Querido lector: el artículo es largo, tómate tu tiempo..... si lo tienes
En los últimos años ha habido una tendencia hacia el
populismo y el nacionalismo que se manifestó de manera muy tangible con los votos en Gran Bretaña para
dejar de ser miembro pleno de la Unión Europea y la elección de Donald Trump en
EE.UU. Ambos eventos no eran anticipados
ni siquiera en los días anteriores a su ocurrencia. Las extensas encuestas lo daban dentro del
margen de error en el primer caso y como no probable en el segundo caso. Ambos eventos también tienen en común que las
élites intelectuales y la mayoría de los analistas políticos, economistas y los
medios establecidos, se equivocaron en sus pronósticos y preferencias.
Por otra parte,
pero directamente relacionado, los
niveles de confianza de la población en general sobre las instituciones:
gobiernos, empresas, organizaciones de la sociedad civil y medios, mostraban
una caída. Durante los últimos años
se ha extendido el desánimo y la frustración.
En este artículo
analizamos las implicaciones de los avances del populismo-nacionalismo y la
desconfianza en las instituciones sobre la responsabilidad de la empresa ante
la sociedad. A efectos de hacerlo menos pesado, ante la cada vez mayor
competencia por la capacidad de atención del lector, lo hemos dividido en dos
partes. En la primera parte analizamos
las tendencias en muchos países en la aceptación del populismo-nacionalismo
y la reciente evolución del entorno en que operan las empresas, prestando
particular atención a la evolución de la confianza en las instituciones nacionales.
Este entorno no parece que cambiará en el futuro cercano. En la segunda parte analizaremos las implicaciones que estos cambios en
el entorno tienen para las actuaciones de las empresas y en particular
sobre la asunción de su responsabilidad ante de la sociedad.
I.
Introducción
Se ha desarrollado y se continúa desarrollando un
sentimiento antisistema que se va generalizando y una caída en la satisfacción
con el status quo. No es tanto que antes estábamos todos
mejor, siempre ha existido la desigualdad, pero es que esa desigualdad ha
aumentado, tanto entre países como al interno de los países, y se ha difundido
mucho más la información sobre el tema. Si
bien a nivel mundial se han producido grandes progresos en los ámbitos
económico, social y tecnológico, no todos se han beneficiado de estos avances,
las ganancias de la globalización no se han distribuido por igual, lo que conduce
a culpar a la globalización, a la libre circulación de personas, bienes y
capitales y a las élites que supuestamente son las beneficiadas, de los
problemas, desde la pérdida de empleo a la inmigración, de la corrupción al
crimen. Lo que es un beneficio
agregado a nivel de la economía mundial se traduce en ganadores y perdedores a
nivel de países, y dentro de los países a nivel de regiones y personas. Las ganancias de los ganadores no compensan
las pérdidas de los perdedores, salvo que hubiesen mecanismos de transferencia
(que los hay: redistribución de ingresos fiscales pero que son muy limitados).
Los supuestos de las élites intelectuales, sobre
todo en el mundo económico comercial, de que las mejoras en la situación
económica, medidas a nivel agregado, con indicadores como el crecimiento del
producto interno bruto, del comercio internacional de bienes y servicios y de las
ganancias empresariales, se traducen en mejoras generalizadas nunca fueron
correctos, pero la mayor
parte de la población lo consideraba como parte del sistema, como un hecho. Lamentablemente estas mejoras, a nivel
agregado, enmascaran grandes desigualdades y en muchos casos las profundizan. Los avances tecnológicos se traducen en progresos,
pero no todos los pueden aprovechar de igual manera. De
hecho en muchos casos este progreso amplia las desigualdades. Muchos de los progresos tecnológicos están
siendo utilizados para mejoras en la productividad, lo que suele impactar a
los trabajadores, sobre todo a los menos cualificados, que pueden ser
desplazados de sus trabajos, siendo sustituidos por la automatización. Uno de los argumentos electoreros del
candidato Trump era de que EE.UU. perdía empleos a otros países con menores costos
de mano de obra como México y China. Si bien esta externalización tuvo un
impacto inicial, salieron a la luz estudios que demostraban que el principal causante
de la continuada pérdida de empleos eran los avances de la tecnología y que
muchos de los desempleados no estaban en condiciones de obtener empleo en la
“nueva economía”.
