No, no le dieron
el Nobel de Economía a Cristian Felber cuyas ideas (utópicas) comentamos en un
artículo anterior (Economía
del bien común y RSE: ¿Juegan en la misma liga?). Nos referimos
al reciente libro del profesor Jean Tirole, Economía
del bien común, (Premio del
Banco Nacional de Suecia en Ciencias Económicas en honor a Alfred Nobel). Es una
pena que el título en español sea el mismo que el de Felber y se puedan confundir. Nos parece que en inglés el título es más
acertado, Economía para el bien
común, o sea, como puede la economía servir al bien común (aunque el original
en francés es “del”). No analizaremos el libro (son 560 páginas),
nos concentraremos en una sección del capítulo 7, Gobernanza y Responsabilidad Social de la Empresa, donde se cubre
la RSE.
El profesor
Tirole es ampliamente conocido (entre economistas expertos) por sus investigaciones
y publicaciones en la teoría de juegos y organización y regulación industrial,
por las que fue reconocido con el premio
Nobel en 2014. Su obra es de un
elevado nivel teórico, con extenso uso de las matemáticas, accesible solo a expertos.
Afortunadamente este libro está escrito
en prosa y, aunque es denso en lenguaje técnico, es legible para los que han
tomado algunos cursos de microeconomía.
¿Por qué vale la pena comentar el capitulo?
Cuando vi que el libro, de un premio Nobel, tenía una sección sobre la
RSE lo compré pensando que daría luces sobre el tema, que tendría una
contribución, que añadiría valor. Resultó que sí vale la pena comentarlo, pero
más bien por la decepción que produce el
tratamiento del tema. A lo mejor mis expectativas eran demasiado elevadas
para una sección de un capítulo, de un libro de economía general.
Responsabilidad social de la empresa al revés
La sección está basada en una concepción superada
de lo que es la RSE. Parte de la antigua
definición de la RSE de la Unión Europea, de que la RSE es algo adicional,
voluntario, ir más allá de la ley (ver mi artículo Como
interpretar LA definición de la RSE). Y su principal argumento es que son los stakeholders los que se sacrifican para
que la empresa pueda ser responsable ante la sociedad. Para
él solo existen tres grupos de stakeholders:
inversionistas responsables, empleados y consumidores, ignorando los
directivos, la sociedad civil y los gobiernos, entre otros.
No ve la responsabilidad empresarial como una decisión
gerencial, como la iniciativa de los que gestionan la empresa. Según el libro la empresa no se interesa
por sus stakeholders, son éstos los
que determinan la responsabilidad de la empresa. De hecho, usa un término inusual, “filantropía delegada”, para referirse
a ello, como si los stakeholders se
sacrificaran por la empresa, como si los stakeholders
le delegaran su filantropía a la empresa, filantropía al revés. Supuestamente los inversionistas responsables
están dispuestos a recibir menores
rendimientos por invertir en empresas que respetan los derechos humanos,
que pagan sueldos justos, etc. Los consumidores pagan más por los
productos porque son producidos responsablemente. Los empleados se sacrifican por la empresa. Es al revés de la visión prevalente de
que la empresa asume su responsabilidad ante la sociedad, porque es su
responsabilidad, y ésta la recompensa, a veces, con su favor. No son los stakeholders los que “le dan” a la
empresa.
Si bien es cierto
que son estos stakeholders, y los
demás no mencionados, los que presionan
o hacen que las empresas sean responsables, no lo pone en ese contexto, sino en
el de que son ellos con su “filantropía delegada” a la empresa los que la hacen
ser responsable.
Otro de los
impulsores que menciona es la de la visión
de largo plazo, pero de nuevo en un contexto inverso. Para el autor no son los dirigentes los que
impulsan esa visión, son los inversionistas responsables los que con su
activismo fuerzan esa visión. Esto contradice la experiencia en la
práctica. Los inversionistas activistas se
preocupan mayormente de los beneficios en el corto plazo, coartando con su
accionar esa visión de largo plazo. Y los
inversionistas responsables, a los que les debería preocupar esa visión, suelen
ser muy poco activistas y ser pasivos.
