Además de los
consabidos impactos sobre la economía, la salud, la movilidad, el estilo de
vida, etc. la pandemia ha realzado la relevancia de las empresas y la
centralidad de las personas, lo cual tiene un profundo impacto sobre el
comportamiento responsable de esas empresas.
Cada empresa ha
sido afectada de manera diferente por lo que es muy difícil generalizar. Lo único que es
universalmente cierto es que todo ha cambiado.
Todo ha cambiado y hay que adaptarse y sobre todo buscar mayor efectividad
de unos recursos que han cambiado y que se han hecho más escasos. Pero con
responsabilidad, sin improvisaciones por la premura.
En este artículo nos concentraremos solamente
en dos efectos muy destacables[1]:
- La relevancia de las empresas, y
- la centralidad de la persona.
I.
La relevancia de la empresa
La crisis ha
colocado a las empresas en primera fila, en gran parte por el impacto inmediato sobre
la actividad económica y sobre todo en el empleo, en el trabajo, pero en gran
parte porque los gobiernos se han demostrado lentos, deficientes,
descoordinados. Y las empresas están
demostrando agilidad, flexibilidad, capacidad de adaptación.
En varias encuestas se ha comprobado que los
empleados están depositando su fe en las empresas, de que los apoyarán a
superar la crisis. Sus expectativas son de que los empleadores serán parte
de la acción en temas sociales, que permitirán su empoderamiento personal
y les darán oportunidades de empleo, que no los abandonarán. La
población en general ve a las empresas como capaces de lograr ambos
objetivos: hacer dinero y mejorar la condición social. El principal temor
expresado por los empleados es la pérdida del empleo. Si antes era por efecto de los cambios
tecnológicos y por la falta de las destrezas necesarias, ahora se añade la
crisis sanitaria. Tienen las
expectativas de que los dirigentes, CEO, tomen el liderazgo del cambio
en vez de esperar que sean los gobiernos los que lo impongan.
La gran mayoría de los empleados cree que las empresas tienen la
responsabilidad de proteger a sus empleados, (¿creen
que tienen o desean que asuman?) que deben proteger el bienestar y la seguridad
financieras de sus empleados y suplidores, aun a costa de sus beneficios. Creen que las empresas deben tomar el
liderazgo y que tienen la responsabilidad de contribuir a la solución de
la crisis, y dicen que recordarán a las empresas que han contribuido después de
que pase la crisis.
Lo cierto es que las
empresas han adquirido preponderancia, se habla más de ellas y han aumentado
considerablemente las expectativas de la sociedad sobre su papel, porque
muchos de los gobiernos se han mostrado lentos e inciertos, y porque la crisis
afecta muy dramáticamente a las personas y a sus ingresos económicos, que para
una gran mayoría proviene de las empresas. A diferencia de los
gobiernos, muchas empresas han demostrado agilidad, creatividad,
acceso a recursos humanos, tecnológicos y financieros, lo cual las coloca en
una posición de mayor responsabilidad ante la sociedad. Las empresas operan en un entorno
continuamente cambiante, lo que las hace desarrollar capacidades de adaptación,
de resiliencia, a diferencia de algunos gobiernos que suelen tener inercia
en sus actuaciones, más acostumbrados al status quo. Su lenta y descoordinada respuesta a la
crisis es prueba de ello.
Pero las empresas no
son omnipotentes, sufren tanto como las personas, no tienen capacidad de hacer
de todo, de hecho, la han perdido.
Sería de
esperar que, cada una de acuerdo con sus capacidades, contribuyeran de
alguna manera a la solución del problema. Claro está que la gran
mayoría de ellas también han sido muy afectadas negativamente y su capacidad
de contribuir se ha disminuido. Muchas dependerán de los esfuerzos de los gobiernos para
apoyarlas financieramente a seguir adelante. Y ojalá recuerden que
parte de esos recursos vienen de los pagos de impuestos pasados y futuros por
parte de las personas.
II.
