Este es un
documento relativamente sorprendente por su amplia cobertura, su precisión en
el uso de los términos y la claridad sobre lo que debe ser la responsabilidad de los mercados, de las
instituciones financieras, de las empresas, de los dirigentes y de la sociedad
civil, en particular de las personas y de las instituciones educativas, para
promover el bien de la sociedad. En este artículo hago un análisis del
documento y extraigo las lecciones más destacadas que contiene para la
responsabilidad social de la empresa.
I.
Introducción.
El documento es
una exposición relativamente técnica que parece más un manifiesto para la
reforma del sistema financiero que una exposición de principios de la Doctrina Social
de la Iglesia en la gestión de ese sistema.
La mayor parte del documento parece escrito
por expertos en temas económico-financieros aunque los sitúa en el contexto
de un lenguaje religioso. Trata temas claves para la operación del
sistema financiero, como los abusos en la elusión fiscal, los centros offshore, high-frequency trading, derivados financieros, credit default swaps, fijación de la tasa LIBOR, elevadas tasas de
interés, y titularización entre muchos otros.
En particular denuncia los abusos de las instituciones financieras en
vender productos complejos a un público sin cultura financiera (usando el término
técnico de información asimétrica) e introduciendo la noción de “inmoralidad
próxima” que resume muy bien el problema ético:
“……hay que destacar que en el mundo
económico y financiero se dan casos en los cuales algunos de los medios
utilizados por los mercados, aunque no sean en sí mismos inaceptables desde un
punto de vista ético, constituyen sin embargo casos de inmoralidad próxima, a saber, ocasiones
en las cuales con mucha facilidad se generan abusos y fraudes,
especialmente en perjuicio de la contraparte en desventaja….”
Recuerda mucho la
Encíclica del Papa Francisco Laudato
si: Sobre el cuidado de la casa común sobre el medio
ambiente (que fue analizada en mi artículo Encíclica
Laudato si: Implicaciones para la responsabilidad de las empresas ante la
sociedad) que contiene también un análisis técnico muy riguroso
sobre las consecuencias de las irresponsabilidades en la gestión del medio
ambiente para el desarrollo del ser humano y poniéndolas en el contexto del
impacto sobre la calidad y dignidad de la vida. Esta encíclica estaba dirigida al público en
general. De hecho, fue emitida antes de las reuniones para aprobar el Acuerdo
de París sobre el cambio climático, y fue ampliamente difundida en forma
impresa y electrónica. El presente documento
parece ser más bien para uso especializado y no ha tenido mucha difusión. No
obstante, contiene una serie de consideraciones
que son relevantes para la responsabilidad social de la empresa y aunque no
parece ser su objeto primordial, el denominador común sí es la responsabilidad
de los entes económicos. El objetivo es presentar una serie de consideraciones
para la operación y reforma del sistema financiero para alienar sus objetivos
con el bien común.
Lamenta el egoísmo como fuente de muchos de los males: “Es cada vez más claro que el egoísmo a largo plazo no da frutos y
hace pagar a todos un precio demasiado alto; por lo tanto, si queremos el bien
real del hombre verdadero para los hombres, «¡el dinero debe servir y no gobernar!” Un discurso del Cardenal Ratzinger en el 1985
ponía este egoísmo como necesario para el funcionamiento de los mercados: “….la economía del mercado descansa en los efectos beneficiosos del egoísmo y su
limitación automática a través de egoísmos que compiten entre sí….”,
pero si están debidamente canalizados y sus excesos controlados.
II.
Implicaciones para la responsabilidad.
En esta nota no comento
los fundamentos teológico-morales del documento (excede mi capacidad) y me
limito a destacar y comentar las consideraciones
que hace el documento sobre la responsabilidad social de la empresa, de las
instituciones financieras, de los individuos y hasta de las escuelas de
negocios. Si bien el objeto del documento
es llamar la atención sobre las deficiencias éticas del sistema financiero el hilo conductor es la responsabilidad en el
intercambio económico-financiero y en las relaciones entre las partes. [i]
1.
Responsabilidad de los mercados.
El documento no
es una crítica de los mercados ni de la libre empresa, sino del cómo se usan y abusan las instituciones y
los instrumentos. Y como había dicho
el Cardenal Ratzinger en un discurso citado: “La economía está gobernada no
sólo por las leyes económicas sino que está también determinada por el
comportamiento del hombre”.
