domingo, 6 de mayo de 2012

Responsabilidad empresarial en América Latina: ¿En el camino correcto?


En los países de América Latina nos encontramos en etapa de máxima confusión en el tema de responsabilidad empresarial[i].  Quién superficialmente mire la gran cantidad de conferencias, la proliferación de consultorías y publicaciones, la explosión de comunicaciones sociales en Twitter, en blogs, en sitios de internet, podría pensar que el tema está completamente arraigado, que hemos superado la etapa inicial de incertidumbre, que estamos llegando a la etapa de una implementación sistemática de prácticas responsables.

Aunque son buenas noticias, lamentablemente no son tan buenas.  Ayudan pero no satisfacen. Muchos de esos avances son mas aparentes que reales, siguen estando en una etapa previa.  En la región hay una gran brecha entre retórica y práctica, tanto a nivel del mercado como a nivel de la empresa.   Lo que es realmente importante es la implementación sistemática y continua de practicas responsables en las empresas y de su camino hacia hacerlas parte automática, como el caminar, de la actividad empresarial.  Que no sean acciones puntuales, especiales, llevadas a cabo para poderlas reportar o en ocasión de un evento especial.  En esto estamos muy atrasados.

Es cierto que las grandes empresas de la región, las más visibles, han avanzado mucho.  En los medios se pueden ver muchos ejemplos de prácticas responsables de algunas empresas.  Pero siempre suelen ser las mismas.  Son más la excepción que la regla.  Estas empresas constituyen menos del 1% de las empresas de la región.  En los premios por prácticas responsables, siempre suelen ser los mismos postulantes y los mismos ganadores.   Nada de malo, dirá el lector.  No, nada de malo, pero poco de bueno. Es una demostración palpable de que la responsabilidad empresarial todavía es algo relativamente elitista, de unas pocas empresas.  Es cierto que las pequeñas y medianas empresas tienen prácticas responsables, de forma casi automática, sin pensarlo mucho.  Hacen lo que pueden.  Son prácticas que coinciden con la buena gestión.

¿Y de quién es la “culpa” de todo esto?  No es de las empresas solamente.  Las empresas lo intentan, aunque esporádicamente, respondiendo a algunas presiones.  Los directivos y empleados pueden hacer mucho pero tantas veces los incentivos y los procesos no son los adecuados.  Las escuelas de negocios y otras instituciones educativas se están “aggiornando” para hacerle frente a la demanda de la sociedad en general y de los estudiantes en particular.  Los medios están empezando a entender el movimiento y se tratan de montar en el tren en marcha.  Las organizaciones de la sociedad civil están todavía subdesarrolladas en la región, con mas preocupaciones por encontrar un nicho en el mercado, por sobrevivir, que en ejercer su poder de opinión y movilización.  Los sindicatos, quieren proteger a los trabajadores, pero muchas veces anteponen el bien particular, suyo y el de sus miembros, al bien común.   Los mercados financieros, relativamente subdesarrollados, todavía no castigan a las empresas irresponsables ni premian a las responsables.  Los gobiernos están más preocupados por la política que por potenciar los beneficios de la responsabilidad empresarial para el desarrollo económico y social, para la cohesión social.  Ni siquiera dan el ejemplo a través de ejercer su gran poder de compra, incorporando criterios de responsabilidad en la selección de proveedores.  Su principal arma es la regulación, muchas veces necesaria, pero en ocasiones excesiva.

¿Y los consumidores y clientes?  Deberían ser los principales motores de las prácticas responsables en las empresas, los que tienen un efecto más directo sobre el estado de ganancias y pérdidas de la empresa.  Algunos grandes clientes, especialmente en mercados de exportación sí están comenzando a actuar, pero la gran mayoría de los consumidores “no sabe o no contesta”, no se enteran de lo que hace la empresa y si lo hacen es a través de información no necesariamente imparcial proporcionada por la empresa.  No basta con los informes de sostenibilidad (¿quién los lee?).  No tienen la información necesaria para tomar decisiones en base a la responsabilidad empresarial.  Y cuando la tienen es muy posible que primen consideraciones económicas, del precio del bien o servicio, sobre las consideraciones ambientales o sociales del productor y del producto.

No obstante, hay motivos para el optimismo.  Se está avanzando poco a poco en todos estos frentes, aunque a ritmos muy desiguales.  Todos debemos seguir luchando, cada uno es su pequeño ámbito de acción.  Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?  Usamos nombres colectivos para analizar la situación: empresas, medios, mercados financieros, gobiernos, consumidores, instituciones educativas, ONGs, etc., pero no debemos escondernos detrás del colectivo para evitar responsabilidades individuales, como hace un comité cuando (no) toma decisiones.   En un análisis detallado, todas estas instituciones son un colectivo de personas y procesos, pero aun estos procesos han sido diseñados y acordados por personas, son implementados por personas.

Hasta que las empresas no se den cuenta que la responsabilidad empresarial y la buena gestión son lo mismo no encontraremos el camino.  Pero, la responsabilidad de guiarlas es responsabilidad individual. 



[i] Este artículo fue publicado en el Anuario 2012 de RSE publicado por El Cronista, en Buenos Aires el 29 de marzo.

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