La persona como centro de acción
Tanto porque las cosas las hacen las personas
como porque siendo una crisis sanitaria y económica son los más afectados, en
ambos frentes (sin decir el emocional).
1.
Impacto económico
La principal
expectativa sobre las empresas es de que continúen operando para mantener la
producción de bienes y servicios necesarios para la sociedad y ser fuente de
empleo, que permita a las personas mantener su (reducido) tren de vida. Y esta es
posiblemente la principal expectativa que se tiene de las empresas: que en
la medida de lo posible no disminuyan el empleo. Lamentablemente
la reducción del costo de la nómina es una de las maneras más efectivas de
reducir costos ante la merma de los ingresos.
En su contribución a la paliar la parte
económica de la crisis, algunos gobiernos, con capacidad financiera, como
EE.UU., dan subsidios a los trabajadores y aumentan los beneficios al
desempleo. Otros, mayormente en Europa, subsidian
parte de la nómina de las empresas mas afectadas y con menor capacidad y con
ello las personas siguen siendo empleados, manteniendo sus expectativas de
empleo, su dignidad personal, esperando que cuando la crisis pase, las
empresas puedan volver a cubrir la nómina.
Y este contraste entre el enfoque de
EE.UU., y el de algunos países europeos, es muy ilustrativo de los
objetivos subyacentes de la contribución.
En el caso de EE.UU. la razón de ser del subsidio es la reactivación de
la economía. Se envían cheques a los
contribuyentes, por debajo de cierto nivel de ingresos, empleados o
desempleados, para que lo gasten y ejerzan el efecto multiplicador en la
actividad económica (claro está, además paliando los efectos negativos sobre su
situación económica). En el caso europeo
el subsidio es a la empresa para que cubra parte de la nómina y mantenga
los beneficios sociales, y no tenga que despedir al trabajador, con la
expectativa de que al resolverse la crisis el empleado siga teniendo el
empleo. En EE.UU. la economía es
prioritaria; en Europa lo es la persona y su dignidad.
Además de la relación empresa-persona via el empleo,
debemos considerar la relación empresa-persona como clientes. La gran mayoría de sus trabajadores y/o
clientes personales están endeudados y/o tienen compromisos financieros
que deben atender con el flujo de caja que proporcionan los
salarios. Muchos no tienen los ahorros necesarios como para pasar
varios meses sin ingresos. Las empresas que puedan deberían apoyar a
sus trabajadores tratando de mantener ese flujo de caja y/o reducir la
carga de los pagos que tienen que hacer sus clientes (hipoteca, alquiler,
seguros, educación, servicios domiciliarios y otros pagos periódicos), posponiéndoles
o condonándoles parte de las obligaciones. Le puede convenir más a
la empresa continuar con el cliente, ayudándolo en el corto plazo, que perderlo
en el largo.
La crisis está golpeando a todos, personas,
empresas, gobiernos, instituciones, etc. pero no es solo una crisis sanitaria y
económica, es además una crisis de equidad social. Está
golpeando con más intensidad a las poblaciones de bajos ingresos, a las
personas solas, a las personas mayores, que tienen menores posibilidades de
protegerse, menos reservas financieras para aguantar el paso de la
crisis. Y que son las más afectadas por el impacto sanitario al
vivir en condiciones donde la transmisión del virus es más favorable: concentración
de personas, bajas condiciones higiénicas, vulnerabilidad (salud, edad, etc.).
Y el impacto en la
educación exacerba la desigualdad social, en el presente y potencialmente más
en el futuro, ya que solo los alumnos de familias de mayores ingresos y que asisten a colegios
bien dotados son los que pueden continuar la educación a distancia. Los de menores ingresos suelen ir a escuelas
donde los maestros no tienen ni la preparación ni la tecnología para mantener
esa educación a distancia. Puede que, a
primera vista, no parezca un problema de la empresa, pero si coloca a la
persona como centro de su atención también deberá considerar hacer lo que
pueda, dentro de su limitaciones, para paliar este problema, a sus empleados y
de ser posible apoyar a la comunidad.