Sin embargo, es asimismo evidente que ese potente propulsor de la economía que
son los mercados es incapaz de regularse por sí mismo: de hecho, estos no
son capaces de generar los fundamentos que les permitan funcionar regularmente
(cohesión social, honestidad, confianza, seguridad, leyes...), ni de corregir los
efectos externos negativos (diseconomy) para la sociedad humana
(desigualdades, asimetrías, degradación ambiental, inseguridad social,
fraude...)…..no pocos piden la superación del principio tradicional del caveat
emptor (“¡atento, comprador!”). Este
principio, según el cual incumbiría ante todo al comprador la responsabilidad de
verificar la calidad del bien adquirido, presupone,
de hecho, la igualdad en la capacidad de proteger el propio interés por parte
de los contrayentes; lo que, de hecho, hoy en día en muchos casos no existe, ya sea por la evidente
relación jerárquica que se instaura en algunos tipos de contratos (como entre
prestamista y el prestatario), ya sea por la compleja estructuración de muchas
ofertas financieras.
No solo hay una
gran asimetría en la información (que el documento tilda de inmoral al llamarla
“inmoralidad próxima”, término no económico-financiero), sino además en el poder
de las partes y no es factible esperar que el “comprador” tenga la capacidad de
discernimiento sobre todo ante temas tan complejos, ni que toda la carga debe
recaer sobre él. De allí la responsabilidad
de las instituciones de ese mercado:
La experiencia de las últimas décadas ha
demostrado con evidencia, por un lado, lo
ingenua que es la confianza en una autosuficiencia distributiva de los mercados,
independiente de toda ética y, por otro lado, la impelente necesidad de una
adecuada regulación, que conjugue al mismo tiempo libertad y tutela de
todos los sujetos que en ella operan en régimen de una sana y correcta
interacción, especialmente de los más vulnerables. En este sentido, los poderes políticos y
económico-financieros deben siempre mantenerse distintos y autónomos y al
mismo tiempo orientarse, más allá de toda complicidad
nociva, a la realización de un bien que es tendencialmente común y no reservado
a pocos sujetos privilegiados.
Así, todo progreso del sistema económico no puede considerarse tal si se
mide solo con parámetros de cantidad y eficacia en la obtención de beneficios,
sino que tiene que ser evaluado también en base a la calidad de vida que
produce y a la extensión social del bienestar que difunde,
un bienestar que no puede limitarse a sus aspectos materiales. Todo sistema
económico legitima su existencia no sólo por el mero crecimiento cuantitativo
de los intercambios económicos, sino probando su capacidad de producir
desarrollo para todo el hombre y todos los hombres. Bienestar y desarrollo se
exigen y se apoyan mutuamente, requiriendo políticas y perspectivas sostenibles
más allá del corto plazo.
2.
Responsabilidad de la empresa.
Como base de la responsabilidad
está el comportamiento de los dirigentes, que el documento destaca que tienen incentivos
para actuar que no están alineados con los de la sociedad a la que deben servir:
Y estos incentivos son perversos ya que además propician una visión
cortoplacista y la toma de riesgos elevados por la asimetría entre los
beneficios que los dirigentes pueden obtener y los costos que en todo caso son
atribuidos a la empresa y a veces a la sociedad.
Además, esta lógica obliga con frecuencia
a la administración a actuar políticas económicas encaminadas, no a impulsar la
salud económica de las empresas a las que servían, sino a incrementar solo los beneficios de los accionistas (shareholders), perjudicando así los intereses legítimos
de todos aquellos que, con su trabajo y servicio, operan en beneficio de la
misma empresa, así como a los consumidores y a las varias comunidades locales (stakeholders). Y todo ello, a menudo,
estimulado por enormes remuneraciones proporcionales a los resultados
inmediatos de la gestión (por lo demás no equilibradas con equivalentes penalizaciones
en caso de fracaso de los objetivos), que, si
bien a corto plazo aseguran grandes ganancias a los directivos y accionistas,
terminan por propiciar la aceptación de riesgos excesivos y dejar a las
empresas debilitadas y empobrecidas de las energías económicas que les
habrían asegurado perspectivas adecuadas de futuro.
Inclusive exponen
un concepto que no es muy común en la
discusión de la responsabilidad y es el que los actores hacen un análisis
de costo-beneficio sobre los beneficios de cometer un delito y los costos de
las eventuales sanciones, o sea, un costo-beneficio
del delito (el profesor Gary Becker obtuvo el Premio Nobel en Economía en
1992 por sus trabajos en este sentido).
