I.
Introducción
En la primera
parte de este artículo, El círculo vicioso populismo-desconfianza, comentábamos el auge en los últimos años del
populismo y nacionalismo, en ambos extremos del espectro político, que está
introduciendo elementos de incertidumbre
en los niveles económico, político y social al proponer alterar de forma
significativa el status quo. Comentábamos además una reciente encuesta
sobre la confianza del público en general y del público informado en particular
en las instituciones (gobiernos, empresas, sociedad civil y medios), en la que
se mostraba una pérdida de confianza en los cuatro grupos, lo que también
introduce incertidumbres en cuanto al comportamiento de ese público.
Si bien esta pérdida de confianza coincide con el
auge del populismo no se puede demostrar fehacientemente que hay causalidad, que
uno cause el otro. Es
presumible que esa pérdida de confianza en los gobiernos pueda alimentar
rechazo hacia el status quo, que
generalmente no está en los extremos del espectro (salvo recientemente en
algunos países) y alimentar el populismo-nacionalismo de los extremos, lo que
contribuye a su vez a una pérdida de confianza en los gobiernos, en un círculo
vicioso. Y esto se extiende hacia otras
instituciones del status quo.
La pérdida de confianza en el sector empresarial está
alimentada por los comportamientos irresponsables de algunas grandes empresas
multinacionales, ampliamente difundidos en los medios, en cuanto a corrupción,
elevados sueldos de directivos, evasión y elusión fiscal entre otros. Esto
también puede alimentar el populismo y el nacionalismo ya que ambos extremos
del espectro no suelen ser partidarios del poder que ejercen las empresas. En
cuanto a los medios, la pérdida de confianza puede deberse a la proliferación
de los mismos y la tendencia de la población a creer solo en lo que uno ya
cree, de allí que habiendo muchos medios con opiniones diferentes a la nuestra
no se perciben como confiables. La diversidad de opiniones en los medios,
que debería apreciarse, puede contribuir a la desconfianza en el sector como un
todo.
En la primera
parte habíamos dejado en suspenso una serie de preguntas como: ¿Qué
pueden/deben hacer las empresas dentro de sus estrategias de responsabilidad
ante la sociedad ante el impacto de estas tendencias en SU sociedad (gobiernos,
trabajadores, clientes, medios, etc.)?
¿Deben ser indiferentes? ¿Deben tratar de paliar sus impactos negativos?
¿Deben alinearse al populismo y sobrevivir lo mejor posible? En pocas palabras,
¿Cómo afecta todo esto a las estrategias
de responsabilidad de las empresas? En esta segunda parte trataremos de responder
a estas preguntas y presentar los cambios en las estrategias empresariales de
responsabilidad ante la sociedad que parecen ser necesarios para hacer frente
al entorno de auge del populismo y pérdida de confianza en las instituciones.
No consideraremos si el populismo-nacionalismo es
bueno, malo o neutro para la sociedad, en el largo plazo. Sin duda que habrá diferencias de opinión,
pero la más generalizada puede ser que, en virtud de las experiencias con estas
ideologías políticas, no es lo más conveniente para la sociedad. No obstante en la discusión que sigue
tomaremos una posición neutra y consideraremos las estrategias de la empresa con
respecto a las tendencias.
II.
Implicaciones para la responsabilidad de
la empresa
Esta situación
presenta una serie de retos para las empresas en general, aunque cada una será
afectada de forma diferente, en función de la situación de su propio entorno,
de cómo están siendo afectados sus principales stakeholders, pero en todo caso deberán ajustar, de alguna manera,
sus estrategias de responsabilidad ante la sociedad. El
populismo-nacionalismo suele destacar las fallas de los gobiernos en atender la
problemática social, lo que en principio debería ser rectificado por los mismos
gobiernos, pero las empresas que operan en el entorno de estas fallas se pueden
ver en la necesidad de contribuir a remediar algunas, como parte de su
responsabilidad social, pero además para evitar la profundización del populismo. Los extremos políticos suelen alimentar
desconfianza hacia los gobiernos y las empresas, hacia las élites políticas y
comerciales, que no atienden al “pueblo” (populismo) o no defienden como
deberían los intereses de la “nación” (nacionalismo).