Y son las personas
en peor situación económica, con menos educación, con menor movilidad las que
están sufriendo más y las son las más fáciles de prescindir. La empresa tiene muy poco invertido en ellas. Y si en la recuperación las vuelven a
necesitar, encontraran una abundante oferta de trabajo a bajos costos.
Pero, ¿deben aprovecharse de esta
circunstancia? No, deben tomar las medidas
posibles para protegerlos. Una empresa que reconoce el valor de la persona, más
allá de su costo, antes de reducir nomina debe considerar otras medidas:
- Apoyo gubernamental para el empleo.
- Reducción de las horas laborales, pero manteniendo la plantilla.
Solidaridad.
- Reducción de sueldos de los que más ganan.
- Mantener algunos beneficios sociales sobre todo el seguro de salud.
- Jubilaciones anticipadas.
- Utilización de vacaciones acumuladas, etc.
La prioridad de las
empresas debe ser la protección de los activos para la recuperación, pero deben
reconocer que uno de sus principales activos es el capital humano. Lamentablemente,
la contabilidad de los capitales conspira contra la consideración de este
capital. La maquinaria, las edificaciones, las cuentas por cobrar están en el
balance de la empresa, pero no lo está el capital humano, que para muchas
constituye su principal capital: el conocimiento, la experiencia, la capacidad
de innovación, etc. de sus empleados.
Han invertido mucho en la acumulación de ese
capital a través del reclutamiento, entrenamiento, desarrollo implícito y
explícito, pero no lo cuentan. Solo cuentan la reducción de
costos cuando reducen personal, muchas veces sin darse cuenta ello
conlleva la pérdida de ese capital. [2]
Uno de los
principales efectos de la crisis en las empresas debería ser la
concientización del valor de ese capital humano, de que todo revuelve alrededor
del mismo. Debemos
pasar de considerarlo un recurso, disponible a demanda, a ser un capital que no
se puede malgastar, que hay que proteger y ojalá algún día se concienticen de
que hay que invertir en él y aumentarlo. La persona debe pasar de ser
un “recurso humano” a un “capital humano”.
2. Cambio en el entorno laboral
El entorno laboral también ha cambiado. Uno de los primeros impactos ha sido el
cambio en la presencia física en el lugar de trabajo. Algunos personas han
podido continuar el trabajo desde sus hogares, pero ello es posible, en general,
solo para trabajadores de cierto grado de sofisticación, trabajos basados en el
conocimiento, no en el contacto físico, lo que suele ser posible para trabajadores
con mayores sueldos. Requieren de la
tecnología adecuada, que no está disponible para todos. No suele estar
disponible para los más vulnerables.
Esto ha tenido algunas grandes ventajas. Ha permitido la continuidad de la
actividad económica en muchos sectores, la protección del empleo, la
flexibilidad laboral, tan necesaria cuando las escuelas están cerradas. Pero
también tiene desventajas. Aparte de afectar negativamente a las personas más
vulnerables, tiene consecuencias potencialmente negativas para la
empresa y sus empleados.
Con el teletrabajo es más difícil mantener la
camaradería y la colaboración entre trabajadores, el aprendizaje con la discusión
de diferentes puntos de vista, aumenta el aislamiento mental y emocional, se
pierde el sentido de pertenencia a un grupo con objetivos comunes. La cultura de la
organización se pone a riesgo. Se corre
el riesgo de desarrollar “máquinas humanas”, que no sienten identificación con
la empresa.
Será mucho más difícil lograr el desarrollo personal
y en especial el profesional, al estar relativamente aislado de la
“acción”.
Y este
involucramiento, sentido de pertenencia, de unidad, de colaboración, de equipo
es esencial para mantener la cultura de responsabilidad social.
