Durante varias semanas he resistido escribir
sobre el revuelo que han causado las declaraciones de un presidente/dueño de la
empresa porque me parece que era un caso muy “americano”, muy propio de la
cultura de los Estados Unidos. Sin
embargo creo que ofrece lecciones para el análisis del papel que los valores
juegan en la gestión de la empresa y pone de manifiesto la clara diferencia
entre una empresa privada (pocos dueños) y una en manos del público
inversionista.
El caso son las declaraciones del Presidente
y dueño de Chick-fill-A (pronunciación sureña de filete de pollo), una cadena
de restaurantes de comida rápida basada en pollo, que declaró en una entrevista
a su iglesia bautista su oposición la matrimonio homosexual por inmoral y contrario
a los principios de su religión. Las declaraciones trascendieron a la prensa y
la reacción no se hizo esperar. Varios
legisladores y autoridades locales en varios estados, incluyendo los alcaldes
de Boston y Chicago, pidieron el cierre de los comercios y oposición a la
apertura de nuevos restaurantes porque los valores del dueño eran diferentes a
lo permitido por la ley en algunos
de esos estados. Algunos estado permiten
el matrimonio homosexual, pero no obligan a que creamos que es algo moral y lo apoyemos. Muchos han pedido boicotear el consumo en los
restaurantes y la situación se ha polarizado, incluyendo una reacción adversa que
respalda la posición y los valores expresados por el
dueño. Los cómicos han tenido un festín.
La cadena Chick-fill-A,
(fundada en 1946 en Atlanta, Georgia tiene mas de 1.600 restaurantes y de
$4.000 millones en ventas), es ampliamente conocida por ser gestionada de
acuerdo a los valores cristianos de sus dueños y fundadores, incluyendo el
tratamiento favorable de sus empleados.
Los restaurantes nunca han abierto los domingos (cosa sumamente inusual
en EEUU ya que es un día de grandes ventas) para que sus empleados puedan
celebrarlo con sus familias y tener el día de descanso que establece su
creencia.
Con estas declaraciones se han puesto de
relieve algunos dilemas sobre la responsabilidad empresarial. ¿Tienen las
empresas que manejarse con los valores o creencias de la mayoría o pueden y
deben gestionarse con los de los dueños y directivos? Muchas empresas que usan los de la mayoría (o
los mantienen privado) lo hacen porque su primer objetivo es hacer dinero y se
adaptarán a lo que pida el mercado. El
mercado manda. Muchos ejecutivos se
abstienen de expresar sus opiniones sobre temas controversiales para no
perjudicar sus mercados. De allí que
manejan las empresa de acuerdo a los valores del mercado y no a sus
valores. Se arriesgan a ser
despedidos. Pero el dueño de Chick-fill-A
ha decidido que prefiere sus principios y que si los beneficios vienen,
bienvenidos. Es su empresa y opera
dentro de la legislación vigente. Por
cierto que es una empresa rentable, aunque siendo privada la información no
está disponible.
Es de notar que en este caso el dueño ni siquiera
perjudica a otros accionistas. Si pierde
dinero por sus principios lo pierden él y su familia (que presumiblemente están
de acuerdo). ¿Y si fuera una empresa en
manos del público inversionista y esto lo hubiera dicho el Presidente? Pues los accionistas tendrán el derecho de
echarlo si les parece una práctica que los perjudica o por lo menos podrán
vender sus acciones. Pero al dueño no pueden
echarlo y lo que pueden hacer aquellos que no les gustan las opiniones del
dueño es no ir al restaurante. Aunque
aun es este caso estaríamos confundiendo la responsabilidad social de la
empresa y sus políticas con la opinión del dueño (con la que podemos estar en
desacuerdo).
Pero como en toda controversia, siempre hay
los que se quieren aprovechar. En este caso
algunos políticos en busca de mejorar el valor de su reputación con sus stakeholders (los que los votan)
pretendan imponer sus valores en las empresas bajo amenaza de suspender sus
licencias, que legalmente no pueden hacer, no tiene asidero legal. La empresa no ha violado ley alguna, no
discrimina en sus prácticas de empleo ni de servicio al cliente, si bien
prefiere a empleados que compartan sus valores ello tampoco llega a violación
de la ley, hasta que lo haga de manera discriminatoria. Además, las labores de
su fundación a favor de la comunidad son muy extendidas y apreciadas. Es una
empresa reconocida por su responsabilidad social. Pero hay algunos que no coinciden con las
opiniones del dueño.
Como bien dice el blog de The Economist, el
tema de la legalidad o no del matrimonio homosexual es un asunto político que
se determina en la elección de los legisladores. La votación se hace en las urnas, de acuerdo a
los procedimientos democráticos, no en los restaurantes. No es un tema que se resuelve en el mercado
de bienes y servicios.
¿Pueden los valores personales ser usados en
la gestión de la empresa con propiedad del público inversionista? ¿Debemos dejarlos en casa o en el templo o en
la iglesia?
Si al mercado no le gustan los valores que
transmite la empresa, ésta decidirá que hace, o los continúa aplicando y
absorbe el impacto o se adapta a las necesidades del mercado. Para el caso de una empresa privada es
decisión estrictamente del dueño(s). Esperemos
que el público lo aprecie, o si no, que no se queje de todas las crisis
ocasionadas por la falta de valores en la gestión de las empresas.
Este caso ilustra los riesgos de expresar
valores en público, sobre los cuales no hay consenso.