En esos entornos la sociedad suele tener expectativas
elevadas sobre el papel que las empresas pueden/deben jugar en contribuir a
paliar esas deficiencias sobre todo por el impacto sobre la gente: empleados,
clientes, proveedores y comunidad. Claro está que cada empresa será afectada de forma diferente. En algunos países los impactos serán mínimos,
en otros los impactos serán significativos (el más dramático, como consecuencia
del populismo-nacionalismo de EE.UU. será el caso de México). Lo mismo sucederá con los diferentes sectores
industriales, algunos de los cuales (por ejemplo, los productores intensivos en
mano de obra) se verán más afectados que otros.
Hay países donde estas tendencias no están siendo sentidas, pero no es
descartable que se extiendan por contagio, sobre todo si los partidos
populista-nacionalistas tienen éxito electoral en otros países.
La pérdida de confianza del público en el sector
empresarial y la consecuente pérdida de reputación,
resultado del comportamiento irresponsable de algunas empresas y estimulada
además por los extremos políticos, puede hacer necesario tomar acciones para recuperar esa confianza, profundizando sus
acciones de responsabilidad ante SU sociedad, diferenciándose de las empresas irresponsables.
Estos movimientos
hacia los extremos conducen a mayor incertidumbre, en la población en general y
en las empresas en particular. Tradicionalmente las ideologías políticas que se
aglutinan alrededor del centro, izquierda y derecha, pero fuera de los extremos,
suelen conducir a mayor estabilidad política, aun cuando pueda haber alternancia
que implica cambios, pero no tan radicales como lo serían con los extremos. La
empresa entonces se verá afectada también por los mayores riesgos comerciales
que este aumento en la incertidumbre política, económica y social pueda
generar.
A.
Nuevo balance en la relación
empresa-sociedad
La tendencia en la ideología política desde el
centro hacia los extremos afectará el balance que toda empresa trata de
mantener entre la primacía que se le otorga a los accionistas/ dueños versus
otros stakeholders., o sea, su papel
en la sociedad. Se puede hacer una analogía entre el espectro
político y el espectro empresarial. Un
reciente artículo en la revista The
Economist, Businesses
can and will adapt to the age of populism, tipifica a las empresas, en cuanto a ese balance,
en seis categorías (el artículo las llama “sectas”, connotando ideologías
doctrinarias). En un extremo, digamos el
derecho, están las empresas que solo consideran los intereses de los
accionistas/dueños, capitalismo puro. En
el otro extremo, digamos el izquierdo, están las empresas que consideran
solamente los beneficios a la sociedad (algunas empresas públicas y algunas sin
fines de lucro), socialismo puro. Entre
los extremos están la gran mayoría de las empresas. En realidad no hay un número definido de
categorías, aunque para ilustrar la discusión pueda ser aceptable. Lo que hay es un continuo en el que las
empresas se mueven dependiendo de su situación financiera.
En función de la discusión precedente sobre las
tendencias en el espectro político y su impacto en la responsabilidad
empresarial, es más preciso decir que las empresas definen ese balance en
función del entorno, no solo económico-financiero, sino también social y
político, con las presiones o demandas que puedan ejercer los stakeholders.
Esta tipificación no es muy diferente a la tipificación de las
ideologías políticas que comentábamos en la primera parte, hay partidos de
ultraderecha, como hay empresas que solo responden ante los accionistas/ dueños
y hay partidos de extrema izquierda como hay empresas que solo se preocupan de
los beneficios a la sociedad (empresas sociales). Entre los extremos están las empresas que
tratan de balancear los intereses de los accionistas con los de la sociedad,
priorizando en mayor o menor medida uno de ellos. Cada empresa es diferente y gestiona ese balance en función de su
situación.
Lo cierto es que en la situación política, social
y económica actual es de esperar que todas las empresas se muevan un poco a su
izquierda, unas más otras menos, con mayor preocupación por las necesidades y
expectativas de la sociedad. La encuesta sobre la confianza reveló la preocupación del público por las
consecuencias negativas de la globalización, por los cambios tecnológicos y la
velocidad de cambio del sector empresarial, que los están dejando atrás e
incidiendo negativamente en su seguridad laboral.