Ente estas circunstancias, la empresa debe tomar
acciones que contrarresten los aspectos negativos. En particular se debe
reevaluar el relacionamiento del trabajador con sus superiores y sus
compañeros, cómo van a cambiar sus funciones y tareas, cómo se va a evaluar su
desempeño. Ahora se va a tener que basar en la confianza mutua, en la
flexibilidad, en la negociación y en protocolos de comunicación. El papel
del supervisor debe cambiar. De jefe que
da instrucciones debe pasar a mentor, coordinador, aglutinador, protector de la
cultura, guardián de la humanidad de los subordinados.
Se corre el riesgo
de reconsiderar a la persona como un recurso tecnológico, uniforme, de fácil
reposición. La crisis debería aprovecharse para poner a las personas en el
centro de la gestión, y con ello los valores que van asociados, como empatía,
colaboración, solidaridad y honestidad, en el trato con otros, internos y externos.
3. La nueva filantropía [3]
Y la filantropía adquiere
mayor relevancia. La urgencia está en paliar
el problema, sacar el agua del bote que se hunde, pero luego hay que sacarlo a
flote, a mitigar el impacto negativo en el largo plazo.
Algunas empresas también están en capacidad de
ayudar a las poblaciones de menores ingresos y a los más necesitados, ya sea
priorizando el mantenimiento de su empleo ya sea potenciando sus acciones
filantrópicas, en especial las empresas con productos y servicios de primera
necesidad como alimentos y salud.
También es de
esperar que las empresas pongan sus capacidades tecnológicas al servicio de la
solución y recuperación de la pandemia, ya sean solas ya sea en alianzas con otras, como lo están haciendo las
que acumulan información sobre desplazamientos y las que ponen a disposición de
los investigadores y personal sanitario sus capacidades de computación y
comunicación. Empresas de logística pueden poner sus
servicios de almacenamiento y transporte al servicio de las necesidades de
control de la pandemia. Empresas de confección y de
productos para el hogar pueden convertir temporalmente su producción a
artículos de necesidad inmediata, escasas, como las batas y máscaras sanitarias
o los productos de limpieza y desinfección.
Ante el impacto desproporcionado de la
pandemia sobre las poblaciones más vulnerables, de menores ingresos y de
menores niveles de destrezas laborales, es ser necesario extender la
filantropía más allá de los stakeholders materiales y pasar a
enfatizar el argumento moral de la responsabilidad, hacer el bien porque es
lo justo, sobre el argumento empresarial de hacer el bien porque rinde
beneficios.
Pero con ello se aumenta el riesgo de utilizar
la filantropía como instrumento para disminuir la responsabilidad ante la
sociedad en lo que verdaderamente tiene impacto de largo plazo o de usarla para
tapar las irresponsabilidades. La reducción de la nomina no se puede tapar
con donaciones de alimentos o medicamentos, por muy necesario que ello sea en
las actuales condiciones.
III.
En resumen
Para las empresas los principales cambios
serán una mayor atención a los temas relacionados con: (1) la
supervivencia financiera, (2) prevalecerá todavía más el corto-placismo, (3) la
búsqueda de la flexibilidad operativa y, (4) el localismo, la atención a “los
nuestros”. La resiliencia tendrá
prioridad sobre la responsabilidad. “Blindar la empresa”.
Pero ello debe
hacerse manteniendo a la persona en el centro de la acción.
Habrá que adaptarse y reinventarse para a la
nueva realidad, pero con responsabilidad. Las empresas buscarán adaptarse reduciendo
costos, reinventarse, haciendo las cosas de modo diferente, pero todo esto hay
que hacerlo teniendo a la persona en el centro de la actuación. Sí, reducir costos, cambiar procesos, productos, etc. pero
con responsabilidad, tomando en cuenta el impacto no solo sobre las finanzas de
la empresa, sino además sobre la sociedad, las personas, y especialmente sus
empleados. Habrá que hacer los compromisos necesarios.
En la premura por sobrevivir y resistir no se puede olvidar el largo plazo
La responsabilidad
social de la empresa ante la sociedad está cambiando de magnitud, de contexto y
de ámbito de actuación, y la persona debe ser el centro sobre el que gira este
cambio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario