Aunque el tema de
las virtudes y defectos de la maximización
de los beneficios como objetivo para la gestión de la empresa se ha
debatido mucho, todavía vale la pena insistir sobre ello porque sigue siendo
una opinión muy prevalente entre directivos de empresa a pesar de sus efectos
perniciosos sobre la sociedad. Aunque ya lo hemos analizado (¿Quién
determina cuáles son los objetivos de la empresa? ¿Debe maximizar los
beneficios?), aprovechamos
para retomar el tema al publicarse, a comienzos del 2017, un libro y un
artículo de gran difusión que analizan estas ideas en detalle y sus potenciales
consecuencias negativas.
Maximización de beneficios y las escuelas de
negocios
El libro, por Duff
McDonald (Harper Collings, 2017), tiene un título muy provocativo:
The Golden Passport: Harvard Business
School, the Limits of Capitalism, and the Moral Failure of the MBA Elite (¡el fracaso moral de la élite de los MBA!). Se puede leer un resumen en un artículo publicado por el autor el 6 de abril del 2017 en la
revista Newsweek,
“Harvard
Business School and the Propagation of Immoral Profit Strategies” (más
provocación: ¡la propagación de estrategias de beneficios inmorales!). Ha sido una publicación muy comentada. El New York Times publicó una reseña del libro y la revista The Economist publicó
un artículo en forma de una carta sarcástica de la escuela a sus profesores,
que comentaremos mas adelante.
Como se puede
presumir por el título del libro y del resumen, el autor no va de medias
tintas, usa la bomba nuclear para atacar las enseñanzas de la escuela de negocios
de Harvard, HBS. El objeto de su ataque
se refiere a la promoción de la maximización de los beneficios a toda costa, lo
que da en llamar “estrategias de
beneficios inmorales”. Acusa a sus
graduados de ser culpables de la propagación de esas ideas por el poder que
suelen adquirir en el mundo empresarial.
El autor alega que intentó discutir con representantes de HBS los
resultados de su investigación pero nadie quiso hablar con él.
La acusación se
centra en que durante los años ochenta la HBS enfatizó la enseñanza de la teoría de agencia, desarrollada por los
profesores Michael C. Jensen y William H. Meckling cuando estaban en la
Universidad de Rochester, [1] después
de que Jensen pasase a ser profesor en la HBS. En resumen, esta teoría establece que los dirigentes de las empresas son “agentes”
de los accionistas y que deben gestionarla de acuerdo a sus intereses financieros,
que suelen ser la obtención de los mayores beneficios posibles. Para
lograrlo recomendaban también que las bonificaciones de los directivos
estuvieran basadas, por lo menos en parte, en función de los resultados financieros. Esto se traducía en que el objetivo de la
empresa debería ser la maximización de beneficios y para motivar el
comportamiento alineado con los intereses de los accionistas, debían ser los
beneficios medibles en plazos cortos (recordemos que la tenencia promedio de
las acciones en EU.UU. y el resto del mundo es de solo 7 meses). Después de la crisis financiera del 2008,
atribuida en parte a la obsesión por los beneficios a corto plazo, las
bonificaciones se alinean más con el logro de objetivos, todavía mayormente
financieros, pero en el mediano o largo plazo.
Estas enseñanzas tienen
sus orígenes en las teorías de la
empresa desarrolladas en las facultades de economía, teorías que tienen entre
sus principios fundamentales la eficiencia económica, o sea la asignación de
los recursos a las actividades que logren el máximo bienestar posible, evitando
su malgaste. En su versión más amplia podrían ser los beneficios a la sociedad,
no solamente los financieros. Pero en
las escuelas de negocios no interesaba aquello de los demás beneficios (¿Cuáles
son? ¿A quién? ¿Cómo se miden?).
En principio, el objetivo ideal debería ser el de mejorar
el “bienestar”, pero obviamente se encuentran problemas al definir ese bienestar,
que es un concepto multidimensional, que puede tener conflicto entre sus componentes
y entre las múltiples partes que pueden ser afectadas. Por ello, triunfaba la versión de los
beneficios financieros de corto plazo.
Con la teoría de agencia que declaraba a los directivos como agentes de
los accionistas, las escuelas de negocios se olvidaban del resto de los
beneficios a la sociedad y se declaraba
que los únicos stakeholders eran los
accionistas. Ello reiteraba el enfoque preconizado por Milton Friedman en
los años sesenta (ver mi artículo Friedman
y Smith: ¿Enemigos de la responsabilidad de la empresa?) y en gran parte por la escuela de
economía de la Universidad de Chicago.
