción preferencial por los pobres.

Reitera lo expresado en la Encíclica Centesimus Annus del Papa Juan Pablo II del año 1991, una frase muy sucinta que resume la responsabilidad social de la empresa:

Los beneficios son un elemento regulador de la vida de la empresa, pero no el único; junto con ellos hay que considerar otros factores humanos y morales que, a largo plazo, son por lo menos igualmente esenciales para la vida de la empresa.


[i] El documento ha sido comentando por el profesor Antonio Argandoña en El sistema financiero bajo la lupa ética, cuya lectura recomendamos. 

[ii] Ver mi análisis de esta responsabilidad en Responsabilidad de la Sociedad Civil ante la sociedad (10 abril 2016).



domingo, 3 de junio de 2018

Capitalistas del mundo: ¡Uníos!




La revista The Economist publicó un artículo el 3 de mayo Rulers of the world: read Karl Marx!  On his bicentenary Marx’s diagnosis of capitalism’s flaws is surprisingly relevant (Gobernantes del mundo: ¡Leed a Karl Marx! En su bicentenario, su diagnóstico sobre las fallas del capitalismo es sorprendentemente relevante) e incluye el siguiente texto (mi traducción, énfasis añadido):

Marx argumentaba que el capitalismo es en esencia un sistema de extracción de rentas: en vez de crear riqueza de la nada, como les gustaría imaginar, los capitalistas están en el negocio de la expropiación de la riqueza de los demás.  Marx estaba equivocado acerca del capitalismo en estado crudo: hay grandes emprendedores que hacen fortunas inventando nuevos productos o nuevas maneras de organizar la producción.  Pero estaba en lo cierto en cuanto al capitalismo en estado burocrático. Un deprimente número de dirigentes son burócratas empresariales y no creadores de riqueza, que usan convenientes fórmulas para asegurarse que sus salarios suben continuamente.  Trabajan de la mano con otra multitud de rentistas, como los consultores gerenciales (que inventan nuevas modalidades de extraer rentas), miembros del Consejo, profesionales en ello (que alcanzan estas posiciones al no agitar las aguas), y políticos retirados (que pasan el ocaso de sus vidas chupando de las empresas que antes regulaban).

Sin comentarios.  ¡Marx no lo podía haber dicho mejor¡