Una pregunta así de
genérica tendría una respuesta inequívocamente negativa, no contribuyen a la sostenibilidad
social ni ambiental. Pero, “Yo soy yo y
mis circunstancias” como dijo José Ortega y Gasset, y las circunstancias están
cambiando.
Para la
autoridades políticas de Europa, la sostenibilidad se ha convertido en un
asunto circunstancial. Se ha “revisado”
la sostenibilidad de la energía nuclear y ahora es parte de las inversiones
elegibles en la transición energética explicitadas en la taxonomía verde de la Comisión
Europea. Aprovechando la necesidad de hacerle frente a la disminución del
suministro de gas desde Rusia, por las sanciones consecuencia de la invasión de
Ucrania, Francia aprovechó para promover los intereses de su industria nacional
y la energía nuclear es ahora elegible de más fuentes de financiamiento.
Y como
consecuencia de la guerra, Europa, presionada en parte por EE. UU., ha decidido,
en el seno de Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, aumentar el
gasto en defensa al 5% del PIB (poco a poco, y algunos países más poco a poco y
con creatividad). Se requerirán
inversiones del sector privado en aumentar la capacidad de producción y el capital
de trabajo y para la prestación de servicios relacionados a la defensa. Requerirán de financiamiento puente hasta que
los bienes y servicios productivos sean adquiridos por los gobiernos, que para
muchos requerirán de financiamiento externo para suplementar los recursos
fiscales.
En principio este
financiamiento podría provenir del financiamiento tradicional de las
instituciones financieras y de los mercados de capitales, pero alegando insuficiencia
se quieren ampliar las fuentes de financiamiento, como en el caso de la energía
nuclear, y captar fondos del segmento de mercado del financiamiento sostenible.
Y esto no es solo de interés de esos gobiernos y empresas sino además de ese
segmento del mercado que ve una oportunidad de obtener beneficios adicionales. El mercado de las inversiones en defensa ha
sido recientemente más rentable que el mercado en general y ante esta demanda incremental
es de esperar que continúe. Se juntan el hambre con las ganas de comer.
Pero ¿son las
inversiones y gastos en defensa parte del mercado de financiamiento sostenible?
¿pueden optar a la calificación de bonos sostenibles los emitidos para
financiar inversiones en defensa?
Un artículo en el New York Times reporta las declaraciones de dos
analistas del Citi que alegan que “…la defensa de los valores de las
democracias liberales y la creación de disuasivos, que preserven la paz y la
estabilidad global es tan importante que las empresa productoras de
armamentos deben ser incluidas en los fondos con la etiqueta ASG, medio
ambiente, social y gobernanza”.
Y uno en el Financial Times dice: “Pero si la empresa
suministra armamento a un país invadido, indefenso, en una lucha no provocada,
o a países también indefensos que lo respaldan ¿no podríamos
calificarlos como un bien social, una S. Seguro.”
O sea, sí, según
algunos son hasta bienes sociales.
Es de recordar
que la estrategia de selección de inversiones responsables más usada es la de exclusión,
excluir inversiones en ciertos sectores: tabaco, apuestas, combustibles
fósiles, energía nuclear, alcohol, pornografía y …… ¡armamentos! Así de sencillo, sin tener que analizar mucho
más, exclusión a rajatabla.
¿Es posible una
reconciliación de estas posiciones? Las inversiones en defensa tienen matices
que es conveniente analizar. No se puede ni se debe generalizar. Ni antes
éramos tan buenos ni ahora solos tan malos. Analicemos las inversiones en defensa
en más detalle.
La Asociación
Internacional del Mercado de Capitales, AIMC, que ha emitido los principios más
usados para las emisiones de bonos verdes, sociales y sostenibles, ha
descartado permitir que se emitan bonos para inversiones en defensa con esas etiquetas.
Hay que recordar que esos bonos requieren la utilización de los recursos en
actividades de su etiqueta, previamente especificados. Pero ello no impide que se financien los
insumos necesarios para armamentos, como por ejemplo acero y motores, con esos
recursos.
Ello no obsta
para que la misma industria de la inversión responsable desarrolle sus propios
principios o por lo menos lineamientos (una taxonomía) para guiar la
inversiones en defensa. Ello dependerá del apetito que tengan en explotar este
mercado, pero es poco probable que lo hagan al margen de la AIMC.
Por otra parte, están
los bonos ligados a la sostenibilidad, cuyos recursos son de libre disposición para
el emisor, con la condición de que mejore algún aspecto de su sostenibilidad. Así, una empresa de armamentos que se compromete
a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en la producción de armas
podrá emitir tales bonos y ser elegibles para integrar carteras de inversiones
sostenibles. Una tergiversación legitimada.
Las regulaciones
vigentes en la Unión Europea sobre los fondos de inversiones responsables
permiten que un cierto porcentaje se invierta en actividades no necesariamente
responsables, por lo que, como en el caso anterior, estos fondos podrían
financiar actividades en defensa y ser parte de carteras de inversión
responsable. Otra tergiversación legitimada.
Y es de recordar
que del 5% del PIB a que se comprometen los miembros de la OTAN, el 1,5% es
actividades conexas como sistemas de información, infraestructura, investigación,
defensa civil, entre otros, por lo que es posible que estas “inversiones en
defensa”, indirectas, se puedan considerar
sostenibles. Otra tergiversación legitimada.
Si bien la discusión
precedente apunta a la posibilidad de financiar actividades en defensa con
etiquetas de sostenibilidad, ello no quiere decir que se financiaran, por ahora
es una discusión más de principios que de realidades. Habrá que ver el interés de
los mercados por esos financiamientos.
En Europa la
sostenibilidad se ha vuelto circunstancial, depende de las circunstancias.
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