En septiembre del 2021, al amainar la pandemia, regresé a Florencia, donde vivo parte del año, y he notado un cambio en el procedimiento de reciclaje de los desechos residenciales en la ciudad que me ha parecido muy ilustrativo de la necesidad de tomar en cuenta el comportamiento humano, más allá de las regulaciones.
Cuando me fui hace un par de
años teníamos cinco contenedores para los desechos: papel y cartón, vidrio,
plástico, orgánico y "no diferenciado”. Para estimular a los usuarios a
separar los desechos y maximizar lo reciclable, el contendor del “no
diferenciado” tenía una puerta pequeña que requería el uso de una llave
personalizada (ver el tubo verde en la foto), que hacia un cargo a la boleta
mensual cada vez que se usaba (peaje). En ese momento me pareció una idea
brillante, un desincentivo económico y la municipalidad recuperaba algo de los
costos del manejo de lo no reciclable.
En casa, teníamos cinco
botes de basura emulando los cinco contendores.
Hacíamos los esfuerzos para separar los desechos en los cuatro contenedores
estándares y solo enviábamos al no diferenciado lo que no correspondía a ninguno
de ellos.
Sin embargo, al regresar a
mediados del 2021, constato que el parecer el sistema fracasó y no aumentó la
proporción reciclable. ¿Qué pasó? Parece
ser que para evitar el pago de la penalización, la gente no se molestó más en
la separación estricta y el “no diferenciado” se iba con el orgánico. ¿querían
reducir el “no diferenciado”? ¡pues lo lograron! No eran muchos los que
actuaban como nosotros y como los creadores creían que lo harían.
Resulta que ahora, que no
hay que pagar por usar el contendor del no diferenciado, sí lo usan. Ahora no cuesta ser responsable, antes había
que serlo y encima pagar por ello.
El sistema había sido
diseñado por un economista que no había estudiado psicología.
La experiencia tuvo algún
valor: mostró a la comunidad el costo del desecho “no diferenciado”.
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