Sin entrar en
detalles técnicos, se ha mostrado que estos objetivos pueden tener
consecuencias negativas ya que el impacto de la asignación de los recursos se
hace en un contexto amplio donde no solamente se producen beneficios monetarios
sino también se generan externalidades (impactos internos y externos, directos
e indirectos, positivos y negativos).
Lo de los intereses de la sociedad (demás stakeholders) se discutía en otras
escuelas, no en las de negocios. De allí la acusación del autor del
libro que HBS es el gran culpable de formar generaciones de MBA de élite que,
con el poder que adquirían, hacían prevalecer los objetivos puramente
financieros de las empresas. Y el autor
culpa al (se ensaña con) Prof. Jensen.
Ciertamente éste fue un impulsor, pero atribuirle todo el mérito a él es
darle demasiado crédito. [2] Lo que
Jensen y Meckling lograron fue que al asignarle
la responsabilidad de obtener los máximos beneficios a los directivos se concentraran
sus acciones en lograr los intereses de los accionistas solamente. Y sí complicaron,
y mucho, la tarea, que no ha terminado, de convencer a los dirigentes que el
objetivo de la empresa debe ser el bienestar de la sociedad. El artículo
que comentamos más adelante analiza en detalle este asunto.
La revista The Economist también se hizo eco de la
publicación del libro y en su número del 4 de mayo público un artículo, del
columnista Schumpeter, en forma de un
memorándum confidencial de HBS a sus profesores: HBS
corre el riesgo de pasar de excelente a buena. El memorándum
pasa revista a los logros de la escuela y reconoce que es un éxito comercial
pero les advierte que su liderazgo profesional está declinando, que el costo de
la educación ha aumentado mucho con respecto a los salarios que los graduandos
reciben, que el conflicto de intereses entre el origen de las donaciones y de
remuneración de los profesores y las empresas sobre las que escriben representa
un peligro para la integridad de la escuela y que no ha logrado avances en la
diversidad de los alumnos. Y llega a una
conclusión que respalda la acusación del libro: si se independizara de la
universidad podría optar por maximizar
los beneficios y pagar un dividendo especial a Harvard que le permitiría a la
universidad otorgar mayores becas a estudiantes menos privilegiados.
Creo que se puede
decir sin temor a equivocarse que no todas las enseñanzas de la HBS se dirigen
a la maximización de beneficios ya que es una escuela que también ha demostrado
preocupación por los temas de responsabilidad social, aunque hoy por hoy no es
su fuerte, es un complemento al resto de la educación. El mismo autor reconoce que antes de
comienzos de los ochenta, antes de que llegara Jensen, la HBS ponía énfasis en
la formación de ejecutivos con conciencia social. No lo menciona pero vale la pena recordar que ya en 1927 el decano
de su escuela de negocios Wallace B. Donham publicó un artículo The Social Significance of Business”, (Harvard Business Review 4,
406–419) donde defendía elocuentemente
la responsabilidad de la empresa ante la sociedad (para un resumen ver mi artículo Regreso al futuro: ¿Hay progreso en RSE?).
Tampoco es cierto que sea solamente la HBS la que
es culpable, la gran mayoría de las escuelas de negocios en EE.UU. y en otros
países de Asia, Europa y América Latina
(siguiendo el liderazgo de EE.UU.) también siguen el modelo economicista, aunque hay que destacar que la escuelas
del Reino Unido y de Europa continental suelen situarlo en un contexto más
amplio, dentro de la tradición europea de preocupación social. Pero es en América Latina donde está la
escuela de negocios más radical en estos temas, más que ninguna escuela en
EE.UU.: la Universidad Francisco Marroquín en Guatemala, cuyos héroes son Milton
Friedman, Friedrich Hayek, Ludwig Von Mises, entre otros y que forma el tipo de
dirigentes que lamenta el libro.
Sí, las escuelas de negocios y las facultades de
economía son las causantes de que se difunda la idea entre los futuros
dirigentes que el principal objetivo de las empresas es la maximización del
beneficio financiero para la empresa y para sus dueños (ver mis artículos Responsabilidad
en la enseñanza en las escuelas de negocios y La
responsabilidad de los economistas frente la responsabilidad empresarial).