Pero la
percepción del público es que las élites buscan soluciones que mejoren el
impacto de la globalización pero sin afectar sus privilegios y el poder
adquirido, no están sobre la mesa la eliminación de los beneficios fiscales y
los tecnicismos (loopholes) que
permiten la evasión y elusión fiscales. La percepción, alimentada por el
populismo-nacionalismo, es que se pretende reducir la desigualdad sin que los
de arriba compartan con los de abajo, sin tener que reducir sus privilegios,
sino subiendo los niveles económicos de los de abajo. Esto que es laudable parece ser poco efectivo. El público en general está cansando de
esperar que le lleguen las ganancias de la globalización y esto es lo que
explota el populismo-nacionalismo. Y como dice el presidente de Edelman en
la presentación del 2017
Edelman Trust Barometer, “La responsabilidad recae en las empresas, la institución que todavía
mantiene alguna confianza de los escépticos sobre el funcionamiento del
sistema, de probar que es posible defender los intereses de los accionistas y los
de la sociedad”
Podríamos decir que se impone una revisión de los
aspectos materiales para la empresa tomando en consideración la evolución
posible del entorno. Aquí se pueden aplicar, conceptualmente, las
lecciones de las instituciones financieras que han debido hacer “stress tests” para simular lo que sería
su situación financiera bajo diferentes escenarios adversos, con el objeto de
fortalecer su resiliencia. Para la
materialidad de las empresas no es el caso de hacer análisis tan rigurosos pero
sí se deberían considerar estos cambios en la situación de los principales stakeholders al actualizar el ejercicio
de materialidad. No se pueden seguir haciendo con el supuesto de “business as usual”, haciendo ajustes menores al ejercicio del año
pasado.
B.
¡Es la gente!
Como
mencionábamos en la primera parte el populismo-nacionalismo basa su atractivo en
apelar al “pueblo”, a las masas de personas que se sienten excluidas de alguna
manera de la participación en la actividad económica, que el “sistema” no
beneficia. El aumento de la desconfianza
refleja la opinión de la población, tanto general como de la informada, sobre
las instituciones que forman parte del sistema.
Ambas tendencias tienen un
denominador común: el descontento de la gente y la desconfianza en que la
situación mejorará.
Antes de la
crisis financiera, para enfatizar la importancia de que la situación económica
tenía sobre el bienestar de la población se acuñó el lema Its the economy, stupid
(es la economía, tonto). Con la reciente
tenencia hacia el populismo y nacionalismo, se ha destacado la importancia de
la política en la vida cotidiana, más allá de la economía y ahora el lema podría
ser It´s
the politics, stupid. Pero el
impacto que la nueva situación económica y política tiene nos lleva a que el
lema actual debería ser It´s the people, stupid. Y ello no solo debe ser la preocupación de
los gobiernos, pero ahora más que nunca, también lo debe ser de las empresas. Todo pasa por la gente. Las empresas
funcionan a través de la gente.
C.
Siete imperativos para las empresas en
tiempos revueltos
Estos cambios en
el entorno en que operan las empresas (cambio tecnológico, desigualdad,
precariedad del empleo, incertidumbre económica, política y social, etc.) que
afectan a la gente (empleados, clientes, suplidores de dinero, productos y
servicios, gobernantes, etc.) deben
conducir a una reevaluación de sus actividades en siete áreas, que dada la
situación de descontento y desconfianza llamaremos “imperativos”.
Lo más fácil
sería llamarlos tendencias, como es tan común para despertar interés, pero ello
implicaría que son el resultado de acciones tomadas por la mayoría, como los
son las tendencias políticas y de confianza que hemos mencionado. Por otra parte, lo de “tendencias” se ha
convertido en un cliché, muy abusado, todo es una tendencia. “Imperativos”
lo define mejor ya que son acciones que las empresas deben abordar, cada una de
acuerdo a sus circunstancias, de acuerdo a sus capacidades financieras y
gerenciales, para hacerle frente al entorno que se está desarrollando, para
recuperar la confianza y contribuir a mejorar la calidad de vida de la
población. Aunque toda
generalización corre el riesgo de mostrarse equivocada, los listamos en orden que
suponemos de relativa prioridad, aunque para cada empresa y cada país será diferente.
- Condiciones laborales
No es de esperar
que de pronto las empresas decidan compartir los dividendos con la población,
pero sí deben, en la medida de lo posible mejorar las condiciones laborales o
evitar su deterioro. Los empleados de la
empresa son su principal punto de encuentro con la problemática que enfrenta la
población en general. Según la encuesta
de confianza, los empleados son el principal factor en el establecimiento de la
confianza en las empresas, de allí que ante las condiciones descritas las
condiciones laborales pasan a tener todavía más importancia. Es muy posible que las empresas no puedan
mitigar los impactos sobre sus empleados pero si pueden ayudarlos a afrontar
mejor la situación. Como mencionamos en
la primera parte, el principal temor es el mantenimiento del empleo. Lamentablemente
el capital humano no se incluye en la contabilidad de la empresa y son muchas
las que “no saben lo que tienen”, el costo de crearlo y el valor que le
proporciona a la empresa (la mayor parte del valor de las empresas basadas en
el conocimiento es el valor humano). El valor de este capital debe reconocerse
en las decisiones y, ante la situación analizada, debe preservarse más que
nunca. Las reducciones de personal, si fueran indispensables, se deben
tratar con mucha cautela, mitigando su impacto ofreciendo oportunidades
alternativas, como por ejemplo la reducción de la jornada laboral para todos,
trabajo a tiempo parcial para algunos, excedencias de costo compartido para
estudiar, entre muchas otras (ver mi artículo Capital
humano: ¿Está en el capital de la empresa?).
Ante los avances tecnológicos
y los cambios de toda índole adquiere más importancia la revalorización de ese
capital a través del entrenamiento y desarrollo profesional y el dotar a los empleados de las destrezas
necesarias para el futuro, para absorber los impactos del cambio. Las mujeres, con sus múltiples responsabilidades
en el hogar y en el trabajo pueden ser más afectadas y se deben tomar las
medidas para reducir la brecha salarial y prestar especial atención a su
desarrollo profesional. La brecha salarial entre los directivos y el
personal de base debería ser reducida, al ser una de las principales razones de
la pérdida de confianza en las empresas.
En general, se hace necesario reducir la incertidumbre al mantener a los
empleados informados y, en la medida de lo posible, involucrarlos en la gestión
y escuchar sus preocupaciones y opiniones.
Sería de esperar que, entre los aspectos materiales,
las condiciones laborales subieran en importancia.
- Acercamiento a los stakeholders
El
populismo-nacionalismo y la desconfianza en las instituciones abre brechas
entre los diferentes grupos de personas y entre estos y las mismas
instituciones, que no son conducentes para el desarrollo armónico de la
sociedad. Las empresas deberán hacer más
esfuerzos para acercarse a sus stakeholders,
en especial los representados por personas, como los empleados, clientes y
líderes gubernamentales, en contraposición a los representados por
instituciones como los medios, inversionistas institucionales, instituciones
financieras, etc. Este acercamiento a
través de la comunicación más directa
posible puede contribuir a recuperar la confianza y la reputación, ambos
indispensables para asegurar la colaboración de estos stakeholders en las operaciones de las empresas. El “capital relacional” (uno de los seis capitales en los informes
integrados), la inversión
de la empresa en el mantenimiento y profundización de las relaciones, adquiere
mayor relevancia.
Arriba
mencionábamos el caso de los empleados y aquí comentaremos solo el caso de los clientes para no alargar más. Estos son también claves para la
supervivencia de la empresa y en las condiciones mencionadas los clientes
tienden a extender la pérdida de confianza en términos generales sobre el
sector empresarial, a aspectos específicos de las empresas, sospechando que estas
los engañan, ya sea con el precio, contenido, calidad, garantías, etc. Aquí opera el efecto aureola, por el cual
impresiones sobre algún aspecto conocido de las empresas se extienden a otros
aspectos no conocidos (ver mi artículo ¿Se puede manipular la reputación?: El efecto
aureola), para bien o para mal.
- Desarrollo local
El auge del populismo-nacionalismo y la
desconfianza sobre las instituciones están contribuyendo a una priorización de
lo local, de lo conocido, con una animadversión y desconfianza hacia lo de
afuera, hacia los inmigrantes. Ambos
movimientos impulsan hacia el “parroquialismo”, el nativismo.
Esto a pesar de la ubiquidad de la información que en principio debería ampliar
la visión. Ello se refleja en la
encuesta en la confianza que demuestran los encuestados hacia las personas más
cercanas, hacia las que piensan como ellos y la desconfianza hacia los medios
informativos cuyas posiciones son diferentes a las suyas.
Los encuestados también
responden en forma mayoritaria que aprueban del proteccionismo y creen que el
libre comercio conduce a la pérdida de empleo.
Si ello es cierto o no, no es tan importante como que lo creen y actúan
en base a ello. Ello tiene importantes implicaciones para la empresa sobre todo
para la que opera en diferentes regiones o países. En
este entorno la empresa no debería hacer gala de externalización de la
producción y debería dar mayor importancia a lo local, al bienestar de la
comunidad circundante, a fomentar el desarrollo económico local, comprando los
insumos que sea posible localmente, promoviendo a las empresas locales, dando
preferencia a los empleados locales, reinvirtiendo en la comunidad. Este imperativo económico social complementa
la ventaja de la compra de lo producido localmente por razones ambientales.
- Responsabilidad en la
gestión financiera
Como
mencionábamos, la encuesta reveló que gran parte de la desconfianza en las
empresas se debía a aspectos que podríamos agrupar colectivamente bajo el
nombre de gestión financiera, aspectos relacionados con la responsabilidad en
el pago de impuestos (evasión, elusión), la corrupción y los elevados sueldos
de los ejecutivos. Si bien es cierto que
esto puede ser un problema limitado a algunas empresas, la gran difusión que
han tenido estos malos comportamientos y la magnitud financiera de las
irresponsabilidades hace que el público lo extrapole a todo el sector empresarial. Pagan justos por pecadores. De
allí que las empresas inocentes de estos abusos deben hacer esfuerzos para
diferenciarse de los culpables y obviamente no incurrir en estos crímenes o
abusos de poder.
- Comunicación
El
populismo-nacionalismo tiene la tendencia a hacer ver a las empresas como
enemigos del pueblo, como explotadores de la clase obrera, lo que conjugado con
el comportamiento irresponsable de algunas empresas contribuye a la
desconfianza de la población. La
comunicación empresarial tiene una serie de funciones que cumplir ante esta
situación:
- · Transparencia. La empresa, en estas situaciones de desconfianza, debe informar de sus actividades, en especial de su gestión financiera, y particularmente de la fiscal, de la contribución que hacen al desarrollo del capital humano, al desarrollo local, a la protección y promoción del medio ambiente. Y debe hacerlo seleccionando el tipo de información y el medio que sea más afectivo para cada grupo de stakeholders.
- · Gestión de imagen de humildad. La imagen de la empresa que se desarrolla en estas situaciones de desconfianza es, en general, de una institución arrogante, elitista, egocéntrica, desinteresada de la problemática de la población. Las actividades que reflejan la responsabilidad de la empresa ante la sociedad debe ser comunicada efectivamente para combatir esta imagen. No se trata de gestionar la reputación sino de ganársela a base de acciones, pero comunicándolas oportunamente (ver mi artículo ¿Reputación como fin o como resultado de la RSE?). Los ejecutivos, en vez que querer aparecer en eventos que lo hacen parecer como una parte de la élite, deben buscar ocasiones para aparecer más como parte del pueblo y cercano a sus preocupaciones, más identificado con la realidad local, más allá de la entrega de cheques gran tamaño y poco monto, deben hacer acciones legítimas de solidaridad y apoyo. Se debe gestionar la “humildad” de la empresa.
- · Identificación con el “pueblo”. O sea, con sus empleados, con sus clientes, con sus suplidores, con la comunidad. De allí que los informes deberán mostrar la preocupación de las empresas por los problemas que más afectan e interesan a la población. No se trata de hacer demagogia, ya bastan los populista-nacionalistas, sino de enfatizar estos aspectos de entre las múltiples actuaciones de las empresas. Los informes no pueden seguir siendo para las élites de expertos en sostenibilidad. Como la prioridad para la empresa de algunos stakeholders aumentará deberán cambiar los aspectos que se pueden considerar materiales y el correspondiente reporte.