Es una ilusión de algunos países el pensar que al
romper algunas relaciones comerciales mejoran su posición, sin considerar
adecuadamente que las acciones unilaterales no existen. El mundo
está tan interconectado que ningún país se puede desenganchar sin consecuencias
adversas. Hay que pagar un precio, pero
como en la globalización no lo pagarán solo algunos. Si un país impone aranceles especiales a las
importaciones de otros países, todos los trabajadores sufrirán, incluyendo los
de aquel país. Es de esperar que haya
retribución, una guerra comercial, y
algunos productos se encarecerán, se perderán empleos. Con
estas decisiones disminuye la actividad económica global, se reducen los
mercados, pierden todos, y como siempre
los más afectados serán los que tienen menor capacidad de protección y reacción,
los de menores ingresos, los asalariados.
Lo que reforzará las tendencias al populismo: hay que profundizar todavía
más las medidas. Estos costos de la contracción es lo que se les explicaba
a los votantes en el Gran Bretaña antes del voto, pero la mayoría de la
población, con la visión cortoplacista y localista, veía los costos del status quo pero no los beneficios: “Me
importa poco si el mundo estará mejor de la otra manera, lo que me preocupa es
yo, ahora”.
Esto está llevando a grandes segmentos de la
población a concertarse en los problemas locales, rechazando intervenciones de
poderes centrales que son
percibidos como ajenos a la realidad que enfrentan, preocupándose mucho más de la
seguridad local, de los inmigrantes que cambian el estilo de vida, del
desempleo resultante de la externalización de la producción, la competencia de
estos inmigrantes dispuestos a trabajar por menores sueldos y peores
condiciones laborales, de la calidad del entorno que los rodea. Los grandes problemas mundiales son de mucha
menor importancia. Y si alguien ofrece, realísticamente o no, una solución a estos
problemas locales se gana el favor de ese segmento de la población.
Terreno fértil para el populismo, nacionalismo y
la desconfianza en las instituciones, como analizamos a continuación.
II.
Populismo y nacionalismo
Antes de comentar
sobre la evolución del populismo y nacionalismo, consideraremos qué involucran
estos conceptos. No pretendemos hacer un
análisis exhaustivo, solamente presentar el mínimo necesario para poner en
contexto la discusión sobre su impacto en la responsabilidad de la empresa ante
la sociedad
1. ¿Qué son el populismo y
el nacionalismo? [1]
El Diccionario de
la Real Academia de la Lengua define populismo como la “Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”.
Dentro de esta definición muy general caben múltiples variantes, principalmente
relacionadas con su operatoria práctica en el contexto en que se desenvuelve la
actividad política. Muchas veces el
deseo de diferenciación de otros partidos políticos define las diferentes
ideologías. Según el artículo de Wikipedia “Populismo se usa para designar a
la estrategia de las corrientes ideológicas que sostienen la
reivindicación del rol del Estado como defensor de los intereses de
la generalidad de una población a través del estatismo,
el intervencionismo y la seguridad social con el fin de
lograr la justicia social y el Estado de bienestar”. En
general se caracteriza por: Rechazo a los profesionales de la política; Desconfianza
en las instituciones públicas existentes; Diálogo directo entre la dirección
del movimiento y la base social; Fuerte voluntad de movilización y
participación; Retórica nacionalista, y Liderazgo caudillista.
El mismo diccionario define nacionalismo como “Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación
con su realidad y con su historia.” Esta base conceptual se puede
implementar a través de ideologías políticas que tienen mucho en común con el
populismo, pero con el agregado de que el nacionalismo
define como “su pueblo” solo aquellos que comparten sus orígenes y sus valores,
despreciando lo que no es propio de la nación, como los extranjeros, los de
razas y religiones diferentes. Suelen
promover políticas económicas proteccionistas, promoviendo la producción
nacional, con una priorización de lo interno al país y de sus estrechos
intereses, rechazando la intervención de instituciones supranacionales en su
política y economía. En general el
nacionalismo es asociado con sentimientos de superioridad sobre el resto de los
países, ya sea étnica, ya sea económica, ya sea cultural, ya sea histórica, ya
sea geográfica o combinaciones de estos aspectos. Y esto no debe confundirse con patriotismo
que es un sentimiento positivo de “Amor
a la tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el
ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”, con toda su
diversidad, aunque los partidos nacionalistas suelen excitar a la población al
patriotismo para fomentar su nacionalismo.
Estos populismos y nacionalismos se pueden
integrar en el concepto de populismo
autoritario. El estudio que mencionamos más adelante
los considera como los partidos o ideologías que “rechazan los consensos establecidos, que incluyen los partidos de la llamada extrema derecha y la izquierda
populista, así como partidos totalitarios de izquierda (Trotskistas, Marxista-Leninistas)
y de derecha (fascistas y neo-nazistas) y los que rechazan la democracia
liberal en base a creencias religiosas. Hay una considerable superposición
entre las categorías de populismo y de autoritarismo ya que todos los partidos
populistas exitosos son autoritarios y los autoritarios exitosos son populistas.”
El hecho de que incluyan en esta categorización de
populismo autoritario no quiere decir
que tengan ideologías semejantes, por el contrario pueden ser muy diferentes y
enemigos entre sí. Por ejemplo en la extrema derecha hay
partidos con ideologías liberales (mínima intervención del estado, libertad del
mercado, poca regulación) y partidos neo-nazistas (nacionalismo extremo, pureza
de la raza y religión, control estricto por la élite política). Y en la izquierda hay partidos de ideologías
extremas como los Marxista-Leninista (que abogan por el total control de la actividad
económica para resolver desigualdades) y partidos que priorizan la solución de
los problemas sociales a través de la intervención masiva del estado pero
respetando la libertad individual.
Lo que une al grupo de partidos del populismo
autoritario es que se consideran representantes del pueblo frente a las élites
(corruptas) (cada uno define su “pueblo” y su “élite”), oposición al
“establishment” político prevaleciente, que lo consideran alejado del “pueblo”. Exigen una mayor participación del pueblo en
las decisiones (a través de la descentralización de las decisiones o consultas
populares), gobierno por el pueblo (cuya factibilidad debería demostrarse) y,
si adquieren suficiente poder, gobernar para “su pueblo”, para los que les dan
apoyo político, descartando los intereses de los demás. En muchos casos sus líderes admiten poca
discusión y tienen una escasa democracia interna (disciplina de partido). Pero operan dentro de los procesos
democráticos establecidos. “Hay una considerable superposición entre el
populismo de derechas y las ideas nacionalistas. La nación es el pueblo, la mayoría debería
tener el poder y la existencia de las minorías es una amenaza potencial a la
visión populista de la democracia”….
“Todos los partidos populistas de
extrema derecha son nacionalistas, pero no todos los nacionalistas son de
extrema derecha”. Y hay partidos que
se podrían calificar de totalitarios,
que en contraposición a los autoritarios,
rechazan las normas del juego democrático y no los incluimos en esta discusión.