Pero hay muchas escuelas que si bien usan estas enseñanzas como base,
las ponen en el contexto del impacto social y ambiental de las actividades de
la empresa, no sólo el monetario, o sea el bienestar social y advierten sobre
que el objeto de mejora no es el de los accionistas, sino el de la empresa. Y este el tema central del artículo que
reseñamos a continuación.
¿Quién determina como se debe gestionar la empresa?
Casi simultáneamente, en el número de mayo-junio del 2017
del Harvard Business Review, se publicó el artículo, The Error at the Heart of
Corporate Leadership: Most CEOs and Boards believe that their main duty is to
maximize shareholder value. It is not,
cuyos autores, Joseph L. Bower and Lynn S. Payne, son profesores de HBS (el
artículo descansa mucho en las ideas de Lynn Stout en el libro The Shareholder Value Myth:
How Putting Shareholders First
Harms Investors, Corporations, and the Public, que recomiendo ampliamente).
El artículo hace
un análisis detallado de la teoría de agencia y sus problemas. Sus principales argumentos en contra de esta
teoría son los siguientes (hemos analizado varios de ellos en artículos
anteriores):
- Los dirigentes no son agentes de los accionistas. Si fueran agentes serían ejecutores de órdenes, pero legamente son fiduciarios, o sea que tienen poder discrecional para la gestión de los recursos que les han sido encomendados, para el bien de la empresa.
- Los accionistas no son los dueños de la empresa. Al adquirir las acciones adquieren el derecho a recibir su cuota parte de los dividendos que se distribuyan. No adquieran derechos sobre los activos de la empresa ni sobre su uso. Pueden vender aquellos derechos cuando quieran. Para un análisis más detallado de esto ver mi artículo ¿Quién determina cuales son los objetivos de la empresa? ¿Debe maximizar los beneficios?
- Los accionistas no tienen responsabilidades sobre las acciones que lleven a cabo las empresas, que sí las tienen los dirigentes (ver mi análisis de esto en ¿Son los accionistas responsables por el comportamiento de la empresa?). Es cierto que tienen el poder, con algunas limitaciones, de cambiar a los dirigentes para que hagan lo que les conviene a ellos, pero no asumen responsabilidad por lo que hagan los dirigentes.
- En la gran mayoría de los casos los accionistas no son un bloque homogéneo con uniformidad de intereses. Muchas veces los grupos de control fuerzan el cambio de dirigentes y/o de estrategias para que mejore el valor de sus acciones, para luego venderlas. Los grupos de control tienen poder pero no responsabilidad (de allí que un bloque de acciones con poder de control valgan más que las acciones separadas).
- La aplicación de la teoría de agencia reduce la visión de los dirigentes y conduce a la trasferencia de valor generado por la empresa a sus accionistas, lo que reduce la creación de valor futuro en las actividades de la empresa. Esto sucede por ejemplo cuando los grupos de control fuerzan la recompra de las acciones con el fin de aumentar su valor (ver mi artículo Valor compartido o valor extraído: El caso de Nestlé … y otras empresas
Para ilustrar
estos conceptos el artículo hace un amplio análisis del intento de adquisición
de la empresa Allergan por Valleant Pramaceuticals, alentada por un
grupo de accionistas activistas que querían aumentar los beneficios en el corto
plazo a expensas de los de largo plazo, cambiando la estrategia de Allergan. El análisis demuestra cómo esto destruía
valor para la sociedad.
Pero para el suscrito el argumento más importante
en contra de la teoría de agencia y a favor de la teoría de los stakeholders es que los accionistas no
son dueños de la empresa ni de sus activos, sólo son dueños de los derechos de
recibir dividendos y proponer cambios en la gobernanza. Pero es la persona jurídica llamada empresa
la que es dueña de los activos y por ende responsable de su uso eficiente y
efectivo, para mejorar su propio bienestar, lo que en el largo plazo depende
del bienestar de sus stakeholders, y
no solo del de sus shareholders. Si
es cierto que para lograrlo usa dirigentes, pero estos, legalmente, deben tomar
decisiones que promuevan el bienestar de la empresa y no los de ningún grupo de
stakeholders en particular.
¿Qué debe maximizar la empresa?
De la discusión precedente se concluye que la
empresa debe tener como objetivo maximizar el bienestar de la misma empresa,
para lo cual debe maximizar el bienestar de las partes que impactan y son
impactadas por sus actividades, en función del impacto que tienen sobre el
bienestar de la empresa.