Aunque ello está
cambiando, los activistas por el largo plazo son todavía la excepción y solo es
común es en las empresas de propiedad concentrada en pocos dueños (ver Mucho
ruido, pocas nueces: Activismo de fondos de inversión). Y
basa sus argumentos en que los inversionistas invierten en las empresas con
horizontes de largo plazo, cuando la realidad es que la tenencia de acciones en
empresas es, en el promedio, de cortísimo plazo. Si no les gusta lo que
hace la empresa, venden sus acciones o tratan de cambiar a la gerencia (pero es
excepcional y suele ocurrir para aumentar aún más los beneficios) (ver ¿Pueden
las empresas responsables resistir los embates de los activistas financieros?).
Su
posición es al revés de la visión prevalente.
Como tercer impulsor
de la RSE menciona la filantropía
corporativa, que asocia al “sacrificio de beneficios”. Repite la gastada cita de Milton Friedman
(aquello de que el negocio de las empresas es hacer negocios y que filantropía
corresponde a las personas) y no añade nada a la discusión.
Y tiene otro argumento al revés. Dice: “los consumidores, empleados e inversionistas presionarán a la empresa a comportarse éticamente solo si entienden claramente los
efectos de ese comportamiento”. Y si no entienden los efectos, ¿serían
indiferentes? La visión prevalente es de
que muchos de estos stakeholders son indiferentes y corresponde a la empresa y algunos
otros stakeholders (sociedad civil,
medios, etc.) informarles para respondan
al comportamiento responsable de la empresa, y así se puedan realizar
algunos beneficios financieros de su responsabilidad (el argumento empresarial).
Concluye
Finalmente, la responsabilidad social
corporativa, la inversión socialmente responsable y el comercio justo son
compatibles con una economía de mercado. Representan una respuesta que es tanto
descentralizada como parcial (debido al problema del aprovechado) a la cuestión
de como proveer bienes públicos. Tendrían menos espacio en un mundo en que el estado fuera más efectivo y benevolente,
representativo de la voluntad de los ciudadanos: pero en mundo real, hay lugar
para estas iniciativas éticas de parte de los ciudadanos y las empresas, y espero haber ayudado a clarificarlo (mi traducción de la versión en inglés,
énfasis añadido)
No, no lo ha clarificado. El objetivo de la responsabilidad social de
la empresa no es la provisión de bienes públicos ni es la
substitución de las fallas del estado. El
objetivo es asumir responsabilidad por sus impactos pasados, presentes y
futuros y los que quiera tener para contribuir a una mejor sociedad,
altruistica o interesadamente. Aunque el
estado fuera efectivo y benevolente, la responsabilidad de la empresa es la
misma. Sus impactos son independientes
de la efectivad y benevolencia del estado.
Sólo en el caso de que la empresa quiera contribuir a resolver fallas
del estado (salud y educación, por ejemplo) para tener una sociedad mejor en la
que logar sus objetivos estaría proveyendo algunos bienes públicos,
generalmente limitados a su entrono operativo.
En aras de la transparencia
Tengo que confesar que no he leído el resto del
libro. Es citado como uno de los mejores
libros del 2017 en Economía por el Financial Times, Microsoft, The
Times, Bloomberg, etc. y las reseñas suelen ser muy favorables.[i]
El libro es popular en España y Francia, mucho menos en EE.UU. En su defensa diré que la RSE no suele ser el punto fuerte de la teoría microeconómica y no
ha sido objeto de mucha atención. Es un
tema más investigado y estudiado por las
demás ciencias sociales, las “menos duras” (la tendencia en los economistas
es a considerarla una ciencia dura, al nivel de las ciencias naturales, física,
química, matemáticas, etc.).
P.S. Espero que el lector me perdone por el
atrevimiento de criticar a un Premio Nobel de Economía. Existe la posibilidad de que no haya
entendido sus argumentos……que fueron escritos hace ya varios años.
[i] El libro ha sido objeto de por lo menos
dos breves artículos del profesor Antonio Argandoña en su blog, Un
buen libro de economía, y De
nuevo, sobre un buen libro de economía.
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