- · Credibilidad. Si bien no es parte del estudio de confianza de Edelman, existen muchas evidencias de la poca credibilidad en la comunicación empresarial y más aún cuando hay tantos casos de irresponsabilidad en empresas que se han presentado como responsables. Ante esta situación aumentarán los intentos para presentar a la empresa como creen que el público la quiere ver, haciéndose lavados de cara (greenwashing), tratando de convencer al público que en efecto se preocupan de sus problemas. Y aun de tomar acciones que tengan mucha visibilidad aunque poco impacto. Poco a poco el público está aprendiendo a ver detrás de las máscaras y el uso de estas tretas puede ser muy contraproducente y reforzar la desconfianza hacia las empresas. Las empresas deberán asegurar que la información sea creíble, por su contenido, por su oportunidad, por su relevancia y deberán buscar respaldarlo con evidencias creíbles. En vista de la poca credibilidad de los medios adquirirá aún más importancia la comunicación directa con los stakeholders clave.
- El papel público del
sector privado
La empresa, por su importancia en la actividad
económica y su gran capacidad tanto para hacer el bien como para hacer el mal,
puede y debe jugar un papel en el desarrollo de las políticas del estado que la
afecten y afecten a sus stakeholders,
particularmente a sus empleados. Lo más común es que las empresas con gran poder quieran políticas públicas
que le sean favorables. Harán cabildeo
para evitar las regulaciones o mitigar sus impactos. En algunos casos, ya sea por poder ya sea por
ideología política del gobierno nacional o local de turno, llegan a capturarlos. En general, en el caso del populismo de
izquierda ello es menos probable por diferencias ideológicas. En los populismos y nacionalismos de derecha
y gobiernos no extremistas de derecha suele haber mayor congruencia ideológica con
el sector empresarial y su influencia puede llegar a ser perniciosa para el
bienestar social.
La empresa socialmente responsable no debería
intervenir en los procesos electorales o el financiamiento de partidos políticos
pero sí puede, y en algunos casos debe, intervenir en la formulación y
supervisión de las políticas públicas que le conciernen. Pero si es verdaderamente responsable no
lo hará para aprovecharse a título individual sino para asegurarse que las
políticas están adecuadamente formuladas, que no interfieren inadvertidamente
en la actividad empresarial y que sean implementadas y regidas de forma
efectiva. En este sentido es más creíble y responsable participar a nivel
agregado, ya sea a nivel de todo un sector industrial o todavía mejor a nivel
de todo el sector privado. Obviamente
que debe evitarse la captura del gobierno, que debe mantener su independencia y
asesorarse con expertos independientes, por ejemplo con académicos y de la
sociedad civil para balancear el poder empresarial.
En gobiernos
populista-nacionalistas esta tarea adquiere mayor importancia pero también
mayor dificultad ante el tradicional antagonismo con el sector privado. Como comentábamos
en la primera parte estos gobiernos supuestamente
se preocupan del pueblo, pero de lo que consideran SU pueblo, que no es todo,
que suele ser solo un segmento de la población, por lo que sus políticas públicas
pueden una visión muy estrecha. Esto
hace aún más necesaria la participación del sector privado.
Un caso muy paradigmático de esto es el del
reciente gobierno populista-nacionalista de EE.UU, que parece tener como uno de sus objetivos deshacer
lo hecho por el gobierno anterior sin tener una idea clara de las consecuencias
de las nuevas regulaciones o la eliminación de otras y del impacto que la
incertidumbre crea en el sector privado.
Uno de sus primeros decretos ha sido que por cada nueva regulación que
se implante se deben eliminar dos. Sin
entrar a discutir las implicaciones prácticas de esto y los abusos y juegos a
los que se presta, es un caso en el cual el sector empresarial puede ofrecer
consejo. Algo parecido sucede en otras políticas, particularmente las referidas al
comercio internacional con tendencia hacia el proteccionismo y a la creación de
empleo local sin importar los costos que ello conlleve para el resto de la
población. También hay intentos de
revertir políticas que prohíben la discriminación por raza, género, religión y
orientación sexual. Una empresa
responsable debe preocuparse por estas tendencias.
Esto ha estimulado a algunas empresas a intervenir. El nuevo gobierno está cambiando muchas políticas públicas sin la diligencia
debida ya que se han perdido los controles y equilibrios tradicionales de las
democracias. El partido gobernante controla
el ejecutivo, el legislativo y controlará la Corte Suprema aunque no el resto
del sistema judicial. El partido demócrata se ha vuelto impotente al no tener
poder en el Congreso y el republicano está más preocupado de avanzar su agenda
legislativa interna y les preocupa poco que el Presidente pretenda gobernar por
decreto (aunque algunos cambios de políticas requerirán de legislación). Solo hay algunos senadores de ese partido con
la voluntad de controlarlo, dentro de los límites de su poder numérico. Buena parte de la sociedad civil está
haciendo muchos esfuerzos en la forma de protestas y denuncias, pero con el
poder autocrático que ejerce la Presidencia es poco lo que está logrando más allá
de convencer a los convencidos.
El sector empresarial debe ejercer su poder de
convencimiento para asegurar que las medidas son conducentes a un desarrollo
económico y social equitativo. Prácticamente
es el único “poder” que queda y a lo mejor, por sus antecedentes, el Presidente les escucha. Pero aun estos están siendo “capturados” (al
revés de lo común esta vez el “capturador” es el sector público) a través de
promesas de desregulación, reducción de impuestos e inversiones en
infraestructura. Ante las amenazas del
Presidente de perjudicar a quien exprese opiniones contrarias han sido muy
pocos los que se han atrevido a ofrecer opiniones y si son adversas los
populistas-nacionalistas piden boicot de sus productos o servicios. Quedarán los que tengan el coraje de arriesgar
su ira y que expresen el daño que las políticas económicas y sociales pueden causar
a toda la población.
Y este es un
ejemplo, relativamente dramático, de una de las responsabilidades (de política)
de las empresas ante la sociedad. Recordemos que el sector privado es el
principal empleador en la inmensa mayoría de los países, al que se le exige
responsabilidad con la sociedad.
Pero los gobiernos populista-nacionalistas solo se preocupan de un
segmento de la población, que no coincide con la “sociedad”. En el caso de EE.UU. el “pueblo” que está
siendo defendido es el grupo que declinó la balanza electoral a favor del
Presidente, como habíamos mencionado en la primera parte (mayormente hombres de
la clase obrera de raza blanca con menores niveles de educación). En los primeros días del nuevo mandato hubo
manifestaciones de mujeres en los cinco continentes en contra de las
anticipadas políticas de discriminación.
Una de estas directrices
de política, la de prohibición de la entrada de todo tipo de refugiados y de
los ciudadanos de siete países mayormente musulmanes (aun cuando fueran
residentes permanentes del país y tuvieran visas válidas), es la que mayor
reacción ha causado en el sector privado ya que consideran que afecta a sus
empleados, clientes, etc., ya sea directamente o como cuestión de
principio. 97 presidentes de empresas, mayormente del área tecnológica, han
expresado públicamente su oposición a esta Directiva y se han unido a la
demanda de su ilegalidad. Algunos están
financiando la defensa de los afectados y otros han renunciado a participar en
el Consejo Asesor Empresarial al Presidente. El CEO de Uber tuvo que
abandonar el consejo por presión de sus stakeholders,
en particular de los usuarios (más de 200.000 se dieron de baja). Algo parecido sucedió con uno de los
empresarios más cercano a Trump, el presidente de Tesla (vehículos a batería)
que moderó significativamente su posición al recibir masivas de cancelaciones
de pedidos. Ejemplos del poder de los stakeholders. Por otra parte se han producido pedidos de
boicot de los afines al gobierno contra Starbucks, entre otras empresas, por
ofrecer apoyo a refugiados y estar en contra de las medidas discriminatorias,
pero que han tenido la reacción opuesta de favorecer a la empresa.
