En los países de América Latina nos
encontramos en etapa de máxima confusión en el tema de responsabilidad
empresarial[i]. Quién superficialmente mire la gran cantidad
de conferencias, la proliferación de consultorías y publicaciones, la explosión
de comunicaciones sociales en Twitter, en blogs, en sitios de internet, podría
pensar que el tema está completamente arraigado, que hemos superado la etapa inicial
de incertidumbre, que estamos llegando a la etapa de una implementación
sistemática de prácticas responsables.
Aunque son buenas noticias, lamentablemente
no son tan buenas. Ayudan pero no
satisfacen. Muchos de esos avances son mas aparentes que reales, siguen estando
en una etapa previa. En la región hay una
gran brecha entre retórica y práctica, tanto a nivel del mercado como a nivel
de la empresa. Lo que es realmente
importante es la implementación sistemática y continua de practicas responsables
en las empresas y de su camino hacia hacerlas parte automática, como el
caminar, de la actividad empresarial.
Que no sean acciones puntuales, especiales, llevadas a cabo para
poderlas reportar o en ocasión de un evento especial. En esto estamos muy atrasados.
Es cierto que las grandes empresas de la
región, las más visibles, han avanzado mucho.
En los medios se pueden ver muchos ejemplos de prácticas responsables de
algunas empresas. Pero siempre suelen
ser las mismas. Son más la excepción que
la regla. Estas empresas constituyen
menos del 1% de las empresas de la región.
En los premios por prácticas responsables, siempre suelen ser los mismos
postulantes y los mismos ganadores.
Nada de malo, dirá el lector. No,
nada de malo, pero poco de bueno. Es una demostración palpable de que la
responsabilidad empresarial todavía es algo relativamente elitista, de unas
pocas empresas. Es cierto que las
pequeñas y medianas empresas tienen prácticas responsables, de forma casi
automática, sin pensarlo mucho. Hacen lo
que pueden. Son prácticas que coinciden
con la buena gestión.
¿Y de quién es la “culpa” de todo esto? No es de las empresas solamente. Las empresas lo intentan, aunque
esporádicamente, respondiendo a algunas presiones. Los directivos y empleados pueden hacer mucho
pero tantas veces los incentivos y los procesos no son los adecuados. Las escuelas de negocios y otras
instituciones educativas se están “aggiornando” para hacerle frente a la
demanda de la sociedad en general y de los estudiantes en particular. Los medios están empezando a entender el
movimiento y se tratan de montar en el tren en marcha. Las organizaciones de la sociedad civil están
todavía subdesarrolladas en la región, con mas preocupaciones por encontrar un
nicho en el mercado, por sobrevivir, que en ejercer su poder de opinión y
movilización. Los sindicatos, quieren proteger
a los trabajadores, pero muchas veces anteponen el bien particular, suyo y el
de sus miembros, al bien común. Los mercados
financieros, relativamente subdesarrollados, todavía no castigan a las empresas
irresponsables ni premian a las responsables. Los gobiernos están más preocupados por la
política que por potenciar los beneficios de la responsabilidad empresarial
para el desarrollo económico y social, para la cohesión social. Ni siquiera dan el ejemplo a través de ejercer
su gran poder de compra, incorporando criterios de responsabilidad en la
selección de proveedores. Su principal
arma es la regulación, muchas veces necesaria, pero en ocasiones excesiva.
¿Y los consumidores y clientes? Deberían ser los principales motores de las
prácticas responsables en las empresas, los que tienen un efecto más directo sobre
el estado de ganancias y pérdidas de la empresa. Algunos grandes clientes, especialmente en
mercados de exportación sí están comenzando a actuar, pero la gran mayoría de
los consumidores “no sabe o no contesta”, no se enteran de lo que hace la
empresa y si lo hacen es a través de información no necesariamente imparcial
proporcionada por la empresa. No basta
con los informes de sostenibilidad (¿quién los lee?). No tienen la información necesaria para tomar
decisiones en base a la responsabilidad empresarial. Y cuando la tienen es muy posible que primen
consideraciones económicas, del precio del bien o servicio, sobre las
consideraciones ambientales o sociales del productor y del producto.
No obstante, hay motivos para el
optimismo. Se está avanzando poco a poco
en todos estos frentes, aunque a ritmos muy desiguales. Todos debemos seguir luchando, cada uno es su
pequeño ámbito de acción. Si no lo
hacemos nosotros, ¿quién lo hará? Usamos
nombres colectivos para analizar la situación: empresas, medios, mercados financieros,
gobiernos, consumidores, instituciones educativas, ONGs, etc., pero no debemos escondernos detrás del colectivo
para evitar responsabilidades individuales, como hace un comité cuando (no)
toma decisiones. En un análisis detallado, todas estas instituciones
son un colectivo de personas y procesos, pero aun estos procesos han sido
diseñados y acordados por personas, son implementados por personas.
Hasta que las empresas no se den cuenta que
la responsabilidad empresarial y la buena gestión son lo mismo no encontraremos
el camino. Pero, la responsabilidad de guiarlas
es responsabilidad individual.
[i] Este artículo fue
publicado en el Anuario 2012 de RSE publicado por El Cronista, en Buenos Aires
el 29 de marzo.
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