Todo esto fácilmente genera y difunde una cultura profundamente amoral –en la que
con frecuencia no se duda en cometer un delito, cuando los beneficios esperados
superan las sanciones previstas– y contamina seriamente la salud de
cualquier sistema económico-social, poniendo en peligro su funcionalidad y dañando
gravemente la realización efectiva del bien común, sobre el cual se fundan
necesariamente todas las formas de socialización.
Por lo tanto, es urgente una autocrítica
sincera a este respecto, así como una inversión de tendencia, favoreciendo en cambio una cultura empresarial y financiera
que tenga en cuenta todos aquellos factores que constituyen el bien común. Esto
significa, por ejemplo, que hay que colocar claramente a la persona y la calidad
de las relaciones interpersonales en el centro de la cultura empresarial, de
modo que cada empresa practique una forma de responsabilidad social que no sea meramente marginal u ocasional,
sino que anime desde dentro todas sus acciones, orientándola socialmente.
Todo lo clave en
la RSE está cubierto, hasta el argumento
empresarial (business case) de
que la responsabilidad empresarial puede llevar a un circulo virtuoso de mayor
productividad de los empleados, mayor aceptación por los clientes y menores
riesgos:
Precisamente aquí, la circularidad natural
que existe entre el beneficio –factor intrínsecamente necesario en todo sistema
económico– y la responsabilidad social –elemento esencial para la supervivencia
de toda forma de convivencia civil– está llamada a revelar toda su fecundidad,
mostrando el vínculo indisoluble…. entre una ética respetuosa de las personas y
del bien común, y la funcionalidad real de todo sistema económico-financiero. Esta circularidad virtuosa es favorecida,
por ejemplo, por la búsqueda de la reducción del riesgo de conflicto con los stakeholders, como asimismo por el
fomento de una mayor motivación intrínseca de los empleados en una empresa……. Sólo del reconocimiento y potenciación del
vínculo intrínseco que existe entre razón económica y razón ética puede emanar
un bien que sea para todos los hombres.
Y claro está, hay
que cumplir con las leyes y regulaciones, que muchas veces son deficientes o
están por detrás de los tiempos. Pero
aun el compliance no es suficiente ya que suele operar en el mínimo necesario
para salir adelante y aun apelando al análisis del costo-beneficio de la
violación de las regulaciones (ver mi artículo ¿Basta
con compliance?).
….deben contar …..control de conformidad (compliance), o autocontrol
de la legitimidad de los principales pasos del proceso de decisión y de los
productos más importantes ofrecidos por la empresa. Sin embargo, cabe señalar
que, al menos hasta un pasado muy reciente, la práctica del sistema
económico-financiero se basa en gran parte en
un juicio puramente negativo del control de conformidad, es decir, sobre un
respeto meramente formal de los límites establecidos por las leyes vigentes.
Desafortunadamente, de esto también deriva la frecuencia de una praxis de hecho
elusiva de los controles normativos, es
decir, de acciones destinadas a zafarse de los principios normativos vigentes,
cuidándose bien, empero, de no contradecir explícitamente las normas que los
expresan, para evitar sanciones.
3.
Responsabilidad de la sociedad civil,
nosotros incluidos. [ii]
Y también, como
se alega en la literatura de la RSE, la
responsabilidad de las empresas no es sólo responsabilidad de las empresas, es
responsabilidad también de los gobiernos y de la sociedad civil, incluidos
nosotros y las instituciones educativas.
En particular destaca el poder que deben ejercer los consumidores a
través de las compras responsables.
Hacer la compra, acción cotidiana con la que nos dotamos
de lo necesario para vivir, implica también una selección entre los diversos
productos que ofrece el mercado. Es una opción que a menudo realizamos de manera inconsciente, comprando
bienes cuya producción se realiza, por ejemplo, a través de cadenas productivas donde es normal la
violación de los más elementales derechos humanos o gracias a empresas cuya
ética, de hecho, no conoce otros intereses sino los de la ganancia de sus
accionistas a cualquier costo.
Es necesario seleccionar aquellos bienes de consumo detrás de los cuales
hay un proceso éticamente digno, ya que incluso a través del
gesto, aparentemente banal, del consumo expresamos con los hechos una ética, y estamos
llamados a tomar partido ante lo que beneficia o daña al hombre concreto.