2. Populismo y corrupción
La corrupción
está muy ligada al populismo por el control que suele ejercer sobre la
actividad económica (con esto no queremos decir que la corrupción no existe en
las ideologías más ortodoxas, es un fenómeno universal). El informe sobre la
percepción de la corrupción de Transparency
Internacional, el Corruption Perceptions Index 2016,
publicado a finales de enero del 2017, hace un
análisis especial la relación entre los niveles
de populismo o de gobiernos autocráticos y de corrupción y concluye que están directamente
correlacionados: los gobiernos populistas-nacionalistas son más corruptos (Corruption and Inequality: How Populists Mislead
People). El reporte concluye que existe una fuerte correlación entre
desigualdad social y corrupción, aunque ello no quiere decir causalidad, que
uno cause el otro, puede haber un tercer factor, por ejemplo, el nivel de
desarrollo institucional de los países. La
corrupción y desigualdad se refuerzan mutuamente, lo que favorece el desarrollo
de gobiernos populistas que prometen la eliminación de ambos. El estudio dice que “muchos líderes populistas hacen regularmente la conexión entre la
“élite corrupta” interesada solamente en enriquecerse y la marginalización de
los trabajadores……Sí, la corrupción y
la desigualdad social están muy relacionadas y son una fuente de descontento
popular.”
Desigualdad y
corrupción, que se refuerzan mutuamente, tienen como consecuencia el
descontento popular sobre “el sistema”, lo que estimula a los políticos
populistas-nacionalistas que se hacen atractivos para una población, no
solamente desencantada, ávida de cambios, sino también porque tienen como
“mercado” a los miembros de menores conocimientos, menos sofisticados, más
crédulos, tanto en países en vías de desarrollo como desarrollados. Son presa fácil de los políticos que ofrecen
soluciones a sus problemas cotidianos sin tener que demostrar su factibilidad o
efectividad, lo que raramente se les exige. Su desencanto y poco conocimiento
aumenta su credulidad.
Pero de acuerdo al estudio, “Sin
embargo, los resultados logrados por los líderes populistas son pésimos; usan
el mensaje de corrupción-desigualdad para obtener respaldo, pero no tienen
intenciones de atacar el problema seriamente.” A lo mejor la intención la tienen, pero no la
capacidad y en cuanto llegan al poder se sumergen en el mismo sistema de
corrupción. Muchas veces se reemplaza
una élite corrupta por otra, como lo ejemplifica los casos de Venezuela, Argentina,
Brasil, México, Hungría, Polonia, Turquía, Roma (la alcaldía) entre otros. “En vez
de atacar el rentismo corrupto, estos líderes generalmente instalan peores
formas de corrupción.”
3. Tendencias recientes en el populismo-nacionalismo
Si bien el Brexit
y la elección de Trump son eventos que han realzado la tendencia y han
contribuido, dramáticamente, a difundir por todo el mundo la desilusión con los
resultados de la globalización, con el dominio de las élites, esta tendencia ya estaba en
desarrollo. Se ha venido desarrollando
la preferencia por partidos en los extremos, tanto de derecha como de izquierda.
Timbro, un think tank sueco, ha
desarrollado un Authoritarian
Populism Index. De acuerdo al índice, un promedio de un quinto de los votantes en Europa apoya a un partido
populista. La proporción de votos a
favor de partidos totalitarios y autoritario-populistas ha aumentado al 12% del
total de votos por la derecha y un 7% para los de izquierda en elecciones
recientes en 32 países. Todo esto ha sido estimulado, además, por la crisis de
inmigración en Europa.
En EE.UU. la campaña electoral despertó a un gran
segmento de la población en ambos extremos, como lo demuestra de elección de
Trump y la gran popularidad de Bernie Sanders, precandidato del ala más
izquierdista del partido demócrata (que debilitó a la centrista Clinton).
En Europa, por el lado de la
izquierda populista en Italia surgió el Movimiento 5 Estrellas, en España
el partido Podemos, y en Grecia ganó hace unos años el populista antisistema
Syriza en alianza con la ultraderecha. Por la ultraderecha, en Francia gana
terreno el partido de Marine Le Pen, en Austria un partido de esa tendencia
ganó la elección a la Presidencia aunque en la repetición la perdió, en
Alemania y Holanda están ganando favor también estos partidos, en Hungría y
Polonia gobiernan partidos de ultraderecha, intolerantes de la pluralidad. En
América Latina la tendencia ha sido al contrario donde gobiernos populistas han
sido substituidos por gobiernos moderados en Brasil, Perú y Argentina, con
Colombia logrando la paz con la guerrilla, con Bolivia rechazando la
posibilidad de otra reelección del actual Presidente y Venezuela muy cerca de
cambio. Esta región se adelantó a los
eventos y ahora enfrenta una reacción a la prevalencia del populismo y
nacionalismo de las últimas décadas.
Pero ello no quiere decir que la región sea inmune a las doctrinas que
propugnan estas ideologías. Mientras
dure la prosperidad la probabilidad es menor.
Era de esperar
que con la amplia disponibilidad de información y de forma instantánea, esa población
se educara sobre las ventajas de la globalización y el pluralismo, pero el mismo fenómeno del localismo se refleja
en la información que se busca y se lee,
Se consulta y se cree solo en aquellas personas que opinan igual. El fenómeno de la ubiquidad de la información
está teniendo un efecto, posiblemente involuntario, sobre la visión global. Hay
información sobre todo, de todas las tendencias, para todos los gustos. Pero la gente consulta fuentes de información
que le dicen lo que está de acuerdo con sus creencias, se pierde el interés
por ampliar la visión, por escuchar opiniones diferentes a la suya para formarse
una opinión más educada. La búsqueda de
pluralidad en las opiniones se suele limitar a las élites intelectuales.
Estos movimientos hacia el populismo-nacionalismo
han llevado a muchos politólogos y filósofos a repensar o volver a poner sobre
la mesa las virtudes y defectos de la democracia. Tanto en
el caso del Brexit, como en el de la elección en EE.UU., la opinión pública
ilustrada fue sorprendida con los resultados.
En ambos casos los estudiosos de política y economía, las “élites
liberales” (de Nueva York, San Francisco, Boston, Londres, etc.), analizando la
situación desde un punto de vista “racional”, de lo que más le conviene al país
y al resto del mundo concluían que lo mejor era que Gran Bretaña se quedase en Europa y elegir a la candidata
alternativa en EE.UU. En ambos casos la mayoría de los votantes no les dieron
la razón.
Esto llevó a algunos a cuestionar, muchas veces en
privado por su incorrección política, si algunos votantes, poco informados podían
definir el destino del país y en buena parte el de otros países.
¿No sería deseable que el poder de voto fuera proporcional a la
capacidad de discernimiento, al conocimiento del impacto de la decisión del
voto? Los votos decisivos para la
victoria de Trump vinieron de los trabajadores blancos de clase media, en
posiciones obreras, que son los que más han sido afectados por la pérdida de
empleo y con menos confianza en el sistema, con bajos niveles de educación. Los
condados de EE.UU donde ganó Trump representan el 36% del PIB del país y donde
ganó Clinton el 64%. La victoria de Trump
se debió a deficiencias democráticas en el diseño del proceso electoral del
país, ya que perdió por más de 3 millones de votos. No todos los votos cuentan
igual, pero su valor no tiene nada que ver con el votante, sino con el estado en
que vive. Por el diseño del proceso
electoral la elección fue decidida por
107.000 votos en tres estados, que al gran mayoría del mundo no sabe dónde
están, lo que representa el 0.09% de los votos emitidos. ¿Es justo que un margen tan ínfimo pueda conducir
a un cambio tan radical en las políticas de EE.UU. y por ende afectar al resto
del mundo? En el caso del Brexit el
margen fue más significativo, 1.6 millones de votos (51,9% a 48.1%) pero pocas
semanas después el número de personas que votaron por salir y se habían
arrepentido es superior a ese margen de victoria. Todo
esto parece injusto, pero es legal.
Se han escrito
muchos libros y artículos sobre los problemas de la democracia pero solo
comentaremos uno de los más recientes, a modo de ejemplo, sin pretender una
discusión exhaustiva. Winston Churchill dijo que “El mejor argumento en contra de la democracia es una
conversación de cinco minutos con el votante medio” pero también dijo “La democracia es la peor forma de gobierno,
excepto por todas las demás”, o sea, malo, pero no queda más remedio. Bueno, alternativas no faltan, pero, ¿son
factibles?
A finales del
2016 se publicó un libro Against
Democracy (En contra
de la democracia, ver reseña en El Mundo), por Jason Brennan, filósofo político de
la Universidad de Georgetown en Washington, que propone que el voto tenga alguna
relación con la capacidad de discernimiento. [2] Alega
que el bienestar de la población es más importante que alguien se sienta
ofendido por no ser elegible para votar.
Argumenta que es perfectamente
justificable limitar el poder político que los “incompetentes, ignorantes e
irracionales” tienen sobre los demás y propone que la selección de gobernantes
en base a la “epistocracia”, [3]
o sea, gobierno por los conocedores.
Propone alternativas a la democracia actual como el sufragio restringido con el voto dependiente de demostración de
conocimiento político o el voto plural, con número de votos en
función de indicadores de competencia.
Se pregunta: ¿Si hay que pasar un examen para ser barbero y hay sacar
una licencia, porque no para votar? Obviamente que esto tiene tantos problemas
como los que pretende resolver: ¿Cómo se desarrollan los criterios de voto?
¿Quién determina, quién elige los que son competentes para elegir y cómo? Aunque
no sea factible en la práctica (los actuales votantes se opondrían al cambio de
sistema y al actual sistema le conviene a los políticos incompetentes y/o
populistas) el fondo de las propuestas tiene atractivo. ¿Porque
mi voto, que he analizado los programas electorales y estudiado las posibles
consecuencias de las políticas tiene el mismo poder que el de una persona que
ni siquiera conoce las propuestas? Las
consecuencias para el mundo de la elección en EE.UU. y para Europa del Brexit
dan relieve a estas consideraciones. En el contexto actual de progreso social e
igualdad esto puede parecer elitista, pero no deja de ser intrigante.
Sin embargo no todo esto debe ser motivo para el
pesimismo. Las ideologías políticas van
por ciclos, el
imperialismo liberal surgió de las revoluciones de los años cuarenta del siglo
XIX, el intervencionismo del estado siguió a la Gran Depresión de los años
treinta del siglo XXI, el fundamentalismo del mercado de Thatcher-Reagan surgió
de los años de gran inflación en los setenta, y el populismo-nacionalismo ha
encontrado terreno fértil en la crisis financiera del final de la primera
década del siglo XXI. No se debe descartar que los populistas
fracasen en cumplir con su promesas y que las consecuencias de sus acciones sean
peores que las desigualdades que ha producido la liberación de las
economías. Las consecuencias negativas
sobre la actividad económica en el caso del Brexit y con las políticas
proteccionistas y parroquiales del nuevo gobierno de EE.UU. pueden ser muy
notables y no es descartable que haya movimientos de reversión (una de las
mayores casas de apuestas asigna una probabilidad del 25% de que Trump no
cumpla un año de mandato y un 66% de que llegue a cumplir el mandato). Al día siguiente de la toma de posesión
millones de mujeres en los cinco continentes hicieron marchas de protesta
contra las políticas del nuevo presidente.
Las próximas elecciones en países como Holanda, Francia y Alemania
pueden dar una indicación de si el populismo-nacionalismo se continuará
extendiendo. Si bien es la tendencia de
los próximos años, no es inmutable, dependerá mucho de las consecuencias de las
acciones de los gobiernos populistas.
Y este entorno alimenta y se alimenta de una
pérdida de confianza en las instituciones.
III.
Confianza
Durante el año 2016 también se ha detectado una
pérdida de confianza en las instituciones, gobiernos, empresas, organizaciones
de la sociedad civil y medios de comunicación, cada una en un grado diferente,
pero generalizado en los cuatro grupos. Sería difícil atribuir esta caída en la confianza
en las instituciones al auge reciente del populismo y del nacionalismo, o, ¿es este auge un reflejo de la pérdida de
confianza? En cualquier caso, parece que
se refuerzan el uno al otro, claro está
también en diferentes grados en diferentes países, de acuerdo a su historia y
circunstancias.
Esta pérdida de
confianza ha sido recogida fehacientemente en la encuesta anual del Edelman Trust Barometer sobre la confianza en las instituciones que
se viene elaborando en los últimos 17 años.
Por su metodología es reconocida como la más confiable en este
tema. Es una encuesta a más de 33.000
personas distinguiéndolas entre el público en general y los informados,
definidos en base a criterios pre-especificados (diferencia que es relevante como
vimos en la sección anterior). Ello permite distinguir entre percepciones
generalizadas que serían gestionables con comunicación masiva y las de los que, por conocimiento, su
opinión puede ser relevante para que las instituciones tomen acciones
específicas. La encuesta se hace el 28
países de cinco continentes (de Iberoamérica: Argentina, Brasil, Colombia,
España y México) lo que permite tener una visión relativamente global de la
confianza y las diferencias entre países aunque para sacar algunas conclusiones
se agreguen países con diferentes visiones (sólo se reportan públicamente
algunos resultados por países).
En enero del 2017
se publicaron los resultados de la encuesta celebrada durante el 2016, entre
octubre y noviembre. Siempre se
analizan las tendencias en los años recientes y se discuten los cambios en la
confianza del público sobre los cuatro grupos institucionales. En general los
cambios son relativamente menores, pero en el caso del 2016 no son solamente
significativos sino que reflejan un retroceso notable. Los principales resultados,
relevantes para la discusión en este artículo sobre el impacto en la
responsabilidad social de las empresas, son los siguientes:
- Por primera vez se
detectó una caída en la confianza en las cuatro instituciones. En dos tercios de los países menos
del 50% del público general expresó confianza de que las instituciones
“harían lo correcto”. Sólo el 15% tienen plena confianza en
el “sistema”.
- 71% de los encuestados
dijeron que los gobernantes no eran creíbles o lo eran poco.
Esta institución es la menos confiada, seguida de los medios de
comunicación, que son desconfiados en 23 de los 28 países.
- El 63% lo dijo de los
ejecutivos, lo que representa una caída en su credibilidad del 12%, a solo
el 37% a nivel global. Es una caída significativa, que
posiblemente refleja los difundidos casos de corrupción, gestión
fraudulenta (instituciones financieras) y la elusión y evasión fiscal. En
13 de los 28 países se desconfía del sector empresarial y los encuestados
expresan deseos por reformas incluyendo mayores regulaciones de sus
actividades.
- El sector empresarial se percibe como que
estimula los temores del público y la desconfianza, en particular el 60% del público en general está
preocupado de perder el empleo debido a los impactos de la
globalización, la inmigración, automatización, externalización del empleo
y sobre todo sus limitaciones en cuanto a las destrezas necesarias para
operar en el nuevo contexto. La mitad dijo que la globalización es
perniciosa y el 53% opinó que el
sector empresarial va demasiado rápido.
Esto se puede interpretar como que perciben que no pueden mantener
el ritmo del cambio. Esto induce al populismo que
ofrece disminuir el ritmo de la
globalización y hasta retrasarlo.
El crecimiento económico como objetivo pierde prioridad.
- El nivel de confianza
en los gobiernos es 43 puntos menos que el de las empresas en países en
vías de desarrollo y 25% menos en países desarrollados.
Esto crea las expectativas de que las empresas tienen mayores
responsabilidades ante la sociedad y en particular en cubrir las fallas de
los gobiernos, sobre todo en países en vías de desarrollo.
- Todo esto tiene tangibles implicaciones para
el comportamiento empresarial. 75% de los encuestados estuvo de acuerdo
con que “la empresa debe tomar acciones
específicas que mejoren sus ganancias y que mejoren las condiciones
económicas y sociales de la comunidad en que opera”. De acuerdo a los encuestados la mejor manera de ganarse la
confianza es pagar sueldos justos, ofrecer mejores beneficios y crear más
empleo. Lo más contraproducente, opinan, es corromper a los gobiernos,
pagar elevadas remuneraciones a los altos ejecutivos y evadir y eludir
impuestos.
- La mitad del público en
general cree que el libre comercio conduce a la pérdida de empleos y el
72% favorece la protección de la industria y el empleo local aunque ello conlleve un menor
crecimiento económico, lo que es un aliciente para que los gobiernos
populistas impongan restricciones a la operatoria de las empresas y
fomenten el proteccionismo y frenen la inmigración.
- Las principales preocupaciones expresadas son
la corrupción (que involucra
gobiernos y empresas, no solo estos últimos) y los impactos de la globalización. Otras de las mayores preocupaciones son
la seguridad personal, la erosión de los valores, la inmigración y la
velocidad de los cambios.
- El nivel de confianza
en los medios solo supera, con poco, a los gobiernos.
Son percibidos como manipulados por los poderes políticos y
empresariales, con pérdida de objetividad. En más del 80% de los países
encuestados el público desconfía de los medios.
- En quien más se confía
es en “personas como yo”, con el 63%, lo que viene a reflejar una
tendencia hacia el localismo, hacia lo que tenemos cerca, con desconfianza en las
instituciones. El nivel es semejante a la confianza que se tiene en los
expertos técnicos o académicos. Los
menos creíbles son los funcionarios públicos, los jefes de empresa y su
Consejo Directivo. Esto implica una
reducción del ámbito de confianza a amigos, familia y conocidos. Los
encuestados son cuatro veces más propensos a ignorar información que
contradice sus opiniones. Esto fortalece la tendencia a buscar
refuerzos a lo que ya creemos, aquello que coincide con nuestras
opiniones, obviando informarse sobre opiniones que puedan ser adversas,
contribuyendo más todavía al “parroquialismo”. Los de derecha solo leen el periódico y
se informan en los canales de derecha, los de izquierda con los suyos.
- En cuanto a los resultados sobre los países
de Iberoamérica, los niveles agregados de confianza entre el público
informado varían entre el 61% en México al 51% en Brasil (6 países están por
debajo del 50%). Entre el público
en general, que tiene menos confianza, van desde el 50% en México y Brasil
al 41% en España (20 países están por debajo del 50%). Estos resultados colocan a estos países
en los promedios de confianza.
¿Qué pueden/deben
hacer las empresas dentro de sus estrategias de responsabilidad ante la
sociedad ante el impacto de estas tendencias en SU sociedad (gobiernos,
trabajadores, clientes, medios, etc.)?
¿Deben ser indiferentes? ¿Deben tratar de paliar sus impactos negativos?
¿Deben alinearse al populismo y sobrevivir lo mejor posible? En pocas palabras,
¿Cómo afecta todo esto a las estrategias
de responsabilidad de las empresas?
Esto será el objeto de la segunda parte de este artículo.
[1] Para los pueden entender el inglés
hay un excelente presentación en video del Prof. Christian J. Emden sobre las
características del populismo-nacionalismo y su evolución en https://www.youtube.com/watch?v=Mb3jVP0rfpA entre los minutos 53 y 74.
[2] Un análisis mucho más completo sobre este
y otros libros sobre el tema se encuentra en el artículo The
case against democracy, publicado en la revista New Yorker el 7 de
noviembre del 2016.
[3] Palabra popularizada por David
Estlund en su libro “Why not Epistocracy”
juntando las palabras griegas de conocimiento y gobierno.