El sector privado no puede permanecer indiferente
ante políticas públicas que afecten negativamente a sus stakeholders, especialmente a empleados y clientes, aunque es claro que esto debe manejarse
con cautela ante las consecuencias negativas que puede tener para la
empresa. Algunos directivos han
reaccionado a la presión de sus stakeholders,
otros lo han hecho por principios.
- Desigualdad
Como analizábamos
en la primera parte, una de las
principales quejas de la población, que ha estimulado el auge del
populismo-nacionalismo y el rechazo al libre comercio y movimiento de personas
y capitales, ha sido la persistente desigualdad entre países e intra-países entre
las oportunidades e ingresos de sus habitantes. Y la percepción es que esta desigualdad se
está ampliando. Si bien las empresas
tienen limitado poder para revertir estas tendencias, por lo menos pueden tomar
acciones para paliar sus impactos entre sus empleados y, en la medida de lo
posible, en las comunidades en que opera.
Sus principales herramientas son la creación y mantenimiento de empleo
digno, sin discriminación por género, y
el favor a las poblaciones de bajos ingresos como suplidores de mano de obra
y/o de productos y servicios (negocios inclusivos). Se hace más importante trabajar con la gente, no solo para la gente, como bien expresó el
papa Juan Pablo II, hace más de 25 años, en la encíclica Centesismus Annus.
En buena medida
los recientemente acordados Objetivos de
Desarrollo del Milenio, ODM, pretenden contribuir a paliar los efectos de
las desigualdades y el impacto de la globalización sobre las poblaciones más
vulnerables. En el artículo Objetivos
de Desarrollo Sostenible: ¿Qué pueden/deben hacer las empresas? hacíamos un extenso análisis sobre las
posibilidades de las empresas de contribuir al logro de esos ODM, y no vale la
pena repetirlo aquí, solo añadir que la participación empresarial tiene ahora
también un interés egoísta de ganarse la confianza de la población y reparar la
brecha que se está abriendo.
III.
En resumen
Esta situación de
pérdida de confianza en las instituciones, incluyendo en el sector empresarial,
y el auge del populismo-nacionalismo que fomenta lo local, prioriza el “poder
del pueblo”, desalienta el libre flujo de personas, capitales, bienes y
servicios, entre otros, tiene un importante impacto sobre la operatoria de las
empresas y el resto de la sociedad. La relación empresa-sociedad adquiere mayor
realce y debe ser gestionada, no solo para mitigar los impactos negativos y
potenciar los positivos de las actividades empresariales sobre la sociedad sino
además para reducir la brecha de confianza que se abre entre ambos partes. Las
empresas deberán ajustar sus estrategias de relacionamiento con la sociedad.
Para ello hemos
propuesto siete imperativos en la actuación de las empresas: especial atención a las condiciones laborales, en particular todos los aspectos referentes
al empleo y el desarrollo de su personal; el acercamiento a ciertos grupos de stakeholders
representados por personas para recuperar su confianza e involucrarlos en
algunas actividades; potenciar el
desarrollo local a través del apoyo al desarrollo de la comunidad y la
adquisición de bienes y servicios, especialmente de mano de obra en el mercado
local, incluyendo el apoyo al desarrollo de empresas locales; mayor
responsabilidad en su gestión financiera en lo que se refiere al pago de
impuestos, corrupción y brecha salarial; la
renovación y reenfoque de las actividades de comunicación con el público
para recuperar la confianza, mejorando su transparencia, efectividad,
acercamiento a la gente y la credibilidad de la información; su participación
en el desarrollo de políticas públicas
conducentes al desarrollo armónico de la sociedad y a potenciar su propio
papel; y, la contribución a la mitigación de los impactos de la desigualdad.
Esta situación
que se ha ido desarrollando en los últimos años, ha puesto de manifiesto que el
punto clave de preocupación de gobiernos y empresas debe ser la gente, toda la gente, no solo alguna. La clave está en la gente. It´s the people, stupid.
Y ante la
percepción, justificada o no, de elitismo, soberbia, egoísmo, avaricia y
desinterés por los problemas de la sociedad que tiene buena parte de la
población sobre las empresas, afianzada por el populismo-nacionalismo, la humildad empresarial se debe poner de
moda.
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