Alguien ha hablado, en este sentido, de “votar
con la cartera”: se trata, en efecto, de votar diariamente en el mercado a
favor de lo que ayuda al verdadero bienestar de todos nosotros y rechazar lo
que lo perjudica.
En realidad, cada uno de nosotros puede hacer mucho, especialmente si no se
queda solo. Muchas asociaciones con origen en la sociedad civil son, en este
sentido, una reserva de conciencia y responsabilidad social, de la que no
podemos prescindir.
4.
Responsabilidad de las escuelas de negocio.
Y cerramos con uno
de mis temas favoritos: la
responsabilidad ante la sociedad de las escuelas de negocios, y de la educación
en general en educar a los ciudadanos y futuros dirigentes en la toma de decisiones
que consideren no solamente los factores económico-financieros a título
individual y a nivel de la empresa (más fáciles de identificar), sino que tomen
en cuenta el impacto que tienen sobre el bien común, sobre el bienestar de la
sociedad y el medio ambiente en el largo plazo.
Y esta educación
no se puede hacer modificando algunos aspectos de la educación tradicional, añadiéndole
algunos cursos electivos, o incluyendo algunos casos de ética y responsabilidad
en los cursos de economía, fianzas, mercadeo, gestión de recursos humanos, etc.
Como si fueran algo “especial”, no parte de lo básico. Se requiere
una reorganización a fondo de cada curso, de cada instrumento educativo,
para que cubran los diferentes factores que deben entrar en la toma de decisiones
para el bien de la sociedad y no sólo los monetarios.
Y así como en las
empresas los dirigentes tienen los incentivos
perversos, también en las escuelas de economía y negocios sus dirigentes y sus
profesores también los tienen. Ambos persiguen
fines egoístas y muchos se dedican a la producción de investigación, usando
recursos de la sociedad, que les permitan avanzar en sus carreras a través de
publicaciones que tienen poca contribución a esa sociedad que los financia. Y los mismos profesores son el principal
obstáculo para el cambio de enfoque en la enseñanza ya que quieren amortizar la
inversión en su propia educación (seguir enseñado lo que les enseñaron y
aprendieron) y en los materiales docentes que han venido desarrollando.
Decíamos en Responsabilidad
en la enseñanza en las escuelas de negocios “Hay que introducir la visión del impacto global, de la ética y de la
responsabilidad en todos los cursos, en el ADN (perdón por lo del ADN) de la enseñanza en las escuelas de
negocios, no solo en cursos especializados. Hay que inculcar la visión de la
contribución de las decisiones sobre el valor de la empresa y su impacto en la
sociedad, sobre el largo plazo. La maximización del valor de la empresa no es
incompatible con la maximización de los valores.” Sobre esto el documento dice:
En este sentido, donde el
mero beneficio se sitúa en la cima de la cultura de una empresa financiera,
ignorando las simultáneas necesidades del bien común –…cosa que hoy se señala
como un hecho generalizado incluso en
prestigiosas escuelas de negocios (business schools) – toda instancia ética viene de hecho percibida como extrínseca y
yuxtapuesta a la acción empresarial.
En este sentido, es deseable
que, sobre todo las universidades y las escuelas de economía, en sus programas
de estudios, de manera no marginal o
accesoria, sino fundamental, proporcionen cursos de capacitación que
eduquen a entender la economía y las finanzas a la luz de una visión completa
del hombre, no limitada a algunas de sus dimensiones, y de una ética que la
exprese.
III.
En resumen.
El documento es
un verdadero resumen de la responsabilidad de los participantes en el
intercambio económico financiero.
Debe buscarse siempre el beneficio, pero nunca a toda costa, ni como
referencia única de la acción económica….Ningún beneficio es legítimo, en
efecto, cuando se pierde el horizonte de la promoción integral de la persona
humana, el destino universal de los bienes y la opción preferencial por los
pobres.
Reitera lo expresado en la Encíclica Centesimus
Annus del Papa Juan Pablo II del año 1991, una frase muy sucinta que resume
la responsabilidad social de la empresa:
Los beneficios son un elemento regulador de la vida de la empresa, pero no
el único; junto con ellos hay que considerar otros factores humanos y morales
que, a largo plazo, son por lo menos igualmente esenciales para la vida de la
empresa.