La maximización
de los beneficios monetarios de los accionistas sería un caso extremo de esta
conclusión general, cuando las actividades de la empresa no impactan a nadie más
que a los accionistas (caso inexistente en la práctica) o cuando los
responsables de la gestión de la empresa deciden que los impactos que tienen
sobre otros (personas y medio ambiente, por ejemplo) son irrelevantes (visión sumamente
miope, solo válida en una fracción infinitesimal de tiempo).
En términos
pragmáticos, como decíamos en el Capítulo 2, “El papel de la empresa en la
sociedad” del libro La Responsabilidad Social de
la Empresa en América Latina: Manual para Ejecutivos, la
empresa debe maximizar su valor sobre el largo plazo. Técnicamente sería el valor presente neto de
todos los costos y beneficios, en el corto y en el largo plazo, incluyendo
todos aquellos, sean o no traducibles en valores monetarios, sean o no parte de
la contabilidad tradicional, a una tasa de descuento que tome en cuenta los
riesgos que corre la empresa a través de sus prácticas, responsables e
irresponsables. Aun cuando en la
práctica las estrategias no se diseñan comparando estos valores,
conceptualmente indican el tipo que acciones que se deben tomar, en función de
los costos y beneficios para la sociedad.
En el corto plazo muchas empresas ignoran,
convenientemente, los costos que le hacen incurrir a la sociedad, si esta no
los exige (por ejemplo, costos del cambio climático al que contribuyen). Pero en el largo plazo no lo podrán, o no
deberán continuar haciéndolo. Deben asumir
su responsabilidad ante la sociedad (RSE).
Como dijo el CEO
de Novo Nordisk, Lars Rebien Sørensen, al recibir el premio del Harvard
Business Review al CEO mejor clasificado en el 2005: “La RSE
no es otra cosa que la maximización de valor en el largo plazo” …. “en el largo
plazo los temas medioambientales y sociales se convierten en financieros”. [3]
¿Y para las empresas más pequeñas? ¿Y las que
están en sus comienzos?
Por el tenor del
libro y el artículo analizados, esta discusión se ha centrado en grandes
empresas que cotizan en bolsa. ¿Pero qué
pasa con las empresas que no lo hacen o aun las empresas cuyo capital está
concentrado en un grupo compacto, como lo es una empresa familiar? Las conclusiones generales son las mismas,
pero en este caso los “accionistas” tienen mayor poder sobre la gestión directa
de la responsabilidad empresarial y hasta piden ser los mismos. Los
“dueños” de este tipo de empresa suelen ser también consejeros y directivos, de
hecho son sus propios “agentes”. En
casos de empresas muy pequeñas no se llega a distinguir entre la empresa y el
dueño y la gestionan como una extensión de la persona. En los casos de empresas pequeñas y
familiares, la responsabilidad de los accionistas se extiende a la
responsabilidad de la empresa pero los efectos perniciosos de anteponer los
intereses financieros de los dueños a los de la empresa y la sociedad son mucho
menores. Son personas y empresas que están más identificadas con la
responsabilidad social.
Y las empresas que están en sus comienzos también
suelen ser gestionadas por personas que tienen participación en su propiedad. En este sentido se parecen a las pequeñas
empresas, pero con la diferencia que en las etapas iniciales la preocupación
por la supervivencia y el crecimiento suelen tomar precedencia ante la
responsabilidad ante la sociedad. No
obstante, aquellas cuyo objetivo es atender la solución de problemas sociales
(empresariado social), tienen su responsabilidad como parte de su razón de ser
y, por su misma naturaleza, la gestión y la propiedad suelen ser comunes y
estar alienadas.
Para no extender
más el artículo remitimos al lector al artículo ¿Son
los accionistas responsables por el comportamiento de la empresa?, donde habíamos tratado la
responsabilidad de los dueños para todo tipo de empresas.
[1]
Theory
of the firm: Managerial behavior, agency costs and ownership structure, Journal of Financial Economics, Vol 3,
No, 4, Oct. 1976, Pgs. 305-360.
[2] El suscrito cursó el MBA y el Ph.D.
en una escuela de negocios en EE.UU. terminando en el 1975, momento en que se
publicaba la teoría de agencia. Entonces la enseñanza ya era esa, antes de que
Jensen y Meckling la propusieran. No nos
enseñaban que el valor a maximizar incluye los costos y beneficios a toda la
sociedad, sólo incluye aquellos que la empresa puede